El plato más popular del desayuno era la tortilla de huevo esponjosa. Era alta, ligera y tenía una apetitosa corteza por encima. Su secreto es que hay que batir los huevos con un tenedor normal, no con una batidora.
De todas las papillas «infantiles», la más popular en las guarderías era la de sémola: era asequible y barata. A los niños no les gustaba por los “grumos” que aparecían, debido a la forma empleada de cocción. Pero, si se cocinaba correctamente y se le añadía mermelada, resultaba muy sabrosa.
Además del habitual borsch o rasolnik, a los niños también se les daba sopa de leche con fideos vermicelli. A menudo, se servía con un trozo de mantequilla y un poco de azúcar.
Los guisantes se consideraban útiles para los niños, ya que contienen muchas proteínas vegetales. Se utilizaban para hacer sopas y puré como guarnición. A menudo, a los niños también se les servían picatostes con esas sopas.
A menudo se servía a los niños puré de patatas para el almuerzo. Los cocineros sabían batirlo con mantequilla para que mantuviera su forma durante mucho tiempo. Con el puré de patatas se solían servir coteleras de carne o pescado.
Uno de los platos más deliciosos de la guardería, se servía como merienda, después de la siesta. Esta cazuela no se hacía con harina, sino con sémola. Los niños lo comían con leche condensada o mermelada.
Esta bebida de bayas con almidón era muy popular en los menús infantiles. Y todos sus ingredientes eran naturales y saludables.
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