Se cumplen siete años de la guerra entre Rusia y Georgia

AP
Aunque la crisis en Ucrania ha dejado en segundo plano la guerra de 2008 entre Rusia y Georgia, el conflicto latente en el Cáucaso está lejos de haberse solucionado. Siete años después, aún atrae la atención de expertos rusos y extranjeros.

En agosto de 2008, un nuevo status quo empezó a tomar forma en el sur del Cáucaso. El reconocimiento de la independencia de dos regiones de la antigua República Socialista Soviética de Georgia (una importante consecuencia del “agosto caliente”, como se conoce a los enfrentamientos de agosto de 2008) fue la primera vez, desde los Acuerdos de Belavezha, que se le concedía el status de estado a una entidad que no hubiese sido una república en tiempos de la caída de la URSS. De aquí surge la revisión de la “cuestión de agosto” antes del aniversario de este año.

¿Cuál fue el desencadenante del conflicto? No fue el ataque del ejército georgiano a Tskhinvali en agosto de 2008, sino los intentos oficiales y unilaterales de Tbilisi de romper las bases legales para solucionar el conflicto. Estos comenzaron el 31 de mayo de 2004, cuando, so pretexto de combatir el contrabando en Osetia del Sur, el ministro de Interior georgiano envió fuerzas especiales (300 soldados) a esta zona.

A diferencia de Abjasia, durante 12 años Osetia del Sur había disfrutado de una tregua bastante estable, una oportunidad para la paz. Además, antes del 2004, en Abjasia, no había sido demasiado activa la “pasaportización” o proceso mediante el cual las autoridades rusas inducían a la población a solicitar pasaportes rusos para después hacer valer sus derechos nacionales en la región, lo que también hace a Osetia diferente de Abjasia. Pero la propia policía era bastante popular, ya que garantizaba a la gente ciertos derechos humanos, como el derecho a cruzar la frontera y recibir tratamiento médico y educación fuera de las instituciones existentes.

Pero la rapidez con la que los políticos georgianos comenzaron a “descongelar” el conflicto, sin que sus aliados occidentales lo condenasen, impidió que se implementase esta política. Hoy en día, las críticas al “revisionismo ruso” en Crimea deberían ser atenuadas por el recuerdo de los intentos revisionistas de 2004 y 2008 y la “descongelación” de los conflictos etnopolíticos en el Cáucaso.

A esto se añade la dimensión de la política interior. A principios de los 90, en la primera fase del conflicto entre Georgia y Osetia, Osetia del Norte (es decir, territorio ruso) vio la llegada de miles de refugiados osetios no solo de Osetia del Sur, sino también de regiones interiores de Georgia. Llegaron a constituir el 16 % de la población total de Osetia del Norte en aquel momento.

Este fue el principal desencadenante de que se encendiese el conflicto entre Osetia e Ingusetia en Rusia en 1992.

A partir de aquí, Rusia tenía sobrados motivos racionales para responder de manera contundente. La discrepancia entre intereses nacionales en cualquier región en particular y la capacidad para formularlos de manera apropiada y promoverlos es una cuestión completamente diferente.

Y por último, pero no menos importante, la retórica actual a menudo traza paralelismos entre Osetia del Sur en 2008 y Crimea en 2014. Pero es necesario señalar que, incluso después de la “Guerra de los Cinco Días” en la que el tercer presidente de Ucrania, Víktor Yushchenko, apoyó a su homólogo Sakasshvili en la operación militar en Osetia del Sur, la posición oficial del Kremlin sobre Ucrania no cambió de manera significativa.

En varios aspectos, las acciones del Kremlin en Crimea fueron una reacción a los eventos de Maidán en Kiev y los intentos de cambiar el status quo en una región en la que Rusia tenía intereses, sin prestar ninguna atención a esos intereses. Se puede discutir si la respuesta de Moscú fue proporcionada y hasta qué punto contradecía la legalidad internacional y creaba riesgos adicionales para la propia política rusa.

Pero, como en el caso del Cáucaso, se trató más bien de una reacción a ciertas alteraciones en la alineación de fuerzas tradicional, que parecía suponer una amenaza (directa o potencial). La respuesta tanto en 2008 como en 2014 vino determinada no por factores generales, sino por las circunstancias particulares de cada momento.

Todo esto sugiere que los eventos del “agosto caliente” fueron un fenómeno complejo, con diferentes capas, directamente ligado al proceso de desintegración de la Unión Soviética y a la formación de los Estados-nación que los sustituyeron. El factor personal (Putin y Sakasshvili), aunque estaba presente, no fue de primordial importancia.

Todavía es pronto para juzgar si Rusia ganó o perdió trágicamente. Se dieron muchos pasos peligrosos y se tomaron decisiones que no tienen una explicación clara. Al tratar de resolver una serie de problemas tomando la custodia militar y política de Abjasia y Osetia del Sur, el Kremlin creó otros problemas, que requieren de un análisis por sí mismos.

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