Opposition supporters attend a rally in Moscow, Russia, March 26, 2017.
ReutersMarcha anticorrupción en el centro de Moscú, el 26 de marzo. Fuente: Reuters
El 26 de marzo se celebraron actos de protesta contra la corrupción en numerosas ciudades de Rusia. El más numeroso de todos tuvo lugar en Moscú, en la calle Tverskaya, una de las arterias más importantes de la capital rusa. Según el Ministerio del Interior, en la manifestación participaron entre 7.000 y 8.000 personas, mientras que los organizadores no han declarado un recuento de participantes.
Las manifestaciones han sido la respuesta de los ciudadanos al silencio de las autoridades, que no han hecho ningún comentario sobre la investigación abierta contra el Fondo de lucha contra la corrupción y contra el opositor Alexéi Navalni sobre el primer ministro Dmitri Medvédev y su supuesto imperio de la corrupción, valorado en 1.200 millones de dólares. La mayoría de las protestas no estaban aprobadas por el gobierno, incluida la manifestación de Moscú, que terminó con detenciones masivas y enfrentamientos contra la policía. Solo en Moscú acabaron en comisaría alrededor de 1.000 personas, según informa Sputnik.
Miembros de las fuerzas de seguridad se agrupan para impedir el paso de los simpatizantes de la oposición en Moscú. Fuente: Reuters
La película No le llaméis ‘Dimon’ (juego de palabras con el diminutivo de Dmitri -Dima- el nombre del primer ministro, Medvédev) en la que se habla del patrimonio del político, ha sido vista más de 13 millones de veces.
Pocos días antes de las protestas la policía de Moscú declinaba toda responsabilidad por lo que pudiera ocurrir en eventos no acordados con las autoridades, y cuatro horas antes de la manifestación por las calles empezaron a circular autobuses con antidisturbios.
Los manifestantes, aparentando caminar tranquilamente por la ciudad, avanzaban en dirección al Kremlin. No deseaban enfrentamientos, aconsejaban a los demás “no hacer movimientos bruscos”, reaccionaban severamente a cualquier comparación con el Maidán y se fotografiaban con los antidisturbios de fondo.
“¿Y cómo reconoceremos a los nuestros? ¿Eres del gobierno o no?”, estas preguntas se oían con frecuencia 15 minutos antes del inicio del acto. La gente salía del metro, veían las espaldas de otras personas que estaban allí paradas y se unían a ellas, mirando con desconfianza a los policías.
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“¿Si nosotros estamos en contra de la corrupción, entonces todos ellos están a favor?”, preguntaba sorprendida una anciana vestida con un abrigo largo señalando a unos policías que observaban con tensión aquella formación de gente espontánea.
Esta agrupación popular carecía de las típicas acciones de los líderes de la protesta que suelen conducir a la multitud: no habia megáfonos, ni un plan de acción concreto. Nadie sabía si había que moverse o quedarse parado, si todavía estaban esperando a alguien o no.
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Muchos miraban a las incorporaciones desde otros puntos de la calle Tverskaya. “En la plaza Púshkinskaya han cogido a un joven con una pancarta en la que se leía ‘La corrupción mata’, anunciaba un hombre que llevaba un palo selfie con un gran smartphone. Rápidamente se apoderaron de él, tomándolo por el joven del que informaba. Otro hombre con aire hostil comentaba, a partir de sus propios cálculos, que las 500 personas que debía de haber no cabían en los furgones policiales, que “tendrían que dispersarlos con mangueras de agua”.
“¿Y qué queremos? ¿Queremos luchar o qué?”, preguntaba un hombre de aspecto intelectual.
“¿Sabe usted lo que pasa? Se ha interrumpido la comunicación con el gobierno. Queremos cambios, no promesas. La razón principal de la que hayamos salido hoy es la dimisión del gobierno, no solo de Medvédev”.
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Por otra parte se oía la exigencia de decidir de una vez “Si Crimea es rusa o no lo es”, aunque esta iniciativa fue descartada rápidamente con la propuesta de dejar estas cuestiones para más tarde, porque en este momento no eran importantes.
Entre la multitud se encontraba un hombre con su madre escuchando en silencio.
“Todos exigimos la respuesta a la película que publicó Navalni. Los medios de comunicación han guardado silencio, el gobierno también, como si no hubiera pasado nada. Y lo que muestra la película parece cierto. ¿Por qué no han negado nada ni han demandado a Navalni por calumnias si es todo mentira?”, pregunta Oleg, ingeniero de profesión. “Mis padres siguen trabajando a pesar de estar jubilados, porque con sus pensiones solo tienen para pagar la comida. El gobierno nos pide que aguantemos, pero que explique para qué, que nos dé al menos una explicación”.
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En ese momento entre la multitud se oyó el llamamiento “¡Vamos!” y la gente comenzó a avanzar valientemente junto a los policías hacia el Kremlin. Oleg y su madre, sin pensárselo, también echaron a andar.
“¿Ya no temen los enfrentamientos?”, pregunto.
“Ya está bien de tener miedo, nos hemos cansado. Hay que hacer algo”.
En la plaza Púshkinskaya, unos 2,5 kilómetros más cerca del Kremlin, la multitud era ya tan densa que resultaba muy difícil moverse por la acera: los cordones policiales no permitían bajar a la calzada. El tráfico también estaba parcialmente cortado y los conductores tocaban el claxon enfadados con los manifestantes. Un helicóptero patrullaba el cielo. A través de un megáfono se proponía a la gente bajar al metro y dirigirse al parque Sokólniki, a las afueras de Moscú, para manifestarse allí (las autoridades de la ciudad habían propuesto esta ubicación pero los organizadores se negaron). Pero parece que nadie hizo caso del consejo.
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“¡Esto es una emboscada!”, gritó un joven. Pero no hubo ninguna emboscada. Junto a los policías observaban a la gente los druzhínniki, voluntarios que se unen para garantizar el orden. Me enteré de que habían recibido instrucciones “por si acaso”, pero ninguno de ellos quiso explicarme en qué consistían.
Entre la gente había muchos estudiantes, y la mayor parte de ellos aseguraba que no estaba allí por Navalni, sino por una idea. En aquel momento me llegó por teléfono la noticia de la detención de Navalni. Los manifestantes habían intentado impedir que se lo llevaran cortando el paso a un furgón con un coche, y los antidisturbios emplearon la fuerza. La noticia se propagó rápidamente.
Policía detiene el opositor Alexéi Navalni. Fuente: Reuters
“Yo he venido aquí para que reaccionen de alguna manera, ¡porque no han dicho absolutamente nada! Para ser sinceros, la situación es muy tensa, la gente paga impuestos y el gobierno vive de ellos, se lo están buscando ellos mismos”, me dijo un estudiante de la Escuela Superior de Economía llamado Konstantín.
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Otros dos estudiantes, gritando todo tipo de palabras malsonantes, comenzaron a grabar a unos antidisturbios al otro lado de la calle que se llevaban a alguien a un furgón cogido de pies y manos.
“¿Y vosotros por qué estáis aquí?”
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“Nosotros estamos aquí por lo mismo que todos, queremos una respuesta. Esta es nuestra primera manifestación, hemos venido gracias a las redes sociales. Y si no nos dan una respuesta, volveremos a venir”.
“¿Y si hay una respuesta, pero no os satisface?”, les pregunto.
“Pues no sabemos… no lo hemos pensado. Pero es genial que toda esta gente no se haya quedado en casa. ¡Hacía tiempo que no pasaba algo así!”
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Konstantín Kalachov, director de la organización independiente Grupo de Expertos Políticos:
Ha sido todo un éxito, y en este caso no se trataba del número de participantes. Todos sabemos perfectamente que los participantes de una manifestación ilegal arriesgan mucho. Vemos que las protestas se han rejuvenecido, y esta es una mala señal para el gobierno. La juventud está incómoda y Navalni ha sabido aprovecharlo. Les ha dado una razón para reflexionar. Y es que es evidente que Dmitri Medvédev ha sido solo una excusa. Esta generación, a diferencia de las anteriores, no valora la estabilidad, sino los cambios.
Serguéi Márkov, director general del Instituto de Investigaciones Políticas, cercano al Kremlin:
No se trata de la decena de ciudades ni de las decenas de miles de personas en conjunto. Lo que podemos señalar es la consolidación de Navalni como líder de la oposición prooccidente antisistema en Rusia. Se ha dado un bandazo hacia la juventud, que no tiene poder en las urnas, sino en las calles. En nuestro país los pensionistas votan y los jóvenes luchan en la calle. Y se está formando toda una red de jóvenes dispuestos a los enfrentamientos callejeros. En estos momentos es difícil prever las consecuencias. Es posible que haya medidas severas o todo lo contrario, porque la prohibición de la manifestación en el centro de Moscú tenía unos motivos bastante forzados [la manifestación provocaría el descontento de los vecinos], la idea de convocarla en las afueras era totalmente artificial, había un componente de provocación en todo ello.
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