Desde la pequeña aldea de Nílmoguba, en la República Karelia, al Círculo Polar solo hay dos minutos a nado. En la aldea tan solo viven 15 familias y no hay tiendas ni locales de ocio. En invierno oscurece muy temprano y la temperatura cae hasta los 40 grados bajo cero, mientras que en verano el interminable día polar no deja dormir con normalidad.
Es un lugar de difícil acceso, pero la gente lo conoce y acude cada año. En el libro de visitas hay comentarios entusiastas en inglés, francés, alemán o chino.
En el Mar Blanco la temporada alta empieza en invierno, cuando queda cubierto por una sólida capa de hielo. Los instructores tienen mucho trabajo, ya que el buceo en aguas heladas goza de una enorme popularidad entre los amantes de los deportes extremos.
Pero, ¿qué es lo que se puede observar bajo el agua? ¿Cómo sobrevive la vida ahí abajo?
Foto: Eugene Ptushka
Mijaíl Jróbostov, instructor de buceo del centro “Círculo Polar”, lo sabe por experiencia propia. Sus colegas explican que durante su última inmersión encontró un mejillón y lo usó como señuelo para atraer a un enorme pez lobo, que acabó saliendo entre las rocas y se puso a comer directamente de su mano. En el fondo, alimentar de la mano a un pez lobo, una criatura espeluznante que tiene unas poderosas mandíbulas y una gran dentadura, es como alimentar a un lobo salvaje.
Para sumergirse en el Mar Blanco hay que tener experiencia en buceo y es necesario hacer un curso especial.
Foto: Eugene Ptushka
“Primero ponte el plumón...”, Mijaíl me acerca una mono cálido y ligero, como los de esquiar. Esta prenda ajustada es imprescindible. Se coloca bajo el traje de buceo. Bucear en el Mar Blanco sin esta prenda es imposible, incluso en verano. Este traje se mantiene siempre seco, incluso aunque te sumerjas en el agua por completo: es como si el buceador quedara envuelto en una enorme bolsa de agua caliente, y entonces da igual a qué temperatura esté el agua en la que se bucea.
Misha también me entrega un pesado traje de neopreno parecido a una escafandra pero con botas incorporadas. El traje es rígido e incómodo. Tiene una cremallera que recorre los hombrosy hay que colocárselo sobre el traje de buceo seco.
Antes de sumergirse hay que pasar un curso especial que se llama “Dry Suit”, diseñado por la Asociación Profesional de Instructores de Buceo (PADI). El “Círculo Polar” es el único centro de buceo del Mar Blanco afiliado a esta asociación internacional de instructores de buceo. Todo el equipamiento, desde el traje hasta los tubos, se puede alquilar en el centro.
Foto: Eugene Ptushka
A bordo de una lancha, avanzamos rápidamente hacia las Islas Krestovie, asustando a las focas que dormitan sobre las piedras. Me encomiendo mentalmente a los cielos antes de saltar al agua. Las sensaciones son sorprendentes y hay que acostumbrarse. Es como si el cuerpo estuviera dentro de una cápsula: todo está mojado alrededor. Pero dentro, está seco.
Incluso tengo tanto calor como en la orilla. Solo se humedecen las manoplas, pero no dejan que el frío traspase, y las mejillas no están tapadas con una máscara. Cuando zambulles la cara en el agua, durante los primeros segundos es como si se te clavaran decenas de agujas afiladas, pero al cabo de un par de minutos, de pronto notas una ligereza asombrosa: la piel se acostumbra y no muestra ninguna reacción ante las picaduras del agua glacial.
Foto: Sonya Liashkevich
Los ojos, en cambio, no paran quietos. La berza marina se estira hacia arriba formando unos extravagantes jardines de fantasía, los cangrejos de mar y pequeños pececillos van y vienen entre las piedras y, por el fondo, con una dignidad propia de la realeza, se arrastran unas enormes estrellas de mar que pueden ser violeta, burdeos o naranja. Como en los dibujos animados. De las piedras cuelgan los mejillones en racimo. Las medusas, de color rosa y azul cielo, van a la deriva tornasolándose a la luz del sol.
Foto: Sonya Liashkevich
Si observamos la masa de agua, pueden verse habitantes marinos diminutos como el ángel marino. Se trata de un molusco depredador que prácticamente pasa desapercibido y posee un rico mundo interior, en el sentido literal: por fuera su cuerpo es alargado y transparente y tiene unas pequeñas aletas. Y por dentro, bajo los rayos del sol brilla un núcleo anaranjado y brillante.
Foto: Antón Agarkov
De camino a casa, hacia la base, Mijaíl, el instructor, explica: “En 1992 me mudé aquí definitivamente y me hice instructor de buceo. Y mi mujer, Maria, empezó a entrenar a los delfines polares que trasladaron del delfinario de Utrish (que tiene filiales en San Petersburgo y el sur de Rusia). No vinimos en busca del trabajo de nuestros sueños. Nos llegó solo”.
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