La Rus medieval y el Moscú de aquella época no eran destinos turísticos muy populares: pocos se atrevían a viajar a un país sobre el que no existía ninguna información. Sin embargo, el embajador austriaco Sigismund von Herberstein resolvió el problema al escribir a principios del siglo XVI sus Comentarios sobre asuntos moscovitas con consejos para los extranjeros que viajaban al Principado de Moscú.
En la primera parte del libro se advierte al lector de que entre la Rus y los demás países existen grandes diferencias en cuanto a carácter, religión y disciplina militar.
El Moscú de principios del siglo XVI podía presumir de tener una elegante arquitectura al estilo de las construcciones de madera rusa.
Herberstein ofrece al viajero un mapa dibujado por él mismo y describe la capital de la Rus del siguiente modo: “La ciudad es toda de madera y muy extensa: desde lejos parece más extensa todavía, ya que los amplios jardines y huertos de cada casa la hacen más grande. Cerca de la ciudad, más allá de los campos y los prados, se ven casitas, pueblecitos junto a los ríos y algunos monasterios que, si se ven desde lejos, dan la sensación de ser otra ciudad”.
A quienes llevan mal la aclimatación, Herberstein aconsejaba abstenerse de viajar a Moscú describiendo la dureza desmesurada del clima ruso: “Y es que se producen allí fuertes heladas, el frío agrieta las tierras como sucede en nuestro país en verano debido al calor extremo: entonces hasta las partículas de agua contenidas en el aire o la saliva al salir de la boca se congela antes de caer al suelo. A estos fríos en ocasiones les siguen calores extremados, como sucedió en 1525, cuando el sol quemó casi todos los cultivos”.
Para no atraer las miradas curiosas, es necesario cambiar las prendas extranjeras por una vestimenta típica rusa. Allí llevan largos caftanes sin plegaduras, con mangas muy estrechas. Las botas casi siempre son rojas y llevan clavos de hierro en las suelas. Los cuellos de las camisas casi siempre son de colores distintos.
Nada más llegar al Moscú del siglo XVI, no olviden rendir pleitesía al gran príncipe. Así se llamaba al gobernante de Moscú antes de la aparición del título de zar. Para no quedar en ridículo, necesitará nociones de la etiqueta de la antigua Rusia. Si desea agradecer a alguien un servicio prestado, deberá inclinarse y tocar con la mano en el suelo. Si agradece al gran príncipe algún gesto de misericordia o le pide algo, inclínese hasta tocar con la frente en el suelo.
No se sorprenda cuando vea junto al príncipe una cuenca con dos lavamanos y toallas para las manos. Herberstein explica que el príncipe, una vez estrechar la mano de un embajador que profesaba la fe romana, consideraba que había dado la mano a una persona impura, por lo que debía lavarse las manos acto seguido.
No hay nada más valioso para los moscovitas que su propia religión. En las ceremonias relacionadas con la fe, el extranjero debe permanecer muy atento. Cuando los rusos se persignan, lo hacen con la mano derecha y se tocan ligeramente primero la frente, después el pecho, después la parte derecha del pecho y después la izquierda, haciendo la señal de la cruz. Si usted se persigna de un modo distinto, le considerarán un infiel de inmediato.
Visite el mercado para comprar souvenires locales: lingotes de plata rusa, telas de seda y de oro, perlas y piedras preciosas.
El principal producto de exportación rusa es la piel, en distintas variaciones y colores. Por esta razón no se puede uno ir de Moscú sin un abrigo. La piel de zorro se utiliza en los caminos y en los viajes, porque es la que más calienta. Las pieles de gatos domésticos las utilizan solo las mujeres.
En cualquier encuentro los rusos no le dejarán irse sin probar el pan y la sal. Con el pan, el anfitrión muestra su hospitalidad, y con la sal el amor, y en un banquete el príncipe no puede ofrecer mayor honor que enviando a alguien sal de su mesa.
No olvide participar en el pasatiempo principal de la Rus: la caza. Es un gran evento en el que participan muchos nobles a caballo y todavía más lacayos. Para la persecución y la caza se utilizan perros y halcones. El cazador cuyo perro obtenga más presas se considera el héroe del día. Herberstein recuerda especialmente una exuberante caza de liebres tras la cual se contaron unos cuatrocientos trofeos.
En la Rus hay otra diversión que recuerda a las corridas de toros, aunque es bastante más peligrosa: engordan a osos encerrados en un amplio edificio construido expresamente. Por orden del príncipe, sus lacayos se enfrentan a los osos con horcas de madera y los obligan a luchar.
Sin regalos no os iréis de Moscú. Herberstein, por ejemplo, recibió del gran príncipe antes de su marcha un trineo tirado por un caballo excelente, una piel de oso blanco y una buena manta”.
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