Conflicto en Siria, ¿un nuevo Afganistán?

AP
La decisión de Rusia de lanzar ataques aéreos en Siria ha provocado que numerosos analistas comparen la situación con lo que ocurrió en 1979 en Afganistán, cuando la URSS intervino en el país centroasiático. Además de lo prematuro que supone juzgar los acontecimientos en Siria, las diferencias entre ambas situaciones son grandes.

La amenaza del Estado Islámico no se limita a su expansión por Oriente Medio. En noviembre y diciembre del año pasado, yihadistas del Cáucaso Norte juraron su alianza a esta organización terrorista.

Además, entre los puestos más importantes del Estado Islámico hay nativos de la región caucásica (uno de los personajes más conocidos en Tarjan Batirashvili, procedente de Georgia).

A su vez, entre los grupos que combaten a al Asad hay también otros islamistas y grupos de oposición, que a su vez, combaten entre sí. Si al Asad cae, no es probable que las ideas de la democracia europea se expandan por esta parte del mundo.

También parece claro que la campaña rusa, aparentemente algo precipitada, ha estado bien preparada y está llena de riesgos. La lucha entre Rusia y el Estado Islámico, que ha pasado de la inflamada retórica al lenguaje de las armas, añade leña al fuego para aquellos que hablan de la "liberación del Cáucaso de los dictados de Moscú", tanto fuera como dentro de Rusia.

Se trata de una maniobra propagandística, habitual en cualquier grupo terrorista. Sin embargo, no deben subestimarse los riesgos que supone para Rusia esta intervención.

¿Significa esto que la situación en Siria puede hacer que se repita la situación de Afganistán en 1979, tras la intervención soviética? Poco después de que el Senado aprobara la decisión de enviar tropas, los medios se llenaron de paralelismos entre las dos situaciones.

Sin embargo, es prematuro para compararlos. Sin duda atraen clicks en internet, pero no tienen gran peso analítico. Por ahora se desconoce el alcance de la intervención rusa. Se habla de bombardeos y no del despliegue de tropas. Es difícil predecir si Moscú no traspasará esta línea roja, ya que los conflictos armados tienen su propia lógica y hasta los planes más detallados pueden cambiar según los acontecimientos.

Pero mientras el Ejército sirio siga realizando sus acciones, los paralelismos con Afganistán son inapropiados, o al menos prematuros.

Por otro lado, en 1979 Afganistán formaba parte del contexto de la guerra fría, donde no solo colisionaban intereses sino dos ideologías. Rusia ya no pretende expandir el comunismo ni las ideas revolucionarias a lo largo del mundo.

Hoy tiene un acercamiento más conservador. Actualmente se centra en tratar de preservar el statu quo y en "enfriar el conflicto". Solo cuando esto no funciona (como ocurrió en Georgia en 2008 y en Crimea en 2014), Moscú sacará cuestiones políticas y pasará a ser más proactivo que reactivo.

Y por último, la Rusia moderna carece de los recursos para competir con los EE UU en el ámbito global, desde Cuba a Afganistán. Sus intereses se limitan al ámbito más cercano. Si hay una mayor implicación será, primordialmente, por cuestiones de seguridad y de proximidad.

El yihadismo es una seria amenaza en Asia Central, sobre todo en Tayikistán, muy influida por la turbulenta situación en Afganistán. Hay riesgos similares en toda la región caucásica, lo que incluye a algunas regiones rusas.

La elección de Moscú no es entre un buen escenario posible y otro malo, sino que reside en cómo hacer frente a un problema. Rusia puede esperar a que Damasco caiga, el concepto de estado-nación desaparezca en Oriente Próximo y que la amenaza yihadista (no exclusivamente la de del Estado Islámico) llegue hasta las fronteras rusas, o puede intervenir. Ninguna de las opciones ideal y ambas tienen sus riesgos.

Al mismo tiempo, es posible que Rusia se involucre más activamente en Asia Central, sobre todo en el ya mencionado Tayikistán. No es casualidad que el texto del Consejo de la Federación acerca del envío de tropas al extranjero no tuviera un marco geográfico ni cronológico definido.

Sin embargo, es inútil buscar oscuras ambiciones imperialistas. El aumento de la inestabilidad de la situación, unido al complejo momento de relaciones con Occidente (la falta de confianza mutua con Washington), está forzando a que se tengan que tomar decisiones arriesgadas y contradictorias. Siria se ve, no tanto como una posibilidad de normalizar las relaciones con Occidente, pero sí como la manera de que las relaciones vuelvan a la senda del pragmatismo.

La amenaza común que suponen los yihadistas, así como el riesgo de que el caos se apodere de una región tan importante estratégicamente, podría hacer que las diferencias entre ambos se limitasen. Pero, ¿compensa a Washington una Rusia más fuerte a cambio de un Estado Islámico más débil? Puede parecer una pregunta retórica, pero la clave de la estabilidad internacional radica en su respuesta.

Serguéi Markedónov es profesor en la Universidad Estatal Rusa de Humanidades.

 

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Artículo publicado originalmente en Russia Direct.              

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