¿Cómo es el otoño en Rusia?

Fuente: Lori / Legion Media

Fuente: Lori / Legion Media

“¿Qué es el otoño? Es el cielo. El cielo llorando bajo mis pies.” Esta definición aparece en la canción “Otoño” de la popular banda de rock rusa DDT.

Una lluvia gélida, como agujas, se clava en forma de gotas diminutas en el rostro. La tenaz llovizna se cuela por el cuello, bajo las mangas, se aferra a las manos, hundidas en los bolsillos de los tejanos. Las gotas menos hábiles golpean contra el abrigo de piel y caen sobre el asfalto mojado, formando pequeños charcos y, desde allí, miran al cielo.

En Rusia el otoño es tiempo de lluvias, de reflexión y de soledad.

El bajo y gris cielo, las caras sombrías en el metro, los pies mojados, los paraguas olvidados en los autobuses, la vida se extingue y nos recuerda que el verano se acaba de ir y que el invierno avanza inexorable.

En otoño no es agradable hacer planes para el futuro. ¿Qué sentido tiene? “Esperemos a que acabe el año, y entonces ya se verá”, dice con un suspiro una joven pareja, esperando en una parada de autobús a que cese un repentino aguacero de otoño.

En otoño, ¿qué mejor que ir al bosque a buscar setas o bayas? Es la actividad tradicional de los rusos en esta época del año. 

 Fuente: Ria Novosti

Alexéi, 54 años, conductor: “Mi mujer y yo cada año vamos a buscar setas a Ashukino (35 kilómetros al nordeste de Moscú). Ya tenemos nuestros rincones. Es nuestra tradición”.

Rusia Hoytambién decidió llevar de viaje fuera de la ciudad a sus lectores. Tomamos asiento en el tren, no hay tanta gente como en verano, en el apogeo de la temporada de dachas, y escogemos un asiento al lado de la ventanilla en un duro pero cálido asiento de madera y… comienza el otoño.

La mirada se queda absorta en los idénticos y elevados edificios de las afueras de la ciudad, luego empieza el aburrido suburbio. Los árboles semidesnudos, con los flancos mojados, brillan bajo los tenues rayos de sol y tratan de ocultarse de miradas ajenas con las hojas amarillas que les quedan. Y en la mente revolotean las citas de los clásicos. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene su otoño.

“¡Tiempo melancólico! ¡Mágico para los ojos!

Me agrada la belleza en tu partida.”

(Alexandr Pushkin)

Finalmente, el tren se detiene. Durante un rato caminamos despacio a lo largo de un campo de trigo cosechado y pronto llegamos al lindero del bosque. Tras adentrarnos en él, vemos el follaje de los árboles que aún no ha caído. Pero el aire es frío, húmedo, otoñal. Después de las lluvias y de los bruscos cambios de temperatura, es el mejor tiempo para ir a recoger frutos al bosque. “Cuando cesa la lluvia, hay que ir al bosque rápidamente a buscar setas. Es entonces cuando aparecen en abundancia”, nos cuenta Alexéi. En ruso existe el proverbio: “Crecer como champiñones después de la lluvia”. Significa que algo nuevo ha aparecido muy deprisa y en gran cantidad.

En época soviética casi todos iban “a buscar setas y bayas”, las recogían para llenar la despensa, haciendo conservas para el invierno y para la primavera.  Ahora todos prefieren comprar los productos en la tienda, en el bosque ya sólo quedan los auténticos fanáticos.

Además, estar en el bosque es magnífico: en medio del silencio repiquetean las gotas de lluvia contra las hojas y las ramas, pero no alcanzan a los paseantes. Toda la tierra está sembrada de una densa capa de follaje y pinochas. Da la sensación de que avanzamos no a través de la espesura del bosque sino por un sendero acolchado. Por el lado norte, los árboles están cubiertos de un manto de musgo color verde oscuro. Desde lejos parece cálido y afelpado pero, al tacto, es frío y pegajoso.

El bosque otoñal invita a quienes paseen por sus caminos a olvidarse de todas las preocupaciones de la ciudad y a reflexionar sobre su propia vida, meditar, reconocer sus errores…

No importa cuántas setas acaben en la canasta al final de la jornada, lo importante es estar a solas con uno mismo. En la ciudad esto no ocurre a menudo. Ya a bordo del tren, en el camino de regreso, todos los pasajeros viajan en silencio, ensimismados. Algunos tienen en las manos canastas de setas.

Pero de repente, después de un par de días melancólicos y lluviosos, llegan unos días cálidos: el veranillo de San Martín. Muchos creen que precisamente él dota de sentido al otoño.

Yevgueni, 34 años, profesor de una escuela de secundaria: “Después del frío y la lluvia, de pronto, en la naturaleza, revive el verano. Es indescriptible cómo se valoran esos días soleados, un poco cálidos o, al menos, no del todo fríos. Nada que ver con el verano. Después de los fríos otoñales, adquieren mayor relevancia y se aprecian mucho más”.

El sol bajo de otoño calienta mejor que el brillante y remoto sol de primavera. Por unos días vuelve con el cálido y despreocupado verano. Y tanto más crueles y terribles parecen los fríos de septiembre que se acercan al final, que empujan al hombre de vuelta a casa y lo devuelven al trabajo y a los pensamientos de la vida.

Y, detrás de ellos, llega el invierno.

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