Escena de la película ¡Que viva México!, de Serguéi Eisenstein.
ArchivoEn otoño de 1929 un grupo de cineastas soviéticos encabezado por Eisenstein viajaba a Hollywood para trabajar en Paramount Pictures. Pero la relación con los estudios estadounidenses no cuajó. Sin embargo, unos seguidores de Eisenstein le propusieron viajar a México y rodar una película allí. La idea era de Diego Rivera, y la empresa fue financiada por Upton Sinclair. Como resultado, surgió una antología de historias sobre México en la que el comunismo cooperaba con el matriarcado y la revolución no entraba en conflicto con la celebración del día de los muertos, en la que convivían de un modo único las distintas etapas del desarrollo de la cultura nacional.
Decir que este viaje, que duró varios meses, cambió a Eisenstein, es quedarse corto. Este viaje dividió su vida en dos partes, la anterior y la posterior. Los momentos más abominables o trágicos de la etapa anterior, como “La huelga”, “El acorazado Potiomkin” y “Octubre”, aparecían como un prólogo a un futuro brillante. Durante la etapa posterior rodó una versión tan radical de la historia de Pávlik Morózov que el gobierno la canceló horrorizado.
Serguéi Eisenstein junto a sus colaboradores durante el rodaje de la película ¡Que viva México!, filmada en 1931. Fuente: Archivo
Y si bien el régimen de la época no acabó de entender “Aleksánder Nevski” o la primera parte de “Iván el Terrible”, la segunda parte de “Iván el Terrible” fue calificada de pesadilla por el propio Stalin. En general, el líder soviético no se equivocaba: la película trata sobre el lado oscuro del alma del gobernante y esto era una auténtica pesadilla para él. La visión de la muerte en las obras de madurez de Eisenstein es valiosa de por sí.
Los motivos constantes de estas películas (por ejemplo, los terribles asesinatos de niños) ya no guardan una relación directa con la ideología que le castigó, están relacionados con algo más antiguo. Lo más importante que se llevó Eisenstein de México, lo que acabó por cambiarle, fue precisamente esa relación especial con la muerte.
“¡Que viva México!” quedó sin terminar. Las cintas que conservó Sinclair no llegaron a la URSS hasta los años 70, Grigori Aleksándrov se encargó del montaje. Quién sabe cómo habría sido la película si Eisenstein hubiese podido terminarla. Pero incluso en el montaje que ha llegado a nuestros días se ve cómo le afectó México. Toda su obra, incluida “¡Que viva México!”, influyó en las siguientes generaciones de cineastas, desde Orson Welles hasta Alejandro Jodorowsky.
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