Malograda ópera de 'Iolanta' en el Teatro Bolshói

Damir Yusúpov / Teatro Bolshói
Iolanta, la princesa ciega, ha gozado siempre de mucha suerte en la escena rusa. Chaikovski leyó este drama romántico sobre una iluminación nacida del amor y prometió escribir “una ópera que hiciera llorar a todo el mundo”. Sin embargo, la última versión no ha sido la más acertada.

Los genios siempre nos sorprenden con su rapidez a la hora de crear grandes obras de arte: escribió la música en un mes y medio, dedicó tres meses más a la orquestación y una tarde de diciembre de 1892, en el Teatro Mariinski de San Petersburgo tuvo lugar el estreno, junto con el ballet El Cascanueces. Fue un éxito. Desde entonces el teatro ruso ha querido siempre a Iolanta, y prueba de ello son las numerosas puestas en escena del Teatro Bolshói. La última versión había quedado tan anticuada que la dirección decidió cambiarla.

El invitado a crear la nueva puesta en escena ha sido el director teatral Serguéi Zhenovach. No es la primera vez que un director dramático es llamado al Bolshói, de hecho, en los últimos años se ha convertido en casi una costumbre. Según dicen los rumores, Zhenovach mostró durante los ensayos un gran respeto a los artistas, el personal del teatro y a las ideas de Chaikovski. No quería cometer los mismos errores que cometieron sus antecesores, es decir, crear un modo propio modo de hacer ópera. Iolanta, sin embargo, hizo oídos sordos, -o mejor dicho ojos ciegos- a sus aspiraciones.

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Fuente: Damir Yusúpov / Teatro Bolshói

Iolanta se caracteriza por su brevedad. En época de Chaikovski se representaba junto a El Cascanueces. Éste último en la actualidad es mucho más largo, de manera que en la ópera solo se interpreta la suite musical del ballet. Hubieran podido hacerlo en el momento previo a la caída del telón, pero no.

En el escenario se ha instalado un invernadero con una mitad iluminada y otra en penumbra. En las dos mitades hay pupitres y sillas. En la parte oscura se encuentra la infeliz Iolanta, y en la iluminada los demás personajes videntes, además del coro. Así que durante toda la suite de ocho tiempos previa a la ópera Iolanta permanece sentada en su mitad, a oscuras, intentando moverse de vez en cuando, sola y ofendida. Iolanta está sola en el escenario, sin cantar, sin moverse siquiera. Desconocemos las razones por las cuales el director decidió jugarle esta mala pasada a la artista.

Zhenovach deseaba hacer comprensible el argumento al gran público. Pero se excedió. Durante los recitativos Iolanta se aburre sola en una parte oscura del escenario mientras sus amigas y su niñera, situadas en la parte iluminada, van vestidas con ropa interior y se dedican a juegos eróticos.

A falta de marido, a Iolanta le han puesto un admirador. Las chicas, sentadas sobre las rodillas de los músicos le cantan tiernas melodías a su señora, lo cual convierte la puesta en escena del palacio del padre de Iolanta, el rey René, en algo que transmite un doble sentido. Chaikovski no escribió ni una sola nota sobre esto. De alguna manera, el director muestra que la única posibilidad para Iolanta de conservar la virtud reside en permanecer ciega.

El rey y los caballeros están ataviados con vestimentas deformes de color blanco y cada cual canta su texto como si el director intentase alejarse de la inmediatez operística. La maravillosa aria para barítonoQuién puede compararse a mi Matildeestá interpretada por el caballero Robert en el primer plano del escenario, inclinándose notoriamente ante el público después de los aplausos.

Mientras tanto, el caballero enamorado Vodemon interpreta su aria principal encaramado a una silla, como un niño delante de los invitados.

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Fuente: Damir Yusúpov / Teatro Bolshói

El coro pasa una vez de un lado al otro del escenario, pero el resto del tiempo permanece de pie, en pose soldadesca, cerrando filas y moviendo disciplinadamente la cabeza de un lado para otro, siguiendo  a los cantantes.

El texto del libreto que Chaikovski adaptó a su música ha envejecido. El final es, asimismo, muy extraño: a una Iolanta que ha medio recuperado la visión le caen encima una multitud de figurantes hombres, aludiendo a los valores de la familia tradicional.

Aunque es cierto que hay una escena muy lograda: la irrupción del caballero Vodemón en la pieza oscura de Iolanta y el rescate a la protagonista de la penumbra. Pero no queda claro a quién hay que agradecérselo, si al director o a Damir Ismaguílov, el encargado de la iluminación.

En conclusión, esta vez Iolanta no ha tenido suerte. Tanto la debutante Ekaterina Morózova, que responde a la visión que se tenía en la Rusia del siglo XIX de una princesa francesa del XV, como el médico mauritano Ibn-Hakia, interpretado por Elchin Azízov, como todos los otros intérpretes, merecían ponerse al servicio de mejores ideas. Por más que la orquesta dirigida por el joven Antón Grishanin se esfuerce, todo es en vano.

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Artículo publicado originalmente en ruso en Rossiyskaya Gazeta.

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