Parade. 1956 // It was exactly at this time that Borodulin decided to dedicate his life to photography. His work was influenced by the classics of Soviet modernism: Alexander Rodchenko, Boris Ignatovich, Arkadiy Shaihet.
Lev Borodulin / The Lumiere Brothers Photo GalleryDesfile 1956 // Fue precisamente en este momento cuando el famoso fotógrafo soviético Lev Borodulin decidió dedicar su vida a la fotografía. Su obra estaba influenciada por los clásicos del modernismo soviético: Alexandr Ródchenko, Borís Ignátovich, Arkadi Shailet.
La corta vida de Nikolái Ostrovski, el autor falleció a los 32 años, y escribió la novela de culto Así se templó el acero, tuvo cabida para albergar una infancia difícil, participar como adolescente en una guerra de guerrillas, cumplir con servicio militar, trabajar como funcionario del Partido y sobrellevar una dura enfermedad desde los 25 años que lo condenó a la cama y tras la cual quedó ciego.
En cualquier época, esta biografía podría servir perfectamente de base para un mito romántico, pero en la Rusia soviética se convirtió en algo más que un mito individual sobre un artista brillante que con fuerza de voluntad y talento superaba los duros golpes del destino. La experiencia personal del escritor se correspondía perfectamente con las necesidades de la sociedad: una historia bonita sobre cómo a partir de “material humano” de distinto tipo y a menudo inservible podía crearse un “hombre nuevo”: miembro y co-creador de la nueva sociedad socialista.
Los vanguardistas como Jlébnikov, Chagall, Malévich y El Lisitski, fueron inicialmente ardientes partidarios de la revolución comunista, identificándose con los bolcheviques únicamente en el plano social, no en el artístico. “¿Unirse o no unirse? Esta pregunta no se plantea para mí (ni para otros futuristas de Moscú). Era mi revolución. Fui al Smolni. He trabajado en todo lo que me llegaba a mis manos”, escribía lacónicamente el poeta Maiakovski en su autobiografía en 1928.
La literatura soviética de la época de Stalin está llena de verdaderas epopeyas en la que las personas se asemejan a piezas de hierro a partir de las cuales la idea comunista, como un martillo, forjó a los nuevos hombres. “Así se filosofa con el martillo”, escribía Nietzsche. “Así se martillea con la filosofía”, respondían medio siglo después sus lejanos descendientes indirectos.
Basta con leer los títulos de las obras fundadoras del realismo socialista. El torrente de hierro de Serafímóvich (1924): una novela sobre la hazaña del regimiento de Tamán del verano de 1918, durante la cual unos soldados aislados y desmoralizados se convirtieron en una única supercriatura; Así se forjó el acero, de Ostrovski (1932): la historia de la transformación de un joven muy capaz pero indisciplinado en un impecable “soldado del Partido”, que en realidad habla de la propia vida soviética; Campos roturadosde Mijaíl Shólojov Campos roturados de Mijaíl Shólojov (1932, 1959): la misma metáfora, la transformación de lo salvaje en civilizado, pero un una aldea, aunque la novela no trata en absoluto de salvajes que ven las tierras aradas por primera vez, sino de cosacos con una larga tradición agrícola de cientos de años. Y por último, otro título sugerente: Un hombre de verdad, de Borís Polevói (1946): un libro documental sobre un piloto que se arrastra con la piernas rotas durante varios días (en invierno, por la nieve) cruzando la línea del frente y que vuelve incluso a volar a pesar de que le han amputado ambas piernas por debajo de la rodilla: sujeta las prótesis a los pedales con unos aros especiales que le permiten “sentir” el suelo.
De este modo, la fusión del hombre con la máquina, su transformación en ciborg se produce ya literalmente. Aunque, evidentemente, cabe subrayar que Borís Polevói no tenía esta intención. Él admiraba sinceramente el valor del piloto y logró transmitir adecuadamente esta admiración en su libro. Pero fue la propia matriz del “realismo socialista” la que lo llevó a esto. Del mismo modo que cuarenta años antes esa misma matriz llevó a Maxim Gorki a escribir su novela La madre (1906), en la que las relaciones más tiernas, más íntimas del ser humano, como son las de una madre y un hijo, se convierten en la descripción de la transformación de una mujer simple y “oscura” en una “persona nueva”, luchadora y revolucionaria.
No tan ingenuo fue Alexéi Tolstói cuando transformó conscientemente las aventuras de Pinocho en su relato La llave de oro (1936). Bajo su pluma llena de talento y sensible a las tendencias de la época, la fábula de Collodi, bastante larga y un poco tediosa se convirtió en una alegoría llena de ingenio. Y el propio Buratino, un muchacho de madera que, aunque no sabe leer se convierte, gracias a su inteligencia natural, a sus rápidos reflejos y a su dedicación en el líder de su comunidad y en la estrella de un teatro de marionetas, es una versión travestida del mismo “hombre de verdad” que se arrastra con las piernas rotas hacia un futuro brillante.
Este “periodo heroico” no podía durar demasiado. Tras el deshielo de los años 60, los héroes impecables de la literatura soviética también se derritieron: surgieron contradicciones y, lo que es más importante, reflexiones sobre estos personajes. Los “hombres de verdad” se convirtieron en hombres verdaderos, como el Pinocho de madera de Collodi se convierte en un niño de carne y hueso (a diferencia de Buratino, que sigue siendo de madera). Pero los personajes de Nikolái Ostrovski, Mijaíl Shólojov, Alexander Serafimóvich, Borís Polevói y otros se mantendrán imperturbables, a modo de ejemplo y advertencia.
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