Las operaciones militares llevadas a cabo durante la Segunda Guerra Mundial demostraron que la artillería estaba dejando de ser importante: la aviación, que se desarrollaba a marchas forzadas, aportaba un alcance y una potencia muy superiores a la hora de atacar objetivos enemigos. El único punto débil de este tipo de armamento consistía en que al mando del avión debía estar una persona: un piloto altamente cualificado para cuya formación se necesitaban años y una gran inversión económica. Los Ejércitos europeos, incluido el soviético, comenzaron a desarrollar proyectiles voladores no tripulados, es decir, misiles teledirigidos.
El proyecto de misil de Lávochkin, una especie de abuelo de los actuales Tomahawk estadounidenses o de los Kalibr rusos, fue puesto en marcha mediante un decreto publicado en 1954. Los trabajos de la compañía Lávochkin, famosa por haber producido algunos de los cazas más potentes usados por la URSS contra las fuerzas del Eje, y Miasíshchevestarían destinados a la creación de un misil de crucero supersónico capaz de alcanzar Mach 3.
Sin embargo, tras siete años, el Buria fue víctima de la mayor simplicidad y relativa invulnerabilidad a la interceptación de los misiles balísticos intercontinentales. Esto, a pesar de que, se lograsen llevar a cabo pruebas exitosas incluso después de la cancelación oficial del proyecto, que continuó como simple demostración tecnológica. El Buria además es considerado como uno de los precursores del transbordador espacial soviético Burán.
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