Konstantín Veriguin siempre había tenido un sentido del olfato particularmente agudo. Era capaz de distinguir los matices más sutiles, imperceptibles para los demás. En su mente, cada lugar, persona o acontecimiento de su vida tenía un olor único e irrepetible.
Veriguin nació en 1899 en el seno de una familia noble. La infancia de Konstantín transcurrió en su Petersburgo natal y en las propiedades de sus padres situadas en las regiones de Ufá y Simbirsk, razón por la cual le era tan querida la sensación del aire helado, la frescura de la escarcha y el olor de la piel afelpada.
Su infancia estuvo marcada por el aroma de la madera de pino ardiendo en la chimenea, el café recién hecho y el olor de la piel en la biblioteca de su padre. Konstantín pasaba los veranos en Crimea, donde se entrelazaban la frescura salada del mar y los dulces aromas de las plantas en flor.
En una ocasión, el joven Konstantín entró en el tocador de su tía y se sorprendió por la cantidad de botes extraños y olores. Su tía le regaló varios frascos y así comenzaron sus experimentos.
Durante la Guerra Civil de 1919, Konstantín se unió al Ejército Blanco y luchó contra los bolcheviques en Crimea. Sin embargo, el fracaso de los blancos provocó su exilio. En aquella época Veriguin ya sabía que su vida estaría unida a la perfumería. Tenía que irse a estudiar a Francia y esperaba con impaciencia obtener el visado francés.
En una ocasión presentaron a Veriguin a Ernest Beaux, toda una autoridad en materia de perfumería en Francia. Este apreció sinceramente el talento del joven químico ruso y le propuso una colaboración.
Con el tiempo, Beaux se convirtió no solo en una autoridad y maestro para Veriguin, sino también en un verdadero amigo. Konstantín se dirigía a su jefe a la manera rusa, “Ernest Eduárdovich”, y había una razón para ello.
Ernest Beaux nació en 1882 en Moscú, en una familia francesa. Hablaba el ruso a la perfección, adoraba a Pushkin, Turguéniev y Dostoievski, el Ballet Imperial y la naturaleza rusa.
En Rusia Beaux había comenzado a dedicarse a la perfumería y había creado el perfume Bouquet de Catherine en honor a Catalina la Grande, así como otros aromas populares. En 1920 Beaux se vio obligado a volver a Francia.
La Primera Guerra Mundial puso fin a la “Belle Éoque” y con ella comenzó una época de velocidades: la vida iba al ritmo del foxtrot en medio del humo de los cigarrillos y del sonido de los automóviles y los trenes. La moda se adaptó a este nuevo ritmo y modo de vida se adaptó. Y había que crear un aroma que se correspondiera con el nuevo ritmo de vida. Y este aroma llegó por fin.
La famosa diseñadora Coco Chanel pidió a Ernest Beaux que creara un perfume para ella. Beaux le mostró una serie de aromas, y Coco escogió el que figuraba con el número 5. Cuando surgió la pregunta sobre su nombre, Coco dijo: “Voy a presentar mi colección de vestidos el día cinco del quinto mes, es decir, de mayo. Por lo tanto, dejemos que el perfume lleve el mismo número. Este número 5 les traerá suerte”.
Konstantín Veriguin se encargó de la compra de una esencia de calidad, la elección de los ingredientes y el control de la calidad.
La nota principal de Chanel nº 5 es la frescura de los ríos del norte. En ellos, según escribía el propio Veriguin, se encuentra el perfume de la primavera después del deshielo, que “respiras y nunca logras respirar hasta el final. En este perfume hay tanto poder como claridad, sonoridad y la ligera valentía de la juventud”. Para Veriguin estos olores eran el recuerdo de la primavera rusa. Consiguió el efecto que buscaba añadiendo aldehídos a la clásica base floral. Beaux se mostró entusiasmado con el resultado del trabajo de su ayudante ruso.
El 5 de mayo de 1921 el nuevo aroma se presentó al público. El éxito de Chanel nº5 fue desbordante. Este era el primer perfume en reflejar las nuevas tendencias de la moda y el nuevo sabor de la época.
Varias décadas después, Chanel nº5 se ha convertido en una leyenda.
En sus memorias Veriguin advierte al lector que cuide el olor de su ropa y su cuerpo, ya que el olor influye fuertemente en la formación del carácter de una persona. De él dependen nuestras simpatías y antipatías y con él están relacionados nuestros recuerdos, fantasías y creatividad.
Soñando sobre su futuro, Veriguin imaginaba que algún día la ciencia acabaría por descubrir el modo de grabar cualquier olor y reproducirlo como se graba el sonido. Y los médicos, utilizando las propiedades de los olores, podrían ofrecer diagnósticos más precisos para poder hacer frente a todo tipo de enfermedades.
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