Cuando los escritores más famosos retrataron la vida de las prostitutas en la Rusia Imperial

Maxim Dmitriev/Dominio público
La imagen pública la mujer llevada por el mal camino ha cautivado durante mucho tiempo a los principales escritores rusos. Al describir la vida de sus personajes de ficción, los novelistas masculinos no podían soportar hacer la vista gorda ante locuras y vicios de la sociedad como la injusticia, la pobreza, la elección moral y la libertad femenina.

Si es cierto que detrás de cada hombre de éxito siempre hay una mujer fuerte, también se podría decir que detrás de cada mujer de vida disoluta suele haber un hombre débil que la empujó.

Las hermanas Gustova, cantantes de cabaret

El propio tema de la prostitución ha estado históricamente lleno de frustraciones, vergüenzas y desgracias. La prostitución se legalizó en la Rusia Imperial en 1843. Si antes, en 1832, el comercio sexual estaba oficialmente prohibido (y tanto los propietarios de los burdeles como las prostitutas eran castigados con estrictas multas y hasta el látigo), sólo diez años después, gracias a los esfuerzos del ministro del Interior, el conde Lev Perovski, el zar Nikolái I reconoció finalmente el trabajo sexual como una actividad en cierto modo lícita.

Retirada del pasaporte interno de la prostituta a cambio de una tarjeta de identidad amarilla, o ‘ticket’.

Todas las prostitutas debían registrarse en la policía, retirándose el pasaporte interno de la mujer a cambio de una tarjeta de identidad amarilla, o ‘ticket’.

El número de burdeles comenzó a multiplicarse. En 1852, había “sólo” 152 burdeles en San Petersburgo, en los que trabajaban 884 mujeres. Sin embargo, en 1879 ya había 206 prostíbulos con 1.528 meretrices. Las prostitutas debían someterse regularmente a vergonzosos exámenes médicos. El objetivo principal era la erradicación de la sífilis.

Sin embargo, a principios del siglo XX, debido a la presión pública, el número de burdeles había disminuido drásticamente. En 1909, sólo quedaban 32 en San Petersburgo. Sin embargo, esto no significa que hubiera menos prostitutas. Sólo que cada vez más mujeres comenzaron a trabajar “por su cuenta”.

Tras la revolución bolchevique de 1917, el gobierno soviético prohibió la prostitución.

Fiódor Dostoievski y ‘Crimen y castigo’

Sonechka Marmeládova, de Crimen y castigo de Dostoievski, es sin duda la prostituta más conocida en el ámbito de la literatura rusa.

La actriz, Tatiana Bedova, como Sonechka Marmeládova en

Fiódor Dostoievski abrió un nuevo camino al presentar a la heroína pecadora como la encarnación de la virtud, la sabiduría y la inocencia. Sonechka es descrita como una “bonita rubia con maravillosos ojos azules, fijados con una mirada pétrea de terror”.

La única hija de un consejero titular, Marmeládova, se ve obligada a vender su cuerpo para salvar a su familia de la inanición. La muchacha, que aún no ha cumplido los 18 años, mantiene a su padre alcohólico y a su madrastra enferma con sus tres hijos, mientras sufre largos abusos verbales por parte de sus numerosos familiares.

Anteriormente, Sonia había intentado trabajar como costurera, pero ese trabajo le reportaba poco o ningún dinero.

“... ¿cuánto puede ganar, en su opinión, una chica pobre pero honesta con un trabajo honrado? Si es honesta y no tiene ningún talento especial, no ganará ni 15 kopeks si trabaja incansablemente... “, se queja el padre de Sonia, desempleado e irresponsable.

Crimen y castigo está ambientada en el San Petersburgo de la década de 1860. Para encontrar un cliente solvente, Sonechka Marmeládova tiene que llevar un atuendo que muestre claramente quién es y a qué se dedica en la calle: ·Ella también iba en harapos; su atuendo era penoso, pero decorado al estilo de la calle, al gusto y a las reglas que prevalecen en su propio mundo especial, con un propósito brillante y vergonzosamente destacado. <...>”

La pobre chica es el único sostén de la familia. Por eso Rodión Raskólnikov la llama un pozo de agua, del que la familia Marméladov se aprovecha sin una pizca de conciencia. “¡Qué pozo han conseguido cavar! ¡Y todos lo utilizan! ¡Lo hacen! ¡Cómo se han acostumbrado! Lloraron y luego se acostumbraron. Un canalla siempre se acostumbra a todo!”

Cuando conoce a Rodión, Sonia se ha desenamorado de su propia vida. Pero es su ternura la que ayuda a Raskólnikov a expiar los tormentos del pasado. Un día, él cae de rodillas ante ella llorando. “Han resucitado por el amor, el corazón de uno contenía infinitas fuentes de vida para el otro”, concluye Dostoievski en su obra maestra de culto.

La actriz, Tamara Siómina, como Katiusha Maslova en

Dostoievski no fue el único que se asomó a la vida de una mujer caída. Su coetáneo, Lev Tolstói, tomó la pluma para compartir su visión de la prostitución en su Resurrección, escrita entre 1889 y 1899, bajo el mandato del zar Nicolás II.

Katiusha Maslova, la protagonista de la novela, es huérfana. Hija de un criado soltero y de una gitana, Katiusha crece en casa de dos ancianas nobles, trabajando como criada. A los 16 años, se enamora de un joven aristócrata, Dmitri Nejliudov, que la seduce, pagando 100 rublos por el coito, y luego la deja.

Las cosas se ponen cada vez peor. Katiusha se queda embarazada, no tiene dónde ir, pierde a su hijo y acaba en un burdel, con los ojos “negros como grosellas mojadas”.

Paradójicamente, la joven desdichada no se avergüenza de su nuevo estatus e incluso se enorgullece de él, hasta cierto punto.

“Normalmente, se piensa que un ladrón, un asesino, un espía, una prostituta, reconociendo su profesión como perniciosa, debería avergonzarse de ella. Ocurre lo contrario. Las personas que han sido colocadas en una determinada posición por el destino, por sus pecados o por sus errores, por muy equivocados que estén, se forman una visión de la vida tal, que su posición les parece buena y respetuosa”, escribió Tolstói en Resurrección.

Tolstói causó sensación al mostrar los problemas de la prostitución desde un punto de vista humano. Resultó tan convincente que la feminista revolucionaria Rosa Luxemburg escribió en su artículo, titulado El alma de la literatura rusa, que “el artista ruso [Tolstói] no ve en una prostituta a una ‘mujer corrupta’, sino a una persona cuya alma, que sufre y lucha internamente, pide la compasión del artista”.

De hecho, la historia de Dimitri Nejliudov y Katiusha Maslova parecía ser autobiográfica. Tolstói escribió en sus diarios que en su juventud “llevaba una vida muy mala”, señalando que dos acontecimientos de su vida le atormentaban: “Una relación con una campesina de nuestro pueblo antes de mi matrimonio... El segundo fue un crimen que cometí con la criada Gasha, que vivía en casa de mi tía. Era inocente, la seduje, la echaron y murió”.

Alexánder Kuprín y ‘El burdel’

Reproducción fotográfica de la ilustración de Iliá Glazunov para

El burdel provocó una avalancha de críticas cuando vio la luz por primera vez en 1909. Mientras trabajaba en la historia, el responsable de El desafíopuso bajo la lupa la prostitución en el Imperio ruso. El escritor abordó el delicado tema con racionalidad y sentido común.

Sin embargo, tras la publicación de la primera parte de la novela, Kuprín recibió una gran cantidad de comentarios negativos. Muchos condenaron su historia sobre prostitutas en un burdel. El escritor fue calificado de “pornógrafo, pervertidor de la juventud y autor de sucios libelos sobre los hombres”.

Mientras que los censores estatales calificaron la novela de “inmoral e indecente”, el escritor de literatura infantil Kornei Chukovski dijo que El burdel “una bofetada a toda la sociedad moderna”.

Kupríndescribió la vida de las prostitutas rusas con empatía y comprensión. Hombre íntegro, valiente y con principios, en su juventud Kuprín había arrojado por la borda a un alguacil borracho, después de que éste insultara verbalmente a una camarera. Kuprín nunca toleró ninguna injusticia contra el “sexo débil”.

La protagonista de El burdel, una prostituta llamada Zhenia, se infecta de sífilis y, en una emotiva historia de venganza, decide infectar deliberadamente a todos los que pueda, hasta que conoce a un amable caballero llamado Kolia, que la trata con un respeto inesperado.

“Nosotras, a las que primero priváis de la inocencia, echáis de casa y luego pagáis dos rublos por visita, siempre... os odiamos y nunca sentimos pena, ¿entiendes?” exclama Zhenia en la novela. Su concisa confesión dice mucho sobre el destino de las prostitutas en la Rusia Imperial.

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