De Baden-Baden a Berlín: Ciudades alemanas en las que vivieron escritores rusos

Russia Beyond (Teatro de Baden-Baden, 1898, Baden-Wurttemberg, Baden, Teatro / Sepia Times/Universal Images Group via Getty Images; V.Lauffert / Dominio público)
Muchos autores rusos se inspiraron en los viajes por Europa y acabaron viviendo en países europeos durante largos periodos de tiempo. Uno de los destinos más populares era Alemania, que atraía a los hombres de letras con su cultura, educación y balnearios. ¿Qué huella dejaron las ciudades alemanas en la vida de los autores rusos?

Muchos autores rusos se inspiraron en los viajes por Europa y acabaron viviendo en países europeos durante largos periodos de tiempo. Uno de los destinos más populares era Alemania, que atraía a los hombres de letras con su cultura, educación y balnearios. ¿Qué huella dejaron las ciudades alemanas en la vida de los autores rusos?

Baden-Baden

Vista del Baden-Bden

La “capital veraniega de Europa”, como se conocía a Baden-Baden en el siglo XIX, fue frecuentada por muchos escritores rusos, como Lev Tolstói, Fiódor Dostoievski, Nikolái Gógol y Antón Chéjov. Los rusos eran muy populares aquí. “Ninguna otra nación puede superarles en cuanto a cortesía, buen gusto, elegancia y opiniones liberales”, observaba el periódico local Badenblatt.

La popularidad de la ciudad entre los escritores comenzó con Vasili Zhukovski, un poeta que introdujo el romanticismo alemán en Rusia, tradujo a Goethe, Schiller y los hermanos Grimm, y fue tutor del heredero al trono de emperador Alejandro II. En 1827 visitó Baden-Baden de camino a París y en 1848 se instaló aquí con su prometida alemana, Elisabeth von Reutern, para mejorar su salud. Su boda tuvo lugar en otra ciudad alemana, Düsseldorf.

Paseo marítimo en Baden-Baden, 1860

En Baden-Baden Zhukovski pasó los últimos años de su vida. Se le atribuyen las siguientes palabras: “Un lugar marcado por Dios, donde no hay absolutamente ninguna contradicción entre la naturaleza y la civilización, en cualquier época del año es un poco de paraíso en la tierra”.

Iván Turguénev también tenía la intención de establecerse aquí. Uno de los autores rusos más importantes del siglo XIX, vivió muchos años en Europa. Llegó a Baden-Baden persiguiendo a la mujer que amaba (la cantante de ópera Pauline Viardot) y vivió aquí de 1863 a 1870, construyendo una villa que se convirtió en el centro cultural de la ciudad. La acción de su quinta novela, Humo, se desarrolla en Baden-Baden.

Casino en Baden

Los escritores también se sentían atraídos por el casino local, donde muchos eminentes hombres de letras perdían su dinero con frecuencia. El poeta y diplomático Piotr Viázemski fue incluso retirado del servicio diplomático por jugar en las mesas de la ruleta. Lev Tolstói, cuando visitó la ciudad balneario en 1857, perdió todo su dinero en el casino, pidió prestado más a unos conocidos y luego también lo perdió. No volvió a visitar Baden-Baden. Pero Fiódor Dostoevski visitó el lugar en más de una ocasión. En 1863 perdió el dinero de su amante junto con el suyo propio, y en 1867 se jugó no sólo su dinero, sino también su traje, las alianzas y el vestido de su mujer.

Tanto Tolstói como Dostoievski reflejaron sus experiencias en los casinos alemanes en sus respectivas obras, Anna Karénina y El jugador. Baden-Baden se considera incluso la tercera ciudad de la literatura rusa por la frecuencia de sus referencias. La ciudad balneario guarda el recuerdo de sus famosos visitantes rusos; por ejemplo, se han erigido aquí bustos de Turguénev, Dostoievski y Zhukovski.

Wiesbaden y Bad Homburg

'El jugador' de Fiódor Dostoievski, edición alemana

Estas dos ciudades eran lugares que los escritores visitaban por un tiempo, en lugar de vivir en ellas durante mucho tiempo. Al igual que Baden-Baden, eran localidades que atraían al visitante con sus manantiales curativos y sus casinos. Las tres ciudades aseguran ser prototipos del ficticio Roulettenburg en el que se desarrolla la trama de la novela de Dostoievski El jugador. En Wiesbaden, en 1862, el autor jugó por primera vez a la ruleta, y la última vez que lo hizo fue también aquí: en 1871.

La adicción al juego de Dostoievski le haría perder casi todo su dinero, así como su tiempo libre, en el casino. En 1865, perdió tanto dinero que el hotel en el que se alojaba se negó a proporcionarle alojamiento: el escritor sólo recibía pan, té y, ocasionalmente, velas. Dostoievski tuvo que escribir a sus amigos pidiéndoles que le prestaran dinero y se lo enviaran para que el hotel le dejara salir de sus instalaciones. Y sin embargo, fue en estas difíciles circunstancias cuando comenzó a trabajar en una de sus principales novelas, Crimen y castigo.

Berlín

Calle Unter den Linden en Berlín, años 20

La Universidad de Berlín era famosa en el siglo XIX como un importante centro académico europeo. Turguéniev soñaba con llevar una carrera académica en su juventud y vino a estudiar aquí porque las universidades rusas no ofrecían cursos suficientemente profundos en su campo de interés, la filosofía. Tras haber estado en la capital prusiana hasta 1841, regresó allí seis años después en pos de su enamorada, Pauline Viardot. El Berlín de entonces le pareció a Turguéniev una ciudad algo provinciana, pero el escritor también percibió allí “grandes cambios internos”. “Berlín todavía no es una capital; al menos, carece de cualquier rastro de la vida de una capital, aunque uno sigue sintiendo, después de pasar un tiempo aquí, que está en uno de los centros o focos del movimiento europeo”.

En la Confederación Alemana reinaba entonces un ambiente prerrevolucionario, y fue un cambio que notó Turguéniev. “La gente parece estar esperando algo aquí, todo el mundo está pendiente de lo que va a pasar. Pero las cervecerías (Bier-Locale es el nombre de las salas donde se bebe esa bebida vil y despreciable) también están llenas de las mismas caras; los conductores de taxis llevan los mismos sombreros antinaturales; los oficiales son igual de rubios y altos, y pronuncian la letra ‘r’ con la misma negligencia; parece que todo sigue como antes”.

Tras la Revolución de 1917, una nueva generación de escritores rusos comenzó a acudir a Berlín, convirtiéndola en uno de los mayores centros de emigración rusa y en la capital literaria de la diáspora rusa. Entre ellos, Maxim Gorki, que posteriormente se convertiría en el principal bardo del Estado soviético; el autor de Doctor Zhivago, Borís Pasternak; y muchos otros, vivieron y trabajaron aquí.

Vladímir Nabókov vivió aquí durante 15 años, de 1922 a 1937, publicando sus primeros versos y novelas, casándose y siendo padre. Muchas de sus obras están ambientadas, en una u otra medida, en Berlín. Según sus biógrafos, no le gustaba demasiado la ciudad. En su obra, Berlín siempre fue retratada con colores sombríos y apagados. Esto es lo que Nabókov escribió a su mujer: “Querida, entre los pequeños deseos secundarios puedo mencionar éste, uno antiguo: dejar Berlín, y Alemania, para trasladarme al sur de Europa contigo. La idea de pasar otro invierno aquí me horroriza. <...> Preferiría la provincia más remota de cualquier otro país a Berlín”.

Dostoievski, que estuvo en Berlín casi una decena de veces (aunque nunca por mucho tiempo) también encontró pocos motivos para entusiasmarse con la ciudad: “Desde el primer vistazo me di cuenta de que Berlín se parece increíblemente a San Petersburgo... Diablos, pensé para mis adentros: ¿realmente merecía la pena aguantar dos días y noches enteras dando vueltas en un vagón de tren sólo para ver lo mismo que acababa de dejar atrás?”

Marburgo

Marburgo, años 20

En 1736, un trío de estudiantes rusos se presentó con una carta de presentación al distinguido profesor de la Universidad de Marburgo Christian Wolff. El mayor de ellos, Mijaíl Lomonósov, pasaría a la historia rusa como poeta, científico y enciclopedista con profundos conocimientos en muchos campos científicos.

Wolff destacó la capacidad, la diligencia y el mérito académico de Lomonósov, pero las aventuras del poeta y sus compañeros no se limitaron a sus estudios. Al descubrir los atractivos de la bulliciosa vida estudiantil de Marburgo, los tres se lanzaron de cabeza a la juerga. Se divirtieron, se gastaron el dinero y se metieron en peleas. Como los estudiantes alemanes llevaban constantemente espadas, Lomonósovv llegó a practicar esgrima. En consecuencia, fue amonestado por sus supervisores en San Petersburgo, que no aprobaban que gastara dinero en profesores de esgrima y baile o en “trajes y frivolidades vacuas”.

Casi 200 años después, en 1912, Borís Pasternak, de 22 años, asistía a la misma universidad. En una carta a su familia, escribió que la ciudad había conservado la atmósfera de la época en que Lomonósov había estado allí. “Aquí no hay ‘restos’ del viejo Marburgo. Estoy estudiando en el viejo Marburgo”. Marburgo podría describirse como un punto de inflexión en la vida del poeta Pasternak: Aquí renunció a sus planes de hacer una carrera académica y se convirtió en un escritor maduro. Un poema cuyo título lleva el nombre de la ciudad cierra esta primera etapa de su obra poética. Se basa en los propios problemas amorosos del poeta.

Durante sus estudios en Marburgo, Pasternak recibió la visita de las hijas del poderoso magnate ruso del té, David Wissotzky. El poeta había sido su tutor en Moscú, sin olvidar que su padre, el famoso artista Leonid Pasternak, había pintado el retrato de su padre.

Pasternak llevaba muchos años enamorado de la hermana mayor, y decidió dar a conocer sus sentimientos justo cuando iban a partir, pero fue rechazado. Dominado por sus sentimientos, saltó al estribo del tren expreso en el que partían las hermanas Wissotzky. Las chicas tuvieron que rescatar al poeta del revisor, pagaron su billete y los tres llegaron juntos a Berlín. Aquí Pasternak se bajó del tren y pasó toda la noche sollozando en un hotel barato, y por la mañana regresó a Marburgo.

Badenweiler

Un monumento a Antón Chéjov en Badenweiler

Esta pequeña ciudad turística entró en los anales de la literatura rusa por ser el lugar donde murió el dramaturgo Antón Chéjov. El escritor, médico de profesión, había padecido tuberculosis en su juventud. El duro trabajo, su situación económica, los frecuentes traslados en circunstancias desfavorables y también el constante aplazamiento del tratamiento no hicieron sino agravar su estado.

El escritor de 44 años llegó a Badenweiler con su mujer en 1904. Su estado de salud mejoró, pero no por mucho tiempo; incluso se le pidió a Chéjov que se mudara de su hotel porque su fuerte tos alarmaba a los demás huéspedes. La ciudad le causó una impresión mixta. En sus cartas, Chéjov, por un lado, hablaba muy bien del paisaje local y de las buenas condiciones de vida en el complejo, pero, por otro, se quejaba del aburrimiento y arremetía contra los alemanes (¡y en particular contra las mujeres alemanas!) por su falta de gusto y “la placidez y el orden alemanes”.

El escritor soñaba con viajar a Italia y hacía planes para un viaje en barco de vapor, pero nunca llegó a verlos realizados: Una noche se sintió tan mal que, por primera vez, según recuerda su mujer, pidió un médico. Chéjov se dirigió al médico en alemán, un idioma que apenas conocía, y le dijo: “Ich sterbe [me estoy muriendo]”. Después sonrió a su mujer, bebió una copa de champán y murió en paz. El primer monumento del mundo a Chéjov se inauguró en Badenweiler cuatro años después.

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