Cruzar Rusia en bicicleta: desde el mar del Japón hasta la capital (16.000 km)

Uno de los dos viajeros norteamericanos que realizó este viaje cuenta sus aventuras. Fuente: Levi Bridges

Uno de los dos viajeros norteamericanos que realizó este viaje cuenta sus aventuras. Fuente: Levi Bridges

Los dos viajeros norteamericanos consiguieron algo que parecía imposible: cruzar el país más grande del mundo en bicicleta.

El 15 de abril mi amigo Ellery Althaus y yo salimos en bici de Vladivostok, Rusia, y comenzamos a pedalear en dirección a Portugal. Nuestro objetivo era cruzar en bici toda Rusia y continuar a través de Europa.

Había soñado con este momento durante años. En mis fantasías, me imaginaba comenzando este viaje en una tranquila playa de piedras grises, con el aire fresco entrando en mis pulmones.

Tras siete años planeándolo, el frío día de primavera en el que Ellery y yo llegamos a la playa de arena del puerto Sportívnaya de Vladivostok, un grupo de periodistas rusos nos acribillaron a preguntas con sus micrófonos estampados en nuestras caras, mientras nosotros balbuceábamos las respuestas con los dientes apretados.

En medio de aquel paisaje, acercamos las bicis al mar e introdujimos las cámaras traseras en el agua. Ocho meses después planeábamos hacer lo mismo con las ruedas delanteras en el Atlántico. Los medios de comunicación nos hicieron una gran cantidad de fotos. A pesar de la multitud que había allí, yo sentía que este gran momento seguía siendo mío…

O casi.


“¿Puedes volver a meter esa rueda en el agua?” me gritó un fotógrafo, arruinando el simbolismo del evento, “Quiero otra toma”.

Ese día, mientras recorríamos las montañas cercanas a Vladivostok, eché una última mirada al mar. Ante nosotros teníamos un viaje de unos 15.996 kilómetros a lo largo de 11 franjas horarias y de dos continentes.

Comenzamos a pedalear. 

Los idiotas

Antes de comenzar el viaje, Ellery y yo nos hicimos tarjetas de visita con nuestra web en las que se leía: “Los idiotas”. Era una referencia a la conocida novela de Fiódor DostoievskiEl idiota, así como a la idea de que recorrer Siberia en bici requiere una alta dosis de locura.

 Fuente: Levi Bridges

Pero los rusos no pensaban en absoluto que fuéramos idiotas. El cámara que nos rodó en Vladivostok nos contó que aparecimos en programas de televisión desde Moscú a Magadán.

La mañana siguiente todo el mundo sabía quiénes éramos. La gente que iba en coche bajaba las ventanillas a nuestro paso, sonriendo y saludando.

 “¡Hola, amigos!” nos gritó un coche de jóvenes rusos que aminoró la velocidad para ir a nuestro paso la segunda mañana de viaje.

 “Zdravstvuite. Hola,” dije yo, asfixiado por el tubo de escape, ya que íbamos lado a lado.

“¿Es esto parte de los Juegos Olímpicos de Sochi 2014?”, preguntó el conductor, un joven de ojos claros llamado Iván.

“No”, dijo Ellery, “es sólo aventura”.

Un chico sacó un bolígrafo y una libreta por la ventana del asiento de atrás.

 “¿Me puedes dar un autógrafo?” preguntó.

Tras detenernos para firmarles la libreta, Iván me escribió su número de teléfono.

 “Llámame si necesitas cualquier cosa”, dijo.

Y así sucedió durante todo nuestro viaje por Rusia; en las ciudades y pequeños pueblos, la gente solía compartir su comida con nosotros y se ofrecía a alojarnos durante la noche.

Fuéramos adonde fuéramos en Rusia, siempre hacíamos amigos.  

Contra el viento

Cuando viajas en bicicleta por Siberia tienes muchas cosas de las que preocuparte: las bajas temperaturas, el mal estado de las carreteras, los tigres siberianos y los conductores borrachos.

Mark Jenkins, el escritor de 'National Geographic' que cruzó Rusia en bicicleta en 1989, nos dijo que nos volviéramos a pensar todo nuestro viaje. Antes de comenzar, Jenkins nos informó por correo electrónico de que los vientos del oeste, propios de las latitudes más al norte, soplarían contra nosotros.

 

Fuente: Levi Bridges

Era una nueva dificultad añadida a una ya ardua expedición. Tendríamos que pedalear contra el viento.

Pero el mayor desafío que nos encontramos fueron las garrapatas.

En Siberia Oriental, algunas garrapatas son portadoras de un virus llamado encefalitis por garrapata que, si se transmite a los humanos, puede provocar enfermedades, daños en el sistema nervioso e incluso parálisis.

Ellery y yo nos pusimos la primera inyección de la vacuna contra esta enfermedad en Vladivostok, y la segunda en Jabárovsk (la primera ciudad importante a la que llegamos). La vacuna contra la encefalitis por garrapata debilita temporalmente el sistema inmunológico e incluso un resfriado puede causarte graves problemas de salud.

Después de un día en bicicleta tras abandonar Jabárovsk, Ellery se vino abajo con una aguda intoxicación alimentaria (resultado directo de la vacuna) y tuvo que recibir atención médica en un hospital local. La intoxicación dañó tanto su estómago que siguió poniéndose enfermo una vez al mes durante el resto de nuestro viaje a través de Siberia.

Al volver a los Estados Unidos, Ellery se sometió a una apendicectomía. Durante la operación, el doctor encontró unas grandes cicatrices en sus intestinos.

“Tiene suerte de haber vuelto a salvo de su viaje en bicicleta”, le dijo el doctor.

El camino hacia Moscú

En el momento de nuestro viaje, un tramo de unos 800 kilómetros de la Autopista Federal Rusa (la carretera principal que une Vladivostok con Moscú) estaba sin asfaltar. En un mapa de carreteras, el tramo de carretera sin pavimento de la Autopista Federal aparecía como una sinuosa línea roja que unía unos pequeños puntos que representaban pequeños pueblos. Dibujaba una curva alrededor de la punta norte de China como la cola de la Osa Mayor.

El camino de tierra estaba en tan mal estado que a menudo tardábamos 10 horas en recorrer 80 kilómetros. En muchas ocasiones hicimos autostop para llegar a las capitales regionales cuando Ellery se ponía enfermo. Los médicos le daban medicinas pero siempre volvía a caer enfermo. Nosotros, obstinados, seguíamos adelante.

A pesar de las dificultades, encontramos la belleza de la naturaleza y la riqueza de las diferentes culturas.

El camino de tierra nos llevó a través de los impresionantes montes Stanovói. La carretera volvía a estar asfaltada a partir de la ciudad de Chitá, y seguimos pedaleando hasta Buriatia, el hogar de los pueblos indígenas buriatos de Siberia. Nuestro viaje a través de Buriatia nos condujo a través de montañas onduladas salpicadas de monasterios budistas, y finalizó en el lago Baikal, el mayor lago de agua dulce del mundo.

 

Fuente: Itar-Tass

Desde el lago Baikal hasta Moscú se comienza a medir la distancia en tramos de 1.500 kilómetros. Esta es la distancia entre las colinas onduladas cercanas al Baikal y la ciudad de Krasnoyarsk. Otros 1.500 kilómetros de estepa se extienden entre las ciudades siberianas de Novosibirsk y Ekaterimburgo, donde tuvimos que luchar contra los fieros vientos contra los que nos había prevenido Mark Jenkins.

En una explanada al oeste de Novosibirsk, Ellery y yo nos pusimos a cambiar nuestra cuarta cámara del día (la 16º cámara de ruedas del viaje). Mientras tanto, el estómago de Ellery gorgoteaba con el inicio de otra intoxicación alimentaria.

Mirara en la dirección en que mirara, no veía ni siquiera un árbol o un poste de alambrado. Me agaché en medio del calor estival para cambiar la cámara, reposando en el suelo mi trasero tras 4.499 kilómetros de viaje, y vi el pelo rizado de Ellery moviéndose arriba y abajo en la zanja de desagüe que había encontrado para hacer sus necesidades.

Justo entonces, un coche lleno de rusos entusiasmados llegó para conocer a los intrépidos aventureros que habían visto en televisión. Intenté distraer su atención lejos de mi compañero, que estaba en cuclillas en una zanja junto a un charco de diarrea.

Allí estaban sus héroes.

Pasado Ekaterimburgo, cruzamos los Urales y entramos en otro tramo de 1.500 kilómetros famoso por sus problemas de tráfico. Nos detuvimos en Kazán,  capital de Tatarstán. Tatarstán es una república independiente y el pueblo tártaro practica el islam. De repente, las mezquitas remplazaron a las iglesias ortodoxas que acostumbrábamos a pasar en bicicleta hasta el momento.

A mediados de septiembre llegamos a Moscú. Las hojas habían cambiado al color carmesí del otoño. El invierno llegaría pronto.

Seguimos pedaleando rápidamente, al sur hacia Ucrania. Los detalles de Rusia que nos habían hecho sentirnos en casa (la sintonía de las noticias nacionales de la tarde, los coloquialismos que usaba cuando hablaba con los jóvenes, dejar colarse a las mujeres mayores) estaban a punto de desvanecerse.

En la frontera ucraniana, eché un vistazo hacia atrás, hacia las montañas rusas azotadas por el viento, y sentí una mezcla de triunfo y nostalgia. Ellery y yo habíamos conseguido lo que durante tantos meses había parecido imposible.

Ahora nos uníamos al selecto grupo de quienes habían cruzado en bicicleta Rusia, el país más grande del mundo.

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