Fuente: Lori / Legion Media
El laberinto de Moscú
Según Ignatii Stellétski, arqueólogo e investigador del subsuelo moscovita, las estructuras subterráneas situadas bajo los edificios construidos en los siglos XVI y XVII, situados más allá del Anillo de los Jardines (o Sadovoe Koltsó en ruso), están conectadas entre sí y con el Kremlin por una red de laberintos subterráneos.
De hecho, el plan original de la capital subterránea fue ideado por los arquitectos italianos del Kremlin de Moscú Aristotele Fiorovanti, Pietro Antonio Solari y Aloisio el Nuevo. El arqueólogo descubrió un sistema coordinado de 350 puntos subterráneos a través del cual, por ejemplo, se podía llegar a Vorobiovi Gori desde el Kremlin. Sin embargo, tras la muerte de Stelletski, las investigaciones al respecto pasaron al plano confidencial.
La 'Babilonia' de Kandalakcha
‘Babilón’ era el nombre con el que se referían antiguamente a los laberintos en el norte de Rusia, donde por cierto estos son bastante numerosos. Según una versión al principio se les llamaba ‘avalones’ (en honor a la mística isla celta de los Bienaventurados), pero más tarde, con la llegada del cristianismo, acabó usándose por parecido fonético el nombre de ‘babilones’.
Fotos: Islas Solovkí, donde todavía se encuentran los fantasmas del Gulag |
Se cree que en la antigüedad se realizaban sacrificios en estos levantamientos y que los propios laberintos constituyen puntos de energía desde donde las personas pueden entrar en otra dimensión.
No se sabe cuál era la función original del ‘babilón’ construido a orillas del golfo de Kandalakcha hace entre 3.000 y 5.000 años. Lo que sí se sabe es que los lapones celebraban aquí sus rituales chamánicos a principios del milenio pasado.
Después, este lugar fue ocupado por los pomory rusos, quienes tenían bastantes reservas con respecto a los ‘babilones’. Existía la creencia de que un ‘viaje’ por el laberinto podía acabar en un descenso al infierno. No obstante, se dice que los pomory conservadores sí que usaban los ‘babilones’ antes de salir a navegar al mar: al parecer, se creía que con ayuda del laberinto se podían llegar controlar los vientos.
El ‘babilón’ de Umba
Cerca del río Umba (en las cercanías de Kandalakcha) encontramos otro ‘babilón’. Probablemente su función no se distinguía de la del laberinto vecino de Kandalakcha. Los habitantes locales decían que está construido sobre un antiguo cementerio lapón y que recorrer el laberinto podía conducir a un contacto involuntario con las viejas almas.
El gran laberinto de las islas Solovetski
Este laberinto se encuentra en la isla Bolshoi Solovetski y consiste en dos ‘serpientes’ entrelazadas. Independientemente de hacia qué lado se vaya, siempre se vuelve al punto de partida.
Hay una creencia relacionada con este ‘babilón’: la leyenda popular cuenta que el laberinto duplica las riquezas materiales. Por ejemplo, si una persona recorre el laberinto con 10 rublos en el bolsillo, al poco tiempo su capital aumenta a 20 rublos.
El laberinto de Pyskor
Este laberinto se descubrió casualmente en los Urales en 1915, junto al monte Pyskor. En su día, sobre el monte se encontraba el Monasterio de Pyskor, patrimonio de los famosos comerciantes Stróganov. Bajo el monasterio se creó un sistema de túneles, capillas subterráneas, cámaras secretas, almacenes y otro tipo de instalaciones.
El laberinto no se pudo explorar con más detenimiento porque al poco tiempo de descubrirse la única entrada subterránea se cerró a causa de un deslizamiento de tierra. Un dato interesante es que entre los lugareños corría el rumor desde hacía tiempo de que había tesoros ocultos bajo la montaña.
El jardín junto al 'templo'
Fuente: Lori / Legion Media
Pedro I era un gran aficionado a los laberintos. Se dice que por orden de este zar modernizador se construyeron al menos diez grandes instalaciones de este tipo por toda Rusia. Se le atribuye incluso la construcción de varios ‘babilones’ en Belomorye, que los arqueólogos supuestamente asociaron por error a unas construcciones neolíticas.
Sin embargo, a Pedro Alekséevich solo se le puede atribuir con total seguridad la autoría de un laberinto que se encuentra en el palacio de Peterhof, cuya construcción fue planificada por el especialista francés Jean Baptiste Le Blond.
El laberinto, al que llamaron ‘Jardín del Templo’, consistía en un área cuadrada de cerca de 2 hectáreas, en cuyo centro había una piscina ovalada desde donde se abrían ocho senderos; estos estaban atravesados por una alameda circular, que dividía la parcela en dieciséis parterres con flores.
A pesar de su naturaleza vegetal, el laberinto no era tan inofensivo: corrían rumores de que ciertos viajeros habían desaparecido en él sin dejar rastro. Según otra leyenda, con el tiempo los masones rusos le echaron el ojo al ‘Jardín del Templo’, donde empezaron a celebrar sus rituales secretos.
El 'laberinto de las almas'
Este icono, pintado en el siglo XVIII, se puede ver en el monasterio Nueva Jerusalén (situado a las afueras de Moscú). Se trata de una imagen poco habitual para la iconografía rusa: los científicos hablan de la influencia de la tradición cristiana occidental.
El ‘Laberinto de las almas’ consta de 12 círculos: dos entradas conducen al reino de los cielos y doce de ellas conducen al infierno. El icono se presenta como una especie de detector de pecados: si se sigue el camino desde el centro con la mirada, parece que cada persona desemboca en su principal pecado. Se decía que solo se puede recorrer el ‘Laberinto espiritual’ inmediatamente antes de la confesión.
Las fotos cedidas por el servicio de prensa de Russian7
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