En diciembre de 1925, el director de cine Serguéi Eisenstein escribió en su diario: “Me desperté y descubrí que era famoso”. Fue con ocasión del estreno triunfal en las pantallas moscovitas de su película El acorazado Potemkin, que estableció un listón cualitativamente nuevo para el cine. “El público se puso en pie y ovacionó nuestra película. La orquesta dejó de tocar, no se oía nada. Los músicos se habían unido al público para aplaudir la película”, así recordaba el estreno Grigori Alexandrov, ayudante de Eisenstein.
El acorazado Potemkin era una oda a la Revolución Rusa. El director de cine apoyó incondicionalmente a los bolcheviques y admitió en más de una ocasión que los acontecimientos de octubre de 1917 habían determinado su destino y moldeado en muchos aspectos sus ideas creativas.
El acorazado Potemkin se distribuyó en el extranjero y la revolucionaria película del director soviético causó sensación en todo el mundo. El rey Gustavo V de Suecia saludó la película con aplausos entusiastas en su estreno en Berlín. Charlie Chaplin la describió como la mejor película que había visto nunca. E incluso Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich, admitió más tarde: “Es una película maravillosa sin igual en el cine... cualquiera que no tuviera convicciones políticas firmes podría convertirse en bolchevique después de verla”.
Pero el componente ideológico de la película fue un problema para otros países. El gobierno alemán se mostró descontento con el enorme éxito de la película glorificando la Revolución, y pronto llegó al Reichstag una recomendación para que se prohibiera la película de Eisenstein por “glorificar la violencia, suscitar el descontento contra las autoridades e incitar a las masas”.
Sin embargo, el gobierno no adoptó la recomendación por temor a que la prohibición atrajera aún más la atención sobre la película. En Gran Bretaña se estaban llevando a cabo huelgas de mineros, por lo que El acorazado Potemkin no se distribuyó en absoluto. Sin embargo, esto no impidió que la película tuviera un gran éxito en los mercados de copias piratas.
En cualquier caso, después de El acorazado Potemkin el cine empezó a ser tratado como una forma de arte y el propio Eisenstein se convirtió en el director de cine más de moda del mundo.
Sin embargo, la siguiente revolución del cine se produjo en Estados Unidos, cuando los norteamericanos aprendieron a hacer películas sonoras. Y Eisenstein, más que nadie, se dio cuenta de que también había que introducir urgentemente el sonido en las películas soviéticas. La idea de ir a Hollywood para estudiar la experiencia de sus colegas occidentales avivó su imaginación. Para poder hacerlo, consiguió entrevistarse personalmente con Stalin y en 1929, tras terminar de rodar Lo viejo y lo nuevo (también conocida como La línea general, le concedieron permiso para viajar al extranjero.
Atrapado en Europa
Eisenstein emprendió su viaje al extranjero en compañía de su ayudante Grigori Alexandrov y su cámara habitual Eduard Tisse. Berlín fue la primera escala del viaje a Hollywood. En aquella época era imposible obtener un visado estadounidense en Moscú debido a la ausencia de relaciones diplomáticas oficiales entre Estados Unidos y la URSS.
El gobierno estadounidense, vehementemente anticomunista, no reconoció a la Unión Soviética hasta 1933. Eisenstein había recibido previamente una invitación de United Artists para visitar Estados Unidos, pero al llegar a Berlín y ponerse en contacto con la compañía cinematográfica, le enviaron un telegrama con las palabras: “Su viaje a EE.UU. es inviable en estos momentos”. El grupo de Eisenstein acabó pasando más de medio año en Europa.
El director viajó entre ciudades europeas dando conferencias sobre teoría del cine y películas soviéticas. Berlín, Hamburgo, Zúrich, Londres, París, Bruselas, Ámsterdam, Amberes... la geografía de los viajes de los cineastas soviéticos se amplió tan rápidamente como el círculo de los nuevos conocidos de Eisenstein. Conoció a algunos de los cineastas y escritores más ilustres de la época: George Bernard Shaw, James Joyce, Béla Balázs, Léon Moussinac, George Bancroft y Josef von Sternberg. Todos querían conocer al director del gran de la magna El acorazado Potemkin.
Mientras pronunciaba sus conferencias, Eisenstein, un entusiasta partidario de la Revolución Rusa, no hizo ningún esfuerzo por ocultar sus predilecciones políticas. Esto alarmó a los dirigentes de los países que visitó el director de cine soviético. Tras una serie de conferencias en un barrio obrero de Zúrich, la policía suiza obligó a Eisenstein a abandonar el país. El director también intentó organizar el doblaje de la película La línea general (también conocida como Lo viejo y lo nuevo) en Francia y Gran Bretaña, pero no encontró financiación para ello.
En el transcurso de su largo viaje por Europa, Eisenstein tuvo que emprender regularmente proyectos comerciales para ganar dinero con el que comprar un mendrugo de pan y pagar su techo. Por ejemplo, su grupo rodó el cortometraje Romance sentimental con dinero proporcionado por el joyero parisino Léonard Rosenthal. El empresario sólo accedió a financiar la película a condición de que su amante, Mara Griy, interpretara el papel principal.
Gracias a este trabajo, Eisenstein, Alexandrov y Tisse recibieron no sólo unos generosos honorarios, sino también la oportunidad de trabajar en una película sonora. Romance sentimental fue la primera película sonora en la carrera del director, aunque las críticas que recibió fueron desiguales.
Eisenstein también debía informar a Moscú de sus movimientos y enviar telegramas a la prensa soviética. Siempre existía el peligro de que se convirtiera en un “no retornado”, un ciudadano soviético que se marchaba al extranjero y rompía todos los lazos con la URSS. Eisenstein hizo todo lo posible para dar la impresión de que estaba en Europa como representante de la Unión Soviética, y no como director de cine independiente.
El sueño de Eisenstein de ir a Hollywood no se hizo realidad hasta finales de abril de 1930. Firmó un contrato con Paramount, obtuvo un visado estadounidense y partió hacia Estados Unidos. El director esperaba rodar varias películas, alternando las localizaciones entre la URSS y Hollywood. Fue una gran ingenuidad por su parte.
‘Rojos’ en América
Una de las primeras personas que los cineastas soviéticos conocieron en Estados Unidos fue Charlie Chaplin, la superestrella del cine mudo. Al enterarse de que el grupo dirigido por Eisenstein había llegado a Hollywood para aprender el cine sonoro, soltó una carcajada: “En Hollywood no se hacen películas, se hace dinero. El arte del cine debería aprenderse donde se hizo El acorazado Potemkin”. La anécdota fue relatada por Grigori Alexandrov en su libro de 1983 "La época y el cine".
Eisenstein visitaba con frecuencia la mansión de Chaplin. Casi todos los días jugaban al tenis, nadaban en la piscina y hablaban mucho de cine. El director soviético pensaba que Charlie y él eran muy parecidos. Ambos destacaban por su espíritu inquieto, eran adictos al trabajo y tenían algo de niños malhumorados y truculentos.
Lo único que preocupaba a Eisenstein era que no entendía por qué Chaplin llevaba una vida aburrida en Hollywood. En las reuniones sociales, las estrellas de cine siempre hablaban de lo mismo: propiedades, dinero, cotilleos y bridge. Él no veía nada interesante en ese modo de vida, y quería dar la impresión de ser exactamente lo contrario de todo eso.
Eisenstein también visitó el estudio cinematográfico de Walt Disney, de quien posteriormente escribió con admiración en más de una ocasión: “A veces me asusto cuando veo sus películas. Miedo por la perfección absoluta de lo que hace. Este hombre parece conocer no sólo la magia de todos los medios técnicos, sino también todas las hebras más secretas del pensamiento humano, las imágenes, las ideas, los sentimientos... Crea en el nivel conceptual del hombre aún no encadenado por la lógica, la razón o la experiencia... Una de las películas más asombrosas de Disney es su Merbabies. ¡Qué pureza y claridad de alma se necesitan para hacer algo así! A qué profundidades de la naturaleza intacta es necesario bucear con burbujas y niños como burbujas para alcanzar una libertad tan absoluta de todas las categorías, de todas las convenciones. Para ser como niños”. (Eisenstein on Disney, ed. Jay Leyda. Calcuta: Seagull Books, 1986, p. 2)
Paramount se jugaba mucho en su acuerdo con Eisenstein, y el departamento de relaciones públicas de la compañía empezó a promocionarlo en Hollywood. Fotografías del director soviético con estrellas de cine estadounidenses empezaron a llegar a la prensa, y los periódicos se llenaron de artículos elogiosos sobre su filmografía.
Simultáneamente, sin embargo, comenzaron a aparecer comentarios de signo opuesto. Un cierto Mayor Frank Pease distribuyó un folleto titulado Eisenstein, el mensajero del infierno de Hollywood. Inicialmente lo envió a las oficinas de Paramount, pero luego, sin esperar una respuesta del estudio de cine, lo distribuyó en las redacciones de los principales periódicos. En su folleto, Pease difamó a Eisenstein en todos los aspectos posibles, describiendo al director como un peligroso judío cosmopolita y acusándolo de todos los crímenes cometidos por los bolcheviques después de la Revolución.
Pease creía que Eisenstein era un agente soviético enviado a los Estados Unidos para lavarle el cerebro a los ciudadanos estadounidenses: “Si tu clero y tus eruditos judíos no tienen suficiente valentía para decírtelo, y tú mismo no tienes suficientes neuronas para comprenderlo, o suficiente lealtad hacia esta tierra que te ha dado más de lo que has tenido en la historia para evitar que importes a un perro rojo asesino como Eisenstein, déjame informarte que estamos haciendo todos los esfuerzos posibles para deportarlo. No queremos más propaganda roja en este país. ¿Qué intentas hacer, convertir el cine estadounidense en una cloaca comunista?”
A pesar de que el texto del folleto generó dudas sobre la salud mental del Mayor Pease, Eisenstein, el mensajero del infierno de Hollywood logró causar revuelo en la sociedad estadounidense. Al comentar sobre las actividades de Eisenstein en Hollywood, un periodista del Los Angeles Times escribió: “Paramount podría haber encontrado un director diferente y no haber importado de Rusia a alguien que hizo películas de propaganda por órdenes del gobierno ruso”.
Durante su medio año en América, Eisenstein escribió los guiones de las películas The Glass House, Sutter's Gold y An American Tragedy. Paramount rechazó las dos primeras por su subtexto anticapitalista, pero el estudio consideró que la tercera era muy prometedora. Incluso el autor de la novela original, Theodore Dreiser, elogió el proyecto del director soviético. Eisenstein planeaba ser pionero en el dispositivo del monólogo interno y transmitir el mundo interior del protagonista en la pantalla.
Sin embargo, en otoño de 1930, una ola de sentimiento antisoviético barrió los Estados Unidos. El congresista Hamilton Fish, un feroz anticomunista, inició una investigación sobre “actividades comunistas” en Hollywood, y Eisenstein fue incluido en su lista negra. Cuando el director soviético se presentó en las oficinas de Paramount, se le informó que ninguno de sus guiones sería convertido en película. La compañía anunció la terminación inminente de su contrato y acordó pagarle tres billetes de regreso a Moscú.
Más de un año había pasado desde que Eisenstein había emprendido su viaje internacional y aún no había rodado una sola película de larga duración. Pero no perdió la esperanza. Poco antes de su partida de América, el director soviético se reunió con el escritor y activista político de izquierda Upton Sinclair, quien aceptó financiar el nuevo proyecto de Eisenstein, una épica con el título de trabajo Película mexicana. Así, en diciembre de 1930, el grupo de cineastas soviéticos partió hacia México.
¡Que viva México!
El Fideicomiso Cinematográfico Mexicano que Sinclair estableció especialmente para el rodaje de la película de Eisenstein anticipaba que el director realizaría rápidamente una película pequeña que mostrara las costumbres mexicanas y los paisajes exóticos siguiendo el estilo de un folleto turístico. Sin embargo, desde el principio las cosas no salieron según lo planeado.
En marzo de 1929, el gobierno mexicano prohibió el Partido Comunista y también prohibió la entrada al país de comunistas. Dos semanas después de su llegada a México, Eisenstein, Alexandrov y Tisse fueron detenidos para ser interrogados. Fueron puestos en libertad bajo fianza gracias a Mary Craig Sinclair, la esposa de Upton Sinclair. Ella organizó una campaña para liberar a Eisenstein, con el apoyo de Charlie Chaplin, Albert Einstein, Douglas Fairbanks, George Bernard Shaw y dos senadores de los Estados Unidos. Tras recibir una serie de telegramas de personas influyentes, la policía decidió liberar al grupo de Eisenstein y los cineastas soviéticos fueron declarados huéspedes de honor de México.
En México, Eisenstein pasó mucho tiempo con Diego Rivera, a quien había conocido en Moscú en 1928. El artista presentó a su invitado a su esposa Frida Kahlo y también a Roberto Montenegro y Jean Charlot. El director de cine soviético quedó bajo el fuerte hechizo de la cultura mexicana y se dio cuenta de que quería hacer algo más grande que simplemente una película bonita pero superficial para turistas.
Filmó escenas de corridas de toros y fiestas en Puebla y Guadalupe, y visitó Taxco y Acapulco. En la Península de Yucatán, se sumergió en la historia de la civilización maya, comprometiéndose a filmar la poderosa cultura del México precolonial. En la costa del Pacífico, en Tehuantepec, quedó cautivado por los paisajes tropicales y observó las costumbres de la sociedad matriarcal local.
Eisenstein amplió significativamente el alcance de la película y cambió su título a ¡Que viva México! La línea argumental se dividió en una serie de historias que abarcan varias eras históricas. Pero los planes napoleónicos de Eisenstein no fueron bien recibidos por Sinclair; la filmación se alargaba y el presupuesto se disparaba. En septiembre, el patrocinador de Eisenstein exigía que fijara una fecha definitiva para terminar el trabajo en la película. Además, Sinclair envió un telegrama a Moscú pidiendo a la dirección soviética que le reembolsara en parte el dinero que había gastado en la película.
Las relaciones de Eisenstein con el gobierno soviético también se habían deteriorado para entonces. En el verano de 1931, Borís Shumiatski, jefe de Soyuzkino, le aconsejó enérgicamente que regresara a casa, pero el director de cine ignoró el telegrama. Pronto quedó claro que su decisión había sido un error. En noviembre, Sinclair recibió una comunicación de Stalin mismo (en inglés) con el siguiente contenido: “Eisenstein ha perdido la confianza de sus camaradas en la Unión Soviética. Se cree que es un desertor que rompió con su propio país. Temo que la gente aquí pronto perderá interés en él. Siento mucho que todos lo afirmen como un hecho. Te deseo lo mejor y que cumplas tu plan de venir a vernos. Saludos, Stalin”.
A principios de 1932, Sinclair canceló toda financiación para la película. Y así fue como Eisenstein nunca completó su épica mexicana, entregando 80,000 metros de material filmado a su patrocinador. El director esperaba que el gobierno soviético comprara el metraje a Sinclair, lo que le permitiría llevar a cabo la edición en Moscú, pero esto no sucedió.
Los estudios de Hollywood posteriormente utilizaron el metraje mexicano de Eisenstein en varias películas (Thunder over Mexico, Viva Villa!, Death Day y Time in the Sun), pero todas distorsionaron significativamente las intenciones del cineasta. En la Unión Soviética, ¡Que viva México! se estrenó después de la muerte de Stalin y solo en 1979. La película fue editada por el entonces anciano Grigori Alexandrov, quien buscó aproximar esta versión lo más fielmente posible al concepto original de su mentor.
Eisenstein regresó a Moscú en mayo de 1932 con una fría recepción. Solo logró restaurar su reputación seis años después cuando realizó la película patriótica Alejandro Nevski, pero nunca se convirtió en un cineasta completamente conforme ideológicamente.
En 1946, Stalin le resultó chocante el subtexto ideológico de Iván el Terrible, Parte II. A Eisenstein se le prohibió filmar cualquier otra cosa hasta que la película fuera revisada. Su alejamiento del cine le afectó mucho y esto tuvo un efecto en su salud. Serguéi Eisenstein murió de un ataque al corazón en 1948, a la edad de 50 años. Permanecer fiel a sus ideas, sin embargo, lo había convertido en uno de los más grandes directores de cine de la historia, pero también fue su perdición.
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