¿Ha llegado el momento de redibujar las fronteras en Europa?

Fuente: Antón Kruglov / RIA Novosti

Fuente: Antón Kruglov / RIA Novosti

La actual situación en Ucrania representa la mayor crisis para la seguridad europea desde el final de la Guerra Fría, en especial porque es la primera vez que se percibe, a diferencia de lo ocurrido en los Balcanes, la vuelta a un enfrentamiento entre dos bloques antagónicos, en este caso la UE y Rusia.

Uno de los paradigmas que parece haber saltado por los aires es el de la inviolabilidad de las fronteras, al que se apela con gran vehemencia para criticar la anexión de Crimea por la Federación de Rusia. Con ello se ignora, premeditadamente, tanto el antecedente de Kósovo como la separación amistosa de checos y eslovacos en dos Estados.

Geopolítica, historia y fronteras

El hecho es que las fronteras de la Europa Oriental han sido cambiadas tantas veces a lo largo de la historia que ningún país puede afirmar, con total rotundidad, dónde comienzan y acaban sus límites. Además, en el caso del espacio postsoviético la cuestión se ve agravada por el legado de la URSS, que modificó sus fronteras interiores hasta en 94 ocasiones.

El intento de cada nación de aumentar su territorio, para reforzar su posición geopolítica adquiriendo nueva población y recursos, ha sido una constante en la historia europea. Con la paz de Westfalia de 1648 se consolidó el moderno sistema de Estados-nación, y a principios del siglo XIX las principales fronteras en Europa Occidental habían quedado fijadas.

Sin embargo, el este de Europa estaba unificado en tres grandes imperios: el austro-húngaro, el ruso y el otomano. Las sucesivas guerras y revoluciones dieron lugar en ese espacio geográfico a nada menos que los 29 estados actuales, muchas de cuyas fronteras son cuestionadas por sus vecinos.

La última gran transformación se produjo en 1991, con la desaparición de la URSS y el derrumbe del bloque comunista. En aquel momento se aplicó el principio jurídico del uti possidetis iure, en virtud del cual los beligerantes conservan provisionalmente el []territorio dominado al final de un conflicto, hasta que se alcance un acuerdo definitivo.

Por ello, inicialmente Occidente respaldó una Yugoslavia unida, pero pronto reconoció la independencia de Eslovenia y Croacia, trasponiendo el principio de inviolabilidad de las fronteras a cada república. Cuando Bosnia declaró su independencia en abril de 1992 no se permitió su división según criterios étnicos, lo que provocó una guerra entre serbios, croatas y bosnios.

En lo que respecta a la URSS, los límites administrativos de las repúblicas soviéticas se convirtieron en las nuevas fronteras internacionales. La “Carta de la CEI” consagró su inviolabilidad (aunque mencionando el derecho a la autodeterminación de los pueblos), pero muchas de esas fronteras eran auténticas aberraciones históricas, por lo que no tardaron en surgir tensiones.

Acuerdos pacíficos y conflictos armados

En 1993 la UE estableció los criterios que debían cumplir los países aspirantes al ingreso, entre ellos la resolución previa de las controversias con sus vecinos. Por ello, las reclamaciones territoriales quedaron aparcadas, como ocurrió en el caso de Hungría a pesar de que sus fronteras dejan aisladas a importantes minorías magiares en Rumanía, Serbia, Eslovaquia y Ucrania.

En el caso del Báltico, Estonia y Letonia cuestionaron sus fronteras con Rusia, ya que perdían territorio con respecto al periodo 1920-1940, aunque finalmente tuvieron que aceptarlas. El Kremlin no reclamó territorio de Bielorrusia o Kazajistán, a pesar de que las fronteras son más que discutibles desde un punto de vista histórico, dadas las buenas relaciones entre los tres países.

En otras antiguas repúblicas soviéticas algunas regiones no reconocieron la jurisdicción de los nuevos estados. Así ocurrió en el Transdniéster (Moldavia), Osetia del Sur y Abjasia  (Georgia), y Nagorno-Karabaj (Azerbaiyán). En todos esos conflictos triunfaron los separatistas, dando lugar a Estados independientes de facto y a la perpetuación de los “conflictos congelados”. 

Mención aparte merece el caso de Ucrania. Su región suroriental, conocida tradicionalmente como “Nueva Rusia”, nunca había estado unida con el resto del país hasta que los soviets la pusieron en 1921 bajo dependencia de Kiev. En el caso de Crimea, en 1954 Nikita Jruschov decidió regalársela a Ucrania, para celebrar los 300 años de su reunificación con Rusia.

A pesar de ello, Rusia se abstuvo de respaldar las iniciativas independentistas de Crimea, dio garantías a Kiev sobre su integridad territorial en la Cumbre de Budapest de la CSCE en 1994, y firmó el “Tratado de Paz y Amistad” en 1997, por el que se repartía la Flota del Mar Negro y se alquilaba la base naval de Sebastopol a Ucrania durante 20 años.

¿Qué ha cambiado en la actualidad?

Todo ese equilibrio se vio dinamitado por la declaración de independencia de la provincia serbia de Kosovo en febrero de 2008, mayoritariamente reconocida por Occidente. Eso abrió la “caja de Pandora” de los conflictos congelados, y fue seguida por la guerra entre Georgia y Rusia de agosto de 2008 y el reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia.

Por otra parte, en mayo de 2009 la UE formó la “Asociación Oriental” con Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Armenia, Georgia y Azerbaiyán. En ese marco Bruselas ha negociado la firma de acuerdos de asociación y libre comercio, pero al no tener en cuenta a Rusia y su proyecto de Unión Euroasiática, se ha obligado a esos países a elegir, acrecentando sus divisiones internas.

En noviembre de 2013 Georgia y Moldavia firmaron los acuerdos con la UE, lo que les supondrá la pérdida definitiva de sus regiones secesionistas vinculadas a Moscú. En Ucrania, la decisión de Yanukóvich de no firmar el acuerdo acabó con su presidencia, pero las revueltas han abierto una profunda brecha con el Este rusófilo (Donetsk y Lugansk), que ha votado por su independencia.

En conclusión, ante la falta de voluntad de crear un espacio económico y de seguridad único de Lisboa a Vladivostok, se está acelerando la redefinición de las fronteras del espacio postsoviético, algo que debería hacerse de un modo negociado y pacífico a diferencia de lo que ocurre en Ucrania.

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