Una de las narraciones más famosas sobre vampiros (llevada en tres ocasiones a la gran pantalla), es 'La familia del vurdalak' (Semiá Vurdalaka) (1839) de Alexéi Tolstói. Y es que el temor a los no muertos fue tradicionalmente muy grande en las vastas llanuras del Imperio ruso. Si un día te encuentras con un vampiro eslavo, quizás puedas usar las técnicas ancestrales explicadas a continuación.
En muchas aldeas, después de un funeral, los miembros de la familia observaban diversas precauciones. Se cubrían el rostro con máscaras, regresaban a sus casas dando grandes rodeos y no miraban nunca hacia atrás.
Los tradicionales vampiros rusos, llamados viesczy, upierczi o upires, tenían la pésima costumbre de aparecer entre el mediodía y la medianoche. A estos seres se le concedían unos atributos míticos, tales como el de sentir un especial placer al devorar corazones.
Otro perverso hábito de estos vampiros era sustituir el órgano cardíaco de los inocentes campesinos por uno de gallo, con lo que estos (que según esta superstición sobrevivían al extraño trasplante) desarrollaban una verdadera fobia hacia los emplumados animales.
W.R.S. Ralston escribía en sus Russian Folk Tales (1873): “Las regiones del Imperio ruso en las que más dominó la creencia en los vampiros son la Rusia Blanca y Ucrania. Sin embargo, el lívido chupador de sangre, el upir, cuyo nombre se ha naturalizado en tantas otras tierras extranjeras adoptando formas parecidas a nuestro 'vampiro', perturba la mentalidad campesina en muchas otras partes de Rusia (…)”.
Las numerosas tradiciones que se han mezclado con la idea original varían bastante según la localidad, pero no son nunca radicalmente contradictorias. Hay algunos detalles muy curiosos. Los naturales de Rutenia (actual Ucrania) sostienen que si las manos del vampiro están entumecidas por una larga permanencia en el sepulcro, hace uso de sus dientes, duros como el acero, para liberarse, royendo los obstáculos que le obligan a permanecer en su encierro. Lo primero que hacía al salir era acabar con los pequeños que encontraba en la casa elegida, matando después a los moradores de más edad.
A estacazos con el vampiro
La mística escritora, ocultista y teósofa rusa Helena Petrovna Blavatsky relataba en su obra más famosa Isis revelada (1910): “A principios del siglo XIX tuvo lugar en Rusia uno de los más escalofriantes casos de vampirismo que se recuerdan.
“El gobernador de la provincia de Tch... era un hombre de unos 60 años, cruel y celoso. Revestido de despótica autoridad, imponía sus mandatos y su tiranía sin freno, según el dictado de sus bajos instintos. Se enamoró de la bonita hija de un funcionario subordinado suyo y a pesar de que la muchacha estaba prometida a un joven al que amaba, el tirano obligó a su padre a acceder a su boda”.
Al poco de casarse, al hombre cayó enfermo y a la hora de su muerte le hizo prometer a la joven que no volvería a casarse, promesa que ella no cumplió. La noche de su segunda boda, un gran alboroto despertó a los invitados, que corrieron a la habitación de la novia.
Continúa narrando Blavatsky. “El cuerpo de la mujer aparecía amoratado y negro en distintas partes, como si hubiera sido pellizcado; de una pequeña herida del cuello manaba un hilo de sangre. Cuando recuperó las fuerzas declaró que su difunto marido había irrumpido con violencia en la habitación, que su aspecto era el mismo que tuviera en vida, excepto que estaba horriblemente pálido, y que le había echado en cara su inconstancia, golpeándola con saña”.
Ni corto ni perezoso, y siendo bastante claro el origen del mal, el arzobispo tomó una decisión drástica.
“Decidió ensayar el último recurso: exhumar el cuerpo y clavar una estaca en su corazón. Todo se efectuó con gran ceremonial religioso en presencia de toda la población. El cadáver parecía estar repleto de sangre, rojas las mejillas y los labios. Al dar el primer golpe a la estaca, el difunto gobernador profirió un gruñido al tiempo que un chorro de sangre salía hacia el cielo proyectado con fuerza. El arzobispo pronunció el exorcismo de ritual, se enterró de nuevo el cadáver y a partir de aquel momento no se oyó hablar más del vampiro.”
Era menester que la estaca con la que debía atravesarse el pecho del vampiro lo hiciese al primer intento. De resultar fallido podría resultar fatal para el ejecutor, ya que el vampiro supuestamente volvería a la vida. Es interesante resaltar que esta idea se encuentra a menudo en los cuentos rusos y otros relatos eslavos en los que el héroe es advertido de la necesidad de herir al monstruo al primer intento.
Otras formas de matar a un vampiro
Volviendo al Russian Folk Tales de Ralston, aparece otra narración en la que un soldado licenciado liberaba una aldea de un hechicero que, tras morir y volver como vampiro a la aldea, cometía todo tipo de tropelías contra sus antiguos vecinos. Tras localizar al brujo no-muerto, el militar consiguió sacarle el secreto de su propia exterminación.
“(…) Cualquiera que haga una hoguera con ramas de álamo, con cien brazadas de ellas, y me eche al fuego, puede acabar conmigo. Sólo debe tomarse la precaución de vigilar los alrededores de la hoguera mientras me quemo, porque de mi interior saldrían serpientes, gusanos y distintas clases de reptiles, que atraerían a cuervos, urracas y grajos. Todos los que apareciesen tendrían que ser abatidos y echados al fuego. De escapar una sola larva, no conseguirían eliminarme. ¡Escaparía en el interior de la larva!”.
Cuando el lenguaraz hechicero se disponía a acabar con el soldado, este le advertía de que no era tan fácil acabar con “un hombre que sirve a Dios y al Zar”. Tras una feroz lucha, el canto del gallo al amanecer hacía huir a la maligna criatura, por lo que el decidido militar recurría a los enfurecidos habitantes del pueblo para darle caza.
“A partir de entonces volvió a reinar la paz en la aldea”.
Tanto brujas como hechiceros eran temidos después de muertos. Se les suponía hambrientos y se creía que surgían de sus tumbas atraídos por la carne de los guardianes apostados alrededor.
Para evitar esta eventualidad se les colocaba, bien sujetos por medio de bandas de acero, dentro del féretro y se leían pasajes de la Biblia durante toda la noche. Se describía un círculo mágico alrededor del lector, quien sostenía en una mano un gran martillo que simbolizaba la fuerza de la ira de Dios.
Dudley Wright, en su libro Vampires and Vampirism, nos transmite la siguiente historia que dice haber obtenido en los archivos del Gobierno de Járkov:
“Una vez, hace muchos años, murió un terrible pecador. Su cuerpo fue llevado a la iglesia y se encargó al sacristán que leyera salmos junto al féretro. El hombre tomó la precaución de llevar con él un gallo. A medianoche, cuando el muerto se incorporó en el ataúd con las fauces abiertas de par en par para atacar al sacristán, éste pellizcó al gallo, que emitió su característico cacareo. Al momento el muerto cayó de espaldas al suelo, inerme.”
Gallos y palas
Löwenstimm en su libro: Aberglaube und Strafrecht (1897) contaba como los habitantes de Jelischanki, en el distrito de Sarátov, tiraron al río el cuerpo de un alcohólico que creían un upyr. Era el año 1889. Sin embargo en 1883 habían sido los de un pueblo (deletreado en el libro como Begitowskij) en distrito de Stavrópol, los que abrieron la tumba de un loco suicida para quemar el cadáver. Sospechaban que se trataba de un vampiro.
Diez años más tarde los caza-vampiros rusos volvieron a actuar en el pueblo de Tashtamakova al abrir la tumba de una bruja llamada Marina Kuskmin. Clavaron una estaca de roble en el pecho del cadáver de la supuesta bebedora de sangre y volvieron a enterrarlo.
Aparte del tradicional fuego o la estaca, otro sistema usado en el Imperio ruso para exterminar al vampiro fue la menos poética (pero más práctica) pala de sepulturero.
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