Durante mucho tiempo a los rusos se les ha dado extraordinariamente bien la descripción del estado de la mente humana. Intenta (re)leer Anna Karénina, Crimen y castigo o La gaviota. Seamos honestos, si llegas a la página 140, estás en buena forma. Aunque no veas la luz al final del túnel, ¡no te tires a las vías del tren! Sigue adelante y verás que quizá te costó un poco por alguna razón.
Los rusos tienen una reputación por su excelencia en la ficción. Confía en ellos, de lo contrario tendrás que irte a la cama sin saber lo que le pasó a la aspirante a actriz Nina Zarechnaia, personaje de La Gaviota de Antón Chéjov. Sin embargo, “en la literatura, como en el sexo, lo más interesante está entre líneas”, dijo una vez el escritor satírico Mijaíl Zhvanetski con un toque de ironía.
Aunque la afirmación de que la literatura rusa es “deprimente” suene contundente solo es convincente en la superficie. Por la misma lógica, cuando el detective hace al sospechoso una pregunta capciosa, espera que este le dé las claves de manera accidental. ¡Ni hablar!
No es exagerado decir que la literatura clásica rusa ha hecho felices a generaciones de ratones de biblioteca. Además, si es cierto que la felicidad y la cordura no van de la mano, también es seguro decir que un drama serio puede ser edificante para todas las partes involucradas. El escritor Vladímir Nabokov dijo que Chéjov escribía “libros tristes para gente con sentido del humor”, porque “sólo un lector con sentido del humor puede apreciar verdaderamente su tristeza”.
Del mismo modo, quienes suscriben la idea de que leer El idiota de Dostoievski puede ser en ocasiones frustrante, tendrán que estar de acuerdo en que no es una novela deprimente en sí misma, sino, paradójicamente, una novela esperanzadora. Tal vez porque el sufrimiento y la soledad también pueden enseñar alegría y optimismo.
¿Por qué es deprimente la literatura rusa? Se trata, más bien, de una pregunta retórica. Sucede que los rusos tienen una inclinación por el drama. La literatura rusa ha tocado generosamente los temas de:
- la soledad (Las tres hermanas de Antón Chéjov) y el exilio (Recuerdos de la casa de los muertos de Fiódor Dostoievski),
- el sufrimiento (Vida y destino de Vasili Grossman) y tormento (Un día en la vida de Iván Denísovich de Alexánder Solzhenitsyn),
- la debilidad (Almas muertas de Nikolái Gógol) y crueldad (Mumu de Iván Turguéniev),
- la fe (Los hermanos Karamazov de Fiódor Dostoievski) y el cambio (Guerra y paz de Lev Tolstói),
- la supervivencia (Doctor Zhivago de Borís Pasternak), la pereza (Oblómov de Iván Goncharov) y la estupidez (El pueblo de Iván Bunin),
- la muerte (Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov) y la desesperación (La zanja de Andréi Platónov).
Generaciones de rusos han pasado décadas de sobresaltos: la guerra contra Napoleón, dos devastadoras Guerras Mundiales, la Revolución bolchevique, los horrores del régimen totalitario y los gulags soviéticos, todos ellos son eventos ocurridos en un pasado no tan lejano...
Pero, ¡oh, sorpresa!, del sufrimiento han surgido los más grandes narradores de historias, como si la agitación fuera un catalizador de la inquietud intelectual. Contrariamente a la creencia popular, cuando se producen las tragedias, los más grandes genios de la literatura de Rusia no adormecían su dolor emocional con botellas de vodka, sino con masivas dosis de sabiduría. Las decepciones y las penas no les privaron de dignidad, sino que moldearon sus almas. El sufrimiento y la miseria animaron a muchos a escribir. Algunos de los novelistas más venerados de Rusia, como Mijaíl Bulgákov, Antón Chéjov o Vasili Aksiónov, llegaron a la literatura desde la medicina. Sabían de primera mano que un diagnóstico oficial raramente capta la experiencia real de una persona.
En lugar de poner etiquetas de advertencia a la literatura rusa, pensemos que ayuda a aliviar la depresión, a curar fobias y, a veces incluso, a curar traumas infantiles. “Nos curamos de un sufrimiento solo si lo experimentamos en su totalidad”, dijo Marcel Proust. El hombre que pasó su vida En busca del tiempo perdido nunca estuvo en Rusia, pero prometió “permanecer siempre leal” a la patria de Tolstói y Dostoievski.
Recuerden, “nunca se llega a ninguna verdad sin cometer catorce errores y muy probablemente ciento catorce”, se dice en Crimen y castigo, una de las más grandes novelas jamás escritas.
Acusar a la literatura rusa de ser “deprimente” es tan injusto como avergonzar a una mujer diciendo que está gorda. Para empezar, avergonzar a alguien no lo hace más delgado. No es un crimen, es una elección. Y además, nadie, incluida la OMS, te obliga a leer Doctor Zhivago.
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