El primer intento de cultivar plátanos en Rusia tuvo lugar a mediados del siglo XVIII. En 1754, un plantón de plátano llegó desde Europa al invernadero del conde Piotr Shuválov en San Petersburgo. Un año después, la planta había alcanzado los dos metros y medio y daba varios frutos.
Pronto, la planta encontró su lugar en los jardines del zar. Sus valiosos frutos llegaron a la mesa de la emperatriz Isabel Petrovna. La nobleza intentó seguir el ejemplo de los reinantes y también empezó a cultivar plátanos, pero no con tanta eficacia: nunca se obtuvieron frutos. En los 100 años siguientes, los plátanos seguirían siendo una curiosidad, incluso para la aristocracia.
Se conserva constancia de cómo, a mediados del siglo XIX, el escritor Iván Goncharov vio en Madeira, durante sus viajes, una fruta poco común. Tras enterarse de que eran plátanos, quiso probarlos y quedó decepcionado. Dejó constancia de sus impresiones en su libro Fragata Pallada: “Lo probé y no me gustó: es insípido, en parte dulce, pero flojo y empalagoso, el sabor es harinoso, se parece un poco a la patata y al melón, sólo que no es tan dulce como el melón y carece de sabor o tiene un aroma propio, en cierto modo tosco. Es más una verdura que una fruta y, entre las frutas, es un ‘parvenu’” (“advenedizo')”.
Sin embargo, a principios del siglo XX, los plátanos empezaron a estar al alcance de los ciudadanos de San Petersburgo: empezaron a traerlos en grandes cantidades en barcos de vapor con frigoríficos desde América y Europa. Como consecuencia, sus precios se hicieron razonables y los restaurantes de San Petersburgo empezaron a experimentar con el plátano; por ejemplo, apareció el “ponche de plátano”.
Durante la revolución bolchevique de 1917 y las guerras mundiales del siglo XX, los ciudadanos soviéticos no se interesaron por los plátanos de ultramar, pero, tras la Segunda Guerra Mundial, volvieron a ganar popularidad y empezaron a importarse de China y Vietnam. Los plátanos vietnamitas llegaban a la URSS a cambio de suministros militares y ayuda financiera. Los traían verdes e inmaduros y luego los dejaban reposar para que se volvieran amarillos. Se sabía que el líder soviético Iósif Stalin era un gran aficionado a ellos. También se regalaban plátanos a los funcionarios cercanos y a los trabajadores avanzados como recompensa por su trabajo.
A finales de los años sesenta, debido a la guerra de Vietnam y al deterioro de las relaciones con China, cesaron los envíos de plátanos de Asia. En la década de 1970-1980, bajo el mandato de Leonid Brézhnev, se sustituyeron por plátanos de Guinea y Ecuador. Ya no eran tan caros, pero seguían siendo exóticos y en Moscú y San Petersburgo se formaban enormes colas para comprarlos.
Antes de la perestroika, las importaciones de frutas exóticas estaban exentas de derechos de aduana, lo que contribuyó a una reducción aún mayor de los precios y a la saturación del mercado. Hoy, los plátanos pueden comprarse en cualquier tienda de Rusia.
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