Las trampas que Trump podría poner a Rusia

What should Moscow expect from the new US

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Rusia ha reaccionado a la victoria de Donald Trump con una alegre exaltación sin saber cuáles son sus planes para el futuro. Fiódor Lukiánov explica qué sorpresas puede llevarse Moscú del nuevo presidente de EE UU.

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE UU ha provocado un estupor general. Rusia, por su parte, ha recibido la noticia con gran entusiasmo. Esto tiene explicación si recordamos el carácter de la campaña electoral estadounidense: los propios demócratas repitieron incesantemente que la victoria de Trump sería la victoria de Putin. Pero las perspectivas reales, tanto para las relaciones bilaterales como para el contexto general, todavía se desconocen.

“La grandeza de EE UU” según Trump

Trump proclama abiertamente lo que Obama no se atrevía a decir: EE UU planea concentrarse en sus propios intereses y no quiere seguir llevando la carga de ser la mayor potencia mundial. Para Trump lo más importante es incrementar el prestigio y el respeto de su país, de modo que el uso de la fuerza no se descarta en absoluto. Pero no por motivos ideológicos: la idea de imponer un sistema a los demás países para establecer en ellos un modelo político determinado es profundamente ajena al futuro presidente.

La idea de “grandeza” en el imaginario de Trump no equivale al liderazgo mundial. El hecho de que Trump derrotara a un rival que se apellidara Clinton es más que simbólico, ya que con este apellido se relaciona el esplendor del dominio global estadounidense después de 1992. La época de Clinton y Bush, pese a su antagonismo, comprende un periodo: la consolidación y el auge de EE UU como el policía del mundo con el derecho de interferir en cualquier asunto según su necesidad y de dictar el orden universal.

La época de Obama y Trump, independientemente de lo que dure, implicará el retorno a una postura más moderada de los intereses nacionales, invitará a reconocer la sobrecarga de las pretensiones imperiales y a concentrar las medidas políticas en las tendencias económicas. EE UU se preocupa de sus propios asuntos y es un ejemplo para el resto de países sobre cómo resolver los problemas de uno mismo. Intervenir en otros puntos del mundo solo es necesario para recordar a los demás quién es el más fuerte y para no permitir la aparición de un oponente al sistema.

Alejamiento de China y situación en Oriente Próximo

Moscú debe estar preparada para que Trump, un hombre de mentalidad pragmática, intente arrastrar a Rusia en la nueva línea de EE UU en el ámbito internacional atribuyendo todos los problemas a su antecesor en el cargo.

Uno de los primeros factores será China y las propuestas de “alejarse” de Pekín a cambio de ciertos favores por parte de EE UU. Rusia no puede acceder a ello, ya que perdería su reputación en el mundo no occidental de socio capaz de plantar cara a EE UU.

Otra de las trampas es Oriente Próximo. El sueño de Trump es olvidarse de esta región. El presidente estadounidense no lo conseguirá, pero sí que podemos esperar una caída del interés e incluso algunas concesiones del territorio para Rusia.

EE UU, a fin de cuentas, está lejos, y los participantes regionales parecen completamente dispuestos a considerar a Rusia como una nueva encarnación de la URSS, que intervenía en Oriente Próximo de forma sistemática. Rusia podría asumir esta carga, pero la Unión Soviética al menos tenía una aproximación ideológica más o menos estructurada que ofrecer a sus socios. La Rusia actual no dispone de nada parecido.

Los problemas de Europa

El fenómeno de Trump ha desatado el pánico en Europa. La construcción de la UE se encuentra en decadencia, por lo que Rusia podría querer volver a participar en ella, restablecer algunas de las posiciones perdidas. Sin embargo, la historia de Rusia demuestra que cada vez que se ha internado en serio en los asuntos europeos con la esperanza de convertirse en uno de los jueces del destino de la Europa continental, el intento ha terminado en guerra, escalada de tensiones y pérdidas.

Los acontecimientos de los últimos años han provocado que Rusia comenzara a diversificar su política, a dar un giro hacia Asia y a deshacerse de su enfermiza obsesión con Occidente que la atenaza desde hace 200 años como mínimo.

Además, la incertidumbre que existe actualmente en Asia debido a las noticias estadounidenses abre para Rusia nuevas posibilidades y la convierte en un socio más interesante. La actividad en esta región será mucho más necesaria y beneficiosa que en Europa del Este.

La llegada al poder del excéntrico multimillonario estadounidense pondrá punto final al mundo sometido a EE UU en el que Moscú no ha logrado encontrar un lugar comprensible. Rusia no ha sido capaz de ocupar una posición firme en la Gran Europa. No ha querido asumir el papel de enemigo sistemático de EE UU y se ha negado en rotundo a ocupar una posición subordinada. La dificultad de entrar en ninguno de los formatos propuestos ha sido una de las causas de la aguda crisis de mediados de la década de 2010.

Si EE UU reduce sus ambiciones, Rusia podrá conseguir lo que desea: un sistema internacional con muchas más variables en el que no se juegue según unas reglas establecidas sin su participación. A decir verdad, Rusia todavía tiene que averiguar cuáles son las reglas que rigen y si tiene suficientes ases en la manga.

Fiódor Lukiánov es politólogo, jefe de redacción de la revista Rusia en la política global.

Artículo originalmente publicado en ruso en Gazeta.Ru

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