Dibujado por Dmitri Divin
La pasada semana el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó de forma unánime la resolución 2254, que expone las líneas políticas básicas de actuación a seguir en Siria. El texto no contiene ninguna idea innovadora sino que refleja las posturas ya conocidas, si bien el hecho de que se haya apoyado unánimemente refleja el deseo de los principales participantes del conflicto de ponerle fin.
Este éxito se puede atribuir los resultados de la operación militar rusa en Siria, así como a los desafíos con los que se encontrará Moscú en el próximo año.
Se puede considerar que se han cumplido los primeros objetivos políticos. Se ha salvado a un aliado que estaba al borde de la derrota y ha desaparecido la amenaza del derrocamiento armado de Bashar al Asad y ahora el viento sopla a su favor.
El bloqueo diplomático que Washington llevaba imponiendo a Rusia desde febrero de 2014 ya no existe. Se ha reanudado el diálogo estratégico con EE UU, aunque no sin dificultades, y ya no se reduce únicamente a Ucrania.
Tras la reciente visita de secretario de Estado John Kerry a Moscú, se pudo comprobar que hay interés en ambas partes por alcanzar decisiones conjuntas para los problemas internacionales de mayor envergadura.
El Kremlin tiene motivos para estar satisfecho con el resultado de las conversaciones. Los norteamericanos hablaron de las relaciones bilaterales en términos que interesan a Moscú: entre dos superpotencias que tienen una mayor responsabilidad que las demás por la seguridad internacional y hablan en privado de problemas de gran envergadura y posteriormente consiguen el apoyo de otros países en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Durante su estancia en Moscú, Kerry no se cansaba de repetir que EE UU y Rusia deben trabajar juntos en la toma de decisiones de problemas internacionales. Cuando esto se consigue, mejora la situación global. Incluso afirmó que EE UU no aspira a que haya un cambio de régimen en Siria. Moscú no podía dejar pasar este cambio en la retórica norteamericana y expresó su acuerdo para convocar un encuentro de ministros el 18 de diciembre con el Grupo Internacional de Contacto sobre Siria en Nueva York, si bien dos días antes consideraba que tal encuentro era aún prematuro.
Se ha pasado a un formato de confrontación respetuosa y esta es ahora la “nueva norma”.
Sin embargo, los progresos militares parecen algo más modestos.
Tras tres meses de bombardeos, Rusia se encuentra en el mismo lugar que a principios de octubre. La preparación del ejército sirio y la de “los aliados iraníes” es peor de lo que se pensaba. Se ha hecho daño a la estructura militar de los insurgentes pero no se ha ido más allá. Aumentan los muertos entre la población civil y con ello la amenaza terrorista para Rusia.
Hay que planificar el próximo paso. Se puede continuar “el entrenamiento”, como afirmó recientemente Vladímir Putin.
Por otro lado, se puede aspirar a la victoria militar absoluta si se aumentan los efectivos. Sin embargo, una actuación así puede “salir demasiado cara” si como resultado se produce un acto terrorista masivo o una incursión de los rebeldes a las bases rusas en Siria; también se podría llevar a cabo una invasión terrestre por parte de Turquía para salvaguardar las vías de abastecimiento de los rebeldes.
Otra posibilidad sería optar por la vía diplomática e intentar detener la guerra llegando a un acuerdo. Precisamente este será principal desafío en el 2016.
Todavía sigue pendiente cuál será la participación del presidente Asad en el nuevo escenario. Casi todos —excepto la oposición siria— estuvieron de acuerdo en que Asad permaneciera en el poder durante el período de transición. La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU no trata esta cuestión, pues Moscú no pudo introducir ningún punto en el documento sobre la destitución del presidente por parte de fuerzas externa. Sin embargo, esta ambigüedad es por sí una forma de compromiso que permite seguir avanzando.
Vladímir Frolov es experto en relaciones internacionales.
Artículo publicado originalmente en ruso en Gazeta.ru.
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