A mediados del siglo XIX San Petersburgo era un lugar bastante rebelde. El peso de la ley cayó sobre decenas de personas y las prisiones de la ciudad no daban abasto.
Antoni Tomishko fue el primer arquitecto especializado en prisiones de Rusia y el encargado en diseñar la prisión de Krestí. Antes de embarcarse en el proyecto, estudió las cárceles que había en Europa.
Krestí se inspiró en el panóptico diseñado por el teórico social inglés Jeremy Bentham. Esta estructura permite que todos los presos sean observados por un solo vigilante, sin que los propios reclusos sepan si están siendo vigilados.
En la Rusia antigua, había ocasiones en las que los monasterios hacían las veces de prisión. Por eso Tomishko concibió Krestí como un lugar en el que los presos expiaban sus pecados, mientras estaban encerrados en celdas de tipo monástico.
El complejo de Krestí tiene un estilo neorruso (bizantino), lo que conecta la construcción con edificios clericales. Por cierto, Krestí significa “cruces” en ruso.
La prisión se terminó de construir en 1889 y ya en ese momento tuvo electricidad (¡1889!), calefacción central y un sistema de ventilación.
Los planos de Krestí sirvieron para construir prisiones por todo el Imperio ruso. Unas 30 en total.
Entre los prisioneros más famosos que pasaron por Krestí se encuentran Lev Trotski y algunos miembros del Gobierno provisional, que fueron recluidos allí después de la Revolución bolchevique. En la década de 1930 las celdas estaban a rebosar con las víctimas del terror estalinista.
Las 930 celdas fueron diseñadas para alojar a 1.150 prisioneros. Durante las purgas de Stalin llegó a haber cerca de 12.000.
En 2017 todos los presos se trasladaron a un nuevo y moderno edificio, que sorprendió a los periodistas con su diseño casi lujoso. Krestí sigue siendo un territorio cerrado y todavía funcionan algunas oficinas de la prisión.
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