Así es hacer surf en Kamchatka

Timoféi Timofeyenko
Bali, Filipinas, Hawái, Portugal: todos estos lugares pueden asociarse fácilmente con el surf. ¿Pero Kamchatka, en el Lejano Oriente ruso? Russia Beyond se embarcó en un viaje surfero de dos semanas a esta remota parte del país para descubrir por qué es uno de los lugares más hermosos del mundo.

En cuanto nos bajamos del jeep en la playa de Jalaktirski, a unos 30-40 minutos de Petropavlovsk-Kamchatski, nos encontramos con magníficas vistas de campos en flor, volcanes nevados, una playa de arena negra que parecía extenderse eternamente y, por supuesto, las olas que rompían suavemente (en ese momento). En mi escasa experiencia como surfista, he estado en Bali, Australia y Perú y, dejando de lado toda subjetividad, este era sin duda el paisaje más sobrecogedor que he visto nunca.

Inmediatamente me di cuenta de lo bueno (bueno, una de los muchas cosas buenas) que ofrece hacer surf en Kamchatka: es tan poco conocido que éramos las únicas personas que surfeaban allí.

El viaje fue organizado por la escuela de surf y el operador turístico de surf Surf Way, con sede en Moscú. Denís Drogáikin, el carismático fundador de la empresa, puso en marcha Surf Way hace nueve años tras darse cuenta de que había un hueco en el mercado. En los cinco años transcurridos desde su fundación, más de 2.000 aspirantes a surfistas han asistido a los cursos de Denís y han viajado con él por el mundo en busca de la ola perfecta.

“Este es el quinto año que organizamos viajes de surf a Kamchatka. Es nuestro lugar favorito. Es increíble saber que tenemos un lugar de surf de categoría mundial en Rusia, que además es impresionante. Y lo más curioso es que, como rusos, soñamos con visitar Kamchatka algún día, pero no somos muchos los que lo hacemos”, explica Denís.

Llegar a Kamchatka en agosto puede resultar bastante caro porque es el mes de mayor afluencia de turistas, así que es esencial conseguir vuelos con antelación. Yo llegué un poco tarde: un vuelo directo en abril costaba más de 50.000 rublos (760 dólares en aquel entonces) ida y vuelta, frente a los 20.000-25.000 (300-380 dólares al cambio aquel año) que pagaban otros del grupo al reservar en febrero/marzo. Aun así, conseguí encontrar una buena oferta, pero a través de Jabarovsk. Sólo por volar a Petropavlovsk-Kamchatski, la capital de Kamchatka, merece la pena el largo vuelo. El océano, las pintorescas bahías y los volcanes nevados que aparecen entre las distintas capas de nubes harán que saques el teléfono para hacer fotos mucho antes de aterrizar.

La ciudad de Petropavlovsk-Kamchatski no está precisamente deteriorada, pero tampoco es exactamente Moscú. Esto importa poco porque la mayoría de la gente se desplaza en camiones con tracción a las cuatro ruedas debido al terreno montañoso y accidentado. Petropavlovsk-Kamchatski tampoco es exactamente un lugar de moda. Hay unos pocos centros comerciales, algunos restaurantes y dos museos. El alojamiento tampoco es de clase alta (la mayoría de los alojamientos son básicamente locales que alquilan sus apartamentos, los hoteles son escasos aquí).

Pero los turistas no vienen aquí en busca de nada así. A donde quiera que te gires, se verá la bahía de Avacha o uno de los muchos volcanes. Y, por supuesto, la lista de actividades al aire libre (piensa en Islandia, pero un millón de veces más fría) es la razón por la que rusos y occidentales han solido hacer el largo viaje hasta aquí.

La primera noche conocimos a nuestro instructor local, Antón Morozov, que fue el único que inició la escena del surf en Kamchatka. Nos explicó que el surf en Kamchatka es un asunto muy caprichoso porque el tiempo puede cambiar 10 veces en una hora. Pero la suerte estuvo de nuestro lado y durante los tres días siguientes el tiempo decidió ser soleado y cálido.

Al principio estábamos un poco asustados por la temperatura del agua, porque incluso para los rusos, 15°C es bastante frío. Pero una vez que estuvimos en la playa haciendo estiramientos y practicando nuestras posturas al sol con trajes de neopreno de 4,5 mm de grosor, guantes y botas, la perspectiva del agua helada pareció de repente mucho menos desalentadora.

Y, de hecho, una vez que terminamos con las instrucciones de seguridad y nos metimos por fin en el agua, la sensación fue más que deliciosa. Las olas del primer día estaban un poco agitadas, pero eran pequeñas, por lo que fue una gran sesión de práctica para precalentar, ya que algunos de nosotros no habíamos surfeado durante algún tiempo.

Después, tuvimos algo de tiempo libre para pasar el rato en el campamento de surf de Antón, que estaba a unos 50 pasos de la playa, ¡los contamos! No era nada del otro mundo, pero había una ducha básica, un vestuario, hamacas en las que te podías columpiar perezosamente mientras contemplas los volcanes cubiertos de nieve, una bania (muy agradable para los músculos doloridos después del agua fría), un mini half pipe para los patinadores, una pequeña cocina, unas cuantas tiendas de campaña y unas sencillas casitas de invitados.

Los días siguientes fueron preciosos y soleados, tanto que algunos nos pusimos morenos. Uno de los días tuvimos que llegar muy temprano y vimos un hermosísimo amanecer sobre el Océano Pacífico. Otro día, unos chicos del campamento de surf organizaron una barbacoa al atardecer para nosotros y nos obsequiaron con el pescado más fresco de Kamchatka, cangrejo y caviar. Uno de los últimos días, una foca curiosa asomó la cabeza junto a nosotros mientras esperábamos la siguiente serie de olas.

Mientras estaba de pie en la playa de Jalaktirski por última vez, me esforcé por imaginarme la vida de vuelta a Moscú, porque hay algo en Kamchatka que te cambia profundamente en el buen sentido. Creo que nadie, ni siquiera los habitantes locales, se cansan de Kamchatka. Sólo quieres volver a por más.

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