Se publica un libro con información militar confidencial de la Segunda Guerra Mundial

Alexánder Bondarenko, coronel jubilado, escritor e historiador de los servicios de inteligencia, ha publicado en la editorial Molodaya Guardia un libro sobre el director de la Inteligencia Exterior de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, Pável Fitin. En una entrevista para RBTH, el autor nos habla del protagonista de su libro, de los servicios de inteligencia soviéticos y de su influencia en el transcurso de la guerra, así como de la aparición de la energía atómica en la URSS.

RBTH: Alexánder, cuéntenos por qué le interesa el personaje de Fitin.

AlexánderBondarenko: Tengo un antiguo contacto en la oficina de prensa del Servicio de Inteligencia Exterior. Cuando se celebró el 70 aniversario de la victoria, ambos decidimos que la vida de Pável Fitin, personaje injustamente olvidado, constituía un buen argumento para un libro. Una de mis fuentes confidenciales me dijo que un conocido autor de libros de espionaje lloró cuando se enteró de que yo había escrito este libro por no habérsele ocurrido antes a él. Fitin es un personaje de lo más interesante, pero ha caído en el olvido, como ya es habitual aquí.

RBTH: Usted dice que, al principio, tenía en mente a varios protagonistas para la novela.

AB: Todos eran personajes relacionados con los servicios de inteligencia. Se trata de héroes de la Unión Soviética, líderes de los partisanos en la clandestinidad. Y Fitin estaba al mando de todo aquello. Él fue el primero que, a través de Beria, informó a Stalin de la inminencia de un ataque alemán a la URSS, aunque nadie le escuchó

Nuestro protagonista fue una de las personas más jóvenes en entrar a trabajar en el NKVD para el servicio de inteligencia, el cual acabó dirigiendo solo un año después.

RBTH: ¿Ha utilizado documentos públicos para la redacción del libro?

AB: He utilizado solo documentos oficiales. Algunos de ellos han sido desclasificados exclusivamente para el libro.

Con la autorización de la redacción de Molodaya Guardia, publicamos un fragmento del libro

Sabemos que, el 22 de diciembre de 1942, llegó a Moscú un paquete desde Londres con un informe detallado de los agentes que trabajaban en Inglaterra y en EE UU. De los documentos recibidos se desprende que los norteamericanos habían alcanzado una amplia ventaja sobre los ingleses en el desarrollo de una misma bomba. También sabemos que el servicio de inteligencia puso entonces en marcha una operación a la que bautizó con el sugerente nombre de Enormous.

En marzo de 1943, el académico Ígor Kurchátov —conocido como el padre de la bomba atómica soviética— envió al comisario del pueblo,Beria su valoración del material enviado por los servicios de inteligencia:

“Después de examinar el material recibido, he de decir que este tiene una importancia incalculable para nuestro Estado y para la ciencia. Estos documentos contienen datos de vital importancia para nuestra investigación; gracias a ellos, evitaremos algunas de las fases más complejas de nuestro trabajo, ya que conocemos nuevas vías para el desarrollo de la solución que buscamos”.

Al poco tiempo, Lavrenti Beria se convertiría en el supervisor del “proyecto atómico”.

Según los datos disponibles, la 1ª bomba experimental estará lista en otoño de 1944. El trabajo se desarrolla en un campamento situado en el estado de Nuevo México y está clasificado como altamente confidencial, incluso más que el proyecto de las máquinas “atómicas”.

En el proyecto Enormous, el trabajo de los ingleses está condicionado por el de los estadounidenses, ya que los primeros tienen menos posibilidades económicas como consecuencia de la guerra.

La mayor parte del trabajo de los ingleses se ha trasladado a Canadá con el fin tanto de protegerlo de ataques aéreos enemigos como de acercarlo a los norteamericanos. Un grupo menor de científicos continúa trabajando en Inglaterra en la misma línea, aunque con un volumen de trabajo inferior. De los trabajos se encargan las universidades de Cambridge, Oxford, Liverpool, Birmingham y otras, además de la conocida empresa Imperial Chemical Industries.

La instalación más importante dentro del programa estadounidense era el Centro de Estudios Nucleares de Los Ángeles. En este establecimiento trabajaban unas 45.000 personas, entre militares y civiles. En la creación de la primera bomba atómica participaron doce premios Nobel de física tanto estadounidenses como europeos.

No cabe duda de que estas personas no solo sabían en qué estaban trabajando y el papel que desempeñarían las armas nucleares en el futuro inmediato, sino que también pensaban en sus posibilidades a largo plazo. Esto llevó a varios científicos norteamericanos a escribir una carta al presidente Roosevelt en la que le proponían compartir los secretos nucleares con la URSS. Sobra decir que dicha propuesta no encontró ningún apoyo.

Los investigadores decidieron entonces buscar otra salida, es decir, entregar ellos mismos los 'secretos nucleares' a la Unión Soviética. Una fuente del servicio secreto soviético en Nueva York lo explica así:

“Algo tan terrible solo podía confiársele a la Unión Soviética. Como no podíamos arrebatárselo a otros países, era necesario que la URSS estuviera al tanto de su existencia para evitar el chantaje posterior”.

En aquella época los intelectuales creían en el socialismo, ya que veían en él una alternativa al sistema capitalista, y confiaban en que nuestro país sería capaz de superar las dificultades del momento y aprovechar todas las ventajas del socialismo real para su posterior desarrollo. Pero, como sabemos ahora, aquí venció el subjetivismo, lo que apartó al país de la senda del desarrollo socialista.

Por aquel entonces, la gente deseaba ayudar a la Unión Soviética —incluso quienes no simpatizaban con las convicciones comunistas—, pues esta estaba liderando la lucha contra el fascismo; nadie quería que, al final de la guerra, la URSS se encontrara desarmada frente a la potencia imperialista más poderosa del mundo.

Por ejemplo, en una ocasión, un desconocido entregó una bolsa en nuestro consulado de Nueva York con documentos altamente confidenciales y otros materiales de valor —como los llamaban los norteamericanos— del proyecto Manhattan. El “donante anónimo” desapareció justo después de dejar la bolsa y nunca se supo quién era.

Aunque llegaba información desde distintas fuentes, por lo que sabemos, todos los datos obtenidos eran auténticos. El esfuerzo de los servicios de inteligencia extranjeros por mantener el proyecto Manhattan en secreto no evitó que la Unión Soviética pusiera en marcha el proyecto Enormous, del cual no se supo nada en Occidente durante mucho tiempo. De ahí la ironía manifestada por los líderes occidentales con respecto a la serenidad con que reaccionó Stalin cuando, en julio de 1945, durante la Conferencia de Potsdam, el presidente estadounidense Harry Truman le anunció que estaba probando “un arma nueva de gran poder destructivo”. Churchill escribiría después en sus memorias: “Stalin no tenía ni idea de lo importante que era lo que le acababan de contar”.

Como bien dicen, quien ríe el último, ríe mejor. En este caso parece que el último en reírse fue Stalin cuando, el 29 de agosto de 1949, se probó la primera bomba atómica de la Unión Soviética.

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