Fuente: TASS / Vladímir Astapkovich
Las obras de Chéjov
Durante el primer cuarto del siglo XX las obras de Chéjov marcaron un hito en la dramaturgia mundial. Sus tramas se caracterizaban por un peculiar psicologismo que las distinguía de los tradicionales dramas de la época. Chéjov no trazaba un único camino hacia la salvación de los personajes, sino que inducía al espectador a estudiar el comportamiento cotidiano de estos y le invitaba a sacar sus propias conclusiones.
Sus trabajos, a la altura de la obra de autores como Ibsen, Bernard Shaw y Strindberg, sentaron la base de lo que se conocería como el ‘nuevo drama’, un importante movimiento teatral de finales del siglo XIX y principios del ХХ. Destacados dramaturgos de la época consideraban a Chéjov el padre del teatro psicológico.
Por ejemplo, Bernard Shaw definió su obra La casa de los corazones rotos como una “fantasía al estilo ruso pero de temática anglosajona”. Tennessee Williams sentía una gran admiración por la La gaviota y soñó hasta el final de sus días con llevar a los escenarios su propia interpretación de la obra. Esta obra, al igual que Las tres hermanas y El jardín de los cerezos, se ha traducido a más de 80 idiomas y ha sido representada en innumerables ocasiones en todo el mundo.
En España destaca la labor de Ángel Gutiérrez que desde 1980 dirige el Teatro Cámara Chéjov. Este niño de la guerra estudió en el Teatro del Arte de Moscú y ha formado a numerosos actores en español siguiendo las técnicas de los maestros del siglo XX.
Los métodos de actuación de Konstantín Stanislavski y Mijaíl Chéjov
La legendaria frase de Stanislavski: “¡No te creo, no me convences!”, se ha convertido hoy en un lema dentro de la comunidad teatral internacional. El famoso director —uno de los fundadores del MJAT (Teatro del Arte de Moscú, por sus siglas en ruso)— era conocido por su carácter inflexible en su faceta de profesor de actores.
Su técnica de actuación enseña al intérprete a ‘habitar en el papel’. Stanislavski obligaba a sus discípulos a analizar paso a paso la identidad de los personajes, a encontrar la similitud entre los sentimientos de este y los propios y, finalmente, a plasmarlos en el escenario.
Su método lleva enseñándose en las escuelas de arte dramático más de 100 años y cuenta con numerosos seguidores acérrimos entre las estrellas de cine: desde Keira Knightley a Robert de Niro.
Mijaíl Chéjov fue discípulo de Stanislavski y sobrino del dramaturgo, pero muchos aspectos de su sistema entraban en contradicción con los postulados del ‘maestro’.
Concretamente, Chéjov sugería que para lograr una buena interpretación, hace falta apartarse del personaje: en lugar de identificarse con él, el actor debe copiar minuciosamente sus emociones durante la representación, al tiempo que supervisa su propia interpretación para poder evaluar su grado de naturalidad.
Actualmente, el método de Chéjov ha ganado
adeptos y a veces incluso supera en popularidad al de Stanislavski. Por
ejemplo, Clint Eastwood y Jack Nicholson lo siguen. En EE UU hay
incluso una asociación de profesores cuyas enseñanzas se basan en el método de
Chéjov.
El teatro grotesco y la biomecánica de Meyerhold
Vsevolod Meyerhold creó un particular género teatral derivado del teatro callejero. El teatro grotesco, como se acabaría llamando más tarde, proponía una actividad compleja desde el punto de vista físico, con un carácter altamente sugerente y definido. Abarcaba tanto números de baile y circenses, como engorrosos diseños constructivistas que organizaban el espacio escénico. Uno de sus grandes éxitos como director fue el espectáculo futurista Misterio Bufo, de Mayakovski.
Meyerhold elaboró también un sistema de preparación de actores conocido como ‘biomecánica’, que se convirtió en uno de los puntos de apoyo en el teatro de Brecht. El elemento fundamental de este sistema era la asimilación física del papel. Según Meyerhold, los intérpretes deben dominar primero los gestos propios del rol, a través de los cuales pueden alcanzar un alto grado de afinidad psicológica con el personaje.
Las temporadas de Diághilev
Las temporadas de ballet de Diághilev en EE UU y Europa entre 1910 y 1920 deben su éxito al gusto y el talento de su impulsor, que supo reunir a las mejores estrellas del ballet en una brillante compañía: desde Anna Pavlova, a Balanchine y Nizhinski.
Pero además del arte de la danza, gracias a la implicación de toda la vanguardia rusa en las representaciones, las ‘temporadas’ dieron al mundo una escenografía brillante y completamente nueva. Alexander Benua, Natalia Goncharova, Mijaíl Larionov, Naum Gabo y muchos otros artistas plasmaron en el escenario sus innovadoras ideas. Más tarde, se unieron a él otros vanguardistas occidentales de la época, como Matisse, Picasso y Coco Chanel.
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