La triste herencia del campo penitenciario de Solovkí sigue marcando el presente de sus islas. Fuente: Focus Pictures
El sol brilla, el agua es cristalina y una brisa fresca embiste el ferry. Delante se atisba un bosque virgen, pequeñas cabañas y un sinfín de torrecillas como salidas de un cuento que brillan con el sol. Dominado por un cielo vasto y luminoso, todo está rodeado por el infinito azul del Mar Blanco.
El archipiélago Solovetsky, con su monasterio inscrito como lugar Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, así como con sus bosques intactos y lagos, es un lugar de una belleza casi etérea, y llegar a sus costas en barco es hoy una experiencia estimulante, pero durante las décadas de 1920 y 1930 constituía el viaje a un auténtico infierno y muchos de quienes lo emprendieron nunca regresaron.
A lo largo de los siglos la ubicación remota del archipiélago y su aislamiento del resto de Rusia hizo de estas islas el sumidero perfecto por el cual se arrojaba a criminales y presos políticos. Durante el régimen soviético, las islas tuvieron el dudoso privilegio de convertirse en el lugar que albergó el primer campo de trabajos correctivos de la era soviética.
En virtud de un decreto de Lenin de 1923, se fundó el Solovetsky Láger Osóbogo Naznachenia (SLON), esto es, el Campo Solovkí para propósitos especiales, como lugar de rehabilitación para criminales y opositores a la ideología del nuevo Estado soviético, donde podrían redimirse mediante trabajos forzados.
El SLON, situado en las Solovkí y el puerto marítimo de Kem en el Mar Blanco, fue el prototipo para una red de prisiones brutales que extendió sus siniestros tentáculos hasta los rincones más recónditos del país. Una red que el escritor disidente Alexánder Solzhenitsyn bautizó solemnemente con el nombre de Archipiélago Gulag.
En este lugar las autoridades soviéticas desarrollaron y pusieron a prueba métodos que acabarían por ser equiparables a los utilizados en los campos de concentración: vigilancia omnipresente, organización de los barracones, racionamiento de comida, normas de productividad y diferentes formas de tortura, represión y ejecución.
Los prisioneros eran enviados rumbo al norte efectuando paradas en una serie de campos de tránsito y, una vez llegaban a las Solovkí, se les ponía a trabajar en la construcción de carreteras, la tala de árboles, la extracción de turba o bien picando en las canteras.
El núcleo del campo de Solovkí era su monasterio con vistas a la bahía. Importante fortaleza fronteriza del siglo XVI y centro de la vida monástica del archipiélago durante siglos, el monasterio se clausuró con la llegada al poder de los bolcheviques y se transformó en el centro administrativo del recién constituido SLON. A las estancias del monasterio se les asignaron nuevos usos: las celdas de los monjes pasaron a utilizarse como prisiones, se saquearon los altares y la estufa se empleó como horno para cocer ladrillos.
El monasterio volvió a abrir sus puertas a principios de la década de 1990, y una exposición permanente en las grandes salas del piso superior ofrece un estremecedor repaso de la catástrofe moral que asoló a la nación durante la época del Gulag: juicios, órdenes de ejecución, fosas comunes, iglesias destrozadas, la historia de los malogrados sacerdotes que fueron los primeros en plantar cara a los pelotones de fusilamiento.
En cualquier parte del único asentamiento del archipiélago, conocido como Solovetsky a secas, el visitante advertirá vestigios de la época del Gulag: muchas de las construcciones son cabañas y barracones levantadas por prisioneros; la red de carreteras y pistas se construyó empleando mano de obra del campo penitenciario y muchos de los residentes actuales del asentamiento son descendientes de los hombres que fueron prisioneros allí.
Detrás del monasterio está el Museo del Gulag, alojado convenientemente en un antiguo barracón de prisioneros en el centro del asentamiento. Los visitantes, acostumbrados a las salas polvorientas y a los expositores desteñidos tan característicos de los museos provinciales rusos, se quedarán gratamente sorprendidos ante el audaz diseño contemporáneo de los interiores y la presentación de los contenidos.
Entre los objetos expuestos figuran fotografías, mapas, cartas, dibujos, prendas de vestir, numerosos documentos y otros objetos. Revisten particular interés las detalladas estadísticas relativas a las fugas, que incluyen los siete casos que se vieron coronados con éxito, siempre desde campos situados en el continente o durante expediciones de trabajo. La mayoría de las huidas estaban abocadas al fracaso, puesto que escapar de las islas era una empresa casi imposible, aunque tentativas no faltaron y eran frecuentes.
En otro punto de la muestra, una serie de recuerdos de los prisioneros arroja luz sobre la cruda realidad de la vida cotidiana en el campo. El prisionero Borís Shiryayev formó parte del servicio de tala forestal durante el invierno de 1923: "La norma de producción en el bosque era talar diez árboles, podarles las ramas y arrastrarlos hasta la carretera. Muy pocos podían cumplirla. A menudo significaba estar en el bosque a merced de la intemperie, soportando un frío atroz durante horas, o incluso toda la noche. Muchos se congelaban… En los lugares de trabajo, especialmente durante la noche, solían ejecutar a la gente". Al lado hay una vitrina en que se exhiben sierras y hachas rudimentarias que los prisioneros debían utilizar para llevar a cabo el trabajo asignado. Todos estos instrumentos están desafilados.
Desde el asentamiento de Solovetsky, un camino de tierra se adentra en el bosque a lo largo de doce kilómetros hasta Sekirnaya Gora [Colina del Hacha], el punto más alto del archipiélago, a 98 metros sobre el nivel del mar. Sekirka es visible desde muchos puntos de la isla y su cima coronada por la pequeña iglesia blanca de la Ascensión fue la primera iglesia-faro del mundo.
La colina ofrece unas vistas inmejorables de los lagos y los bosques de la isla Bolshói Solovetsky y del mar Blanco. Sin duda, es uno de los espacios más bellos del archipiélago. Sin embargo, este lugar apacible fue el escenario de algunos de los castigos más salvajes, que se aplicaban bajo la jurisdicción del SLON: una brutalidad que se ejercía a una escala tan desmesurada que sorprendía incluso a las autoridades soviéticas. La iglesia de la Ascensión se transformó en una prisión de aislamiento para los reos, adonde se los enviaba por periodos superiores a un año por una variedad de delitos, entre los cuales figuraban la violación de las leyes del campo, las actividades contrarrevolucionarias, el sabotaje, la resistencia a trabajar, la conspiración para huir y la confraternización con las mujeres.
Detrás de la iglesia de la Ascensión, una vertiginosa escalera de 294 peldaños de madera desciende por la colina empinada. Conocida como la Escalera de los Torturadores, en sus peldaños se infligía uno de los castigos más crueles administrados en Sekirka: se ataba a los prisioneros a un tronco y se les despeñaba escaleras abajo.
Al pie de la Escalera de los Torturadores, en el bosque, se ha erigido una gran cruz para conmemorar a quienes perecieron en ese lugar. En 2005, se llevaron a cabo excavaciones al pie de la colina y el descubrimiento de un buen número de fosas comunes atestigua su espeluznante pasado como lugar de ejecuciones masivas.
En el archipiélago hay otros sitios relacionados con el Gulag, pero son de acceso más difícil y requieren más tiempo y esfuerzo. En la isla Bolsháya Muksalma se conservan los vestigios de la iglesia Serguéiev, donde estaban confinadas las prisioneras. Hoy, lo único que queda en pie es una construcción de madera siniestramente abandonada y una zona repleta de escombros donde otrora se erigía la iglesia. Para acceder a la isla Bolshói Zayatski y la isla Anzer, hay que contratar una excursión guiada.
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El campo de prisioneros de Solovkí se clausuró en 1939, dado que su proximidad con Finlandia y el inestable clima político en Europa hicieron que su situación dejara de ser adecuada. Más de 80.000 ciudadanos soviéticos pasaron por el SLON desde 1923 hasta 1939, y se estima que cerca de la mitad de los prisioneros murieron en los campos. En la actualidad se alza un monumento a las víctimas del Gulag en la Plaza Lubianka de Moscú. Cabe destacar que está hecho a base de roca procedente de las islas Solovetsky.
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