Aduana del aeropuerto Sheremétievo frustra intento de contrabando de heroína 1988.
Yuri Abramochkin / Ria NovostiEn tiempos del imperio ruso, los contrabandistas introducían perfumes franceses, seda, encaje, porcelana, especias y té a través de la frontera. Durante el periodo soviético, abastecían ilegalmente al país de productos deficitarios como medias, revistas extranjeras, preservativos (una rareza en la época), marcadores fluorescentes, discos de vinilo y piña en conserva. Para introducir la mercancía prohibida se usaba toda suerte de técnicas.
Desde París con amor
En 1831, en la frontera noroccidental de Rusia se requisó una partida de contrabando procedente de París con un valor de 48.281 rublos (entonces, un buen caballo costaba 200 rublos). Los rumores de la operación llegaron hasta oídos del emperador Nicolás I, que decidió ir a ver él mismo la mercancía: bajo el asiento del cochero habían ocultado pliegos de tela dorada y, en los sacos de cuero que contenían la grasa para las ruedas, encontraron piedras preciosas. El suceso causó una gran impresión en el autócrata, quien desde entonces comenzó a interesarse cada vez más por la importación de mercancías y la protección de las fronteras. “Se editó un 'Manual de artificios del contrabandista' ilustrado para los agentes de aduanas. Por ejemplo, el libro incluía la imagen de unos calzones con bolsillos para las botellas de alcohol”, comenta a RBTH Anna Nikoláeva, vicedirectora del Museo central del servicio aduanero de Rusia.
Un chucho contrabandista
En los años 40 del siglo XIX, el general Vorontsov —entonces gobernador de Nueva Rusia, región situada al norte del Mar Negro y del Mar de Azov que integraba el imperio ruso— apostó con un mercader a que este no podría sacar de Odesa una mercancía valorada en 10.000 rublos (un salario medio entonces ascendía a 2 rublos diarios) de contrabando. Sin embargo, si Toporov (así se llamaba el mercader) lo lograba, el gobernador se comprometía a pagarle diez veces más. Por la mañana, el comerciante llegó al puesto fronterizo, donde lo registraron a fondo, rompieron las paredes de la carreta e incluso miraron en las orejas de los caballos. Cuando los agentes acabaron (sin haber encontrado nada), Toporov llamó a su caniche negro, que había estado todo el tiempo jugueteando entre sus piernas. El caniche resultó ser un chucho completamente afeitado al que el ingenioso comerciante había envuelto en telas para esconder los diamantes y que después cubrió con una piel de oveja.
Nuevo gobierno, nuevo contrabando
Tras la guerra civil y con la llegada de la URSS, el país experimentó un fuerte déficit de artículos cotidianos. Se introducían de contrabando artículos como botones, máquinas de coser, telas, hilados, joyería, esponjas o peines. Como escondite se usaban las asas de las maletas (bajo las que pegaban billetes) o bolsos cosidos con la propia mercancía; el alcohol se vertía en calabazas; en los tacones de las botas se escondían brillantes, mientras que los botones o las monedas de oro se escondían en el pescado congelado.
Sin equipaje
En diciembre de 1935, el diplomático japonés Koona Kaziumi intentó sacar a dos espías japoneses por la frontera de Negoréloe (en la antigua República Soviética de Bielorrusia) en el interior de dos maletas (otras versiones apuntan a que se trataba de su amante y la madre de esta). Aunque se puso a los agentes sobre aviso, estaba prohibido revisar a fondo el equipaje de los diplomáticos, por lo que estos decidieron alargar el proceso mediante trámites aduaneros. Zarandearon con violencia las maletas del agregado japonés, que cayeron al suelo 'accidentalmente'; también lo atravesaron discretamente con un punzón, hasta que, finalmente, las mujeres no aguantaron más y se descubrieron.
Un vuelo por tabaco
En mayo de 2014, cerca del pueblo Bolshoe Seló (a 1150 km al oeste de Moscú), los guardias fronterizos detuvieron a unos contrabandistas aficionados al modelismo de aviones. Un ruso de 51 años y un lituano 31 construyeron un avión con material reciclado: como tanque para el combustible usaron una garrafa de cinco litros con queroseno, el tren de aterrizaje lo hicieron con las ruedas de un carro de bebé, el fuselaje con madera contrachapada y las alas con porexpan forrado de fibra de vidrio. Los contrabandistas controlaban el dron desde tierra con un transmisor de radio. Cuando les detuvieron habían escondido en el aparato 50 cartones de tabaco barato para enviarlo a Lituania.
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