Visitamos un centro espiritual en los Urales. Fuente: Daria Kézina
“Yo creo que si no fuese la voluntad de Dios, Él no habría consentido que me hubiesen ordenado monje” dije el hierodiácono Erast, el monje más joven del monasterio de San Nicolás, en el territorio de Verjoturski, una mágica y salvaje zona a 300 kilómetros al norte de Ekaterimburgo y 1.400 al este de Moscú. “Ahora debo ser fuerte y continuar por el camino emprendido. Nadie me obligó a tomar los votos. Lo hice voluntariamente”.
El joven hizo tres votos monásticos: pobreza (los monjes no pueden poseer objetos costosos), celibato (los monjes no pueden casarse ni tener relaciones sexuales) y obediencia (los monjes deben obedecer a las autoridades eclesiásticas y no pueden abandonar su lugar de servicio sin permiso).
Los monasterios de la Rusia medieval no solo eran lugares de culto religioso, sino también institutos de investigación científica y avanzados centros agrícolas y tecnológicos. En los Urales, los monasterios siempre han tenido un significado especial y han ayudado a los desplazados a asentarse en las regiones remotas del Imperio ruso.
Erast llegó al monasterio desde el pueblo de Fershampenuaz, en los Urales, cuando tenía 15 años. Estudió en una escuela religiosa, se hizo novicio y se graduó en el seminario como externo. A la edad de 23 años fue tonsurado como monje y tomó las órdenes.
“Hay momentos difíciles, hay tentaciones. Por eso rezo”, explica Erast. “Si veo a una muchacha hermosa, bajo los ojos y paso de largo. Después me encierro en mi celda y me digo: ¿Para qué necesitas esto? Eres un monje. Déjala ir. Simplemente, déjala ir”.
Erast mantiene el contacto con sus parientes por teléfono y a través de la red social VKontakte, donde ocasionalmente sube nuevas fotografías.
Erast mira el futuro desde una perspectiva filosófica: “No puedo imaginar qué me ocurrirá dentro de 20 años. No me veo como uno de esos sabios ancianos o un obispo. La vida monástica no te ofrece una carrera. Solo quiero vivir con Cristo, mientras esté destinado a ello”.
¿Cómo ganan dinero los monasterios?
Fuente: Daria Kézina
El monasterio de San Nicolás, donde vive Erast, es el más antiguo de los Urales. Fue fundado en Verjoturie en 1604, en una época en la que la Iglesia ortodoxa rusa aún no estaba separada del Gobierno. Tras la Revolución de 1917, el monasterio se cerró, convirtiéndose en una colonia. Su restauración empezó en 1990.
En la actualidad es un monasterio abierto, que vive de servicios litúrgicos, las donaciones y el trabajo de los peregrinos. En el monasterio viven 30 monjes, 25 estudiantes religiosos y 25 peregrinos, que desempeñan diferentes tareas.
La ermita de San Kosmin, un monasterio masculino situado a 34 kilómetros de Verjoturie, en el aislado y pintoresco pueblo de Kostilev, es completamente diferente. Los monjes locales recolectan epilobium en los bosques y praderas, lo fermentan y confeccionan la tradicional bebida medicinal rusa, el té de epilobium. También elaboran mermelada de piñas de pino y bayas. Los productos del monasterio pueden encontrarse en varias ciudades rusas. El hieromonje Ion Lila cuenta a RBTH que durante la estación del epilobium los monjes trabajan por turnos, 24 horas sin parar, procesando así una tonelada de hojas frescas al día.
“Tratamos de combinar trabajo físico y oración tanto como sea posible. Debemos recordar siempre el ideal del monje, que se entrega completamente a sus plegarias; esto es a lo que aspiramos”, dice el prior del monasterio, Hegumen Peter.
Es difícil dudar de la verdad de la fe que tienen los monjes locales. Viven según la regla de Athos (Grecia). No se permite el acceso de mujeres a los territorios del monasterio. El lejano claustro de piedra blanca, rodeado de campos y bosques, da la sensación de ser una inexpugnable fortaleza medieval. Solo la antena del repetidor tras los muros y los telefonillos en las puertas nos recuerdan al siglo XXI.
La hermandad de San Kosmin empezó a desarrollarse en 1994. En la actualidad hay 25 monjes, entre ellos militares, policías y músicos. La gente llega de Ucrania, Kazajistán e incluso de Michigan, en los EE UU.
Fuente: Daria Kézina
El monje estadounidense tiene 28 años y lleva cinco viviendo en la ermita de San Kosmin. Los superiores del monasterio ocultan a este extraño peregrino de los periodistas, pero pueden contarte su historia. Nació en San Petersburgo, pero cuando era muy pequeño su madre se lo llevó a los EE UU. Allí, el joven entró en el seminario, pero cuando conoció a varios monjes de los Urales en internet, decidió ser como ellos. “Es extraño”, dicen los monjes sobre este muchacho estadounidense. “¿Qué sentido tenía cruzar el océano solo para terminar encontrando su sitio aquí?”.
Gente que no se queda mucho tiempo en el monasterio
A pesar del hecho de que la ermita de San Kosmin es un monasterio bien equipado, con comida saludable y servicios médicos, no mucha gente logra quedarse. En los primeros cinco años, antes de ser tonsurado como monje, un hombre puede dejar el monasterio en cualquier momento, y esto no será considerado traición ni cobardía.
“Si alguien puede adivinar exactamente qué trae a un novicio a un monasterio, ese solo puede ser Dios”, filosofan los monjes de Verjoturie. “La desesperación y los fracasos nunca empujan a nadie al monasterio. Y si lo hacen, esa persona permanece poco tiempo”.
Las personas con antecedentes criminales también suelen ser incapaces de llevar una vida monástica, según la experiencia de la ermita de San Kosmin. El monasterio tampoco está demasiado de acuerdo en aceptar hombres casados. Un venerable arcediano y teólogo de Moscú, que tiene 12 hijos (dos de las hijas son monjas y tres varones son sacerdotes), dijo: “Si no fuese por el monacato, la vida familiar no tendría sentido”. Se cree que, en un plano ideal, no hay diferencia entre la vida familiar y la vida monástica, y que la familia es similar a un monasterio. Ambas tienen reglas, santuarios y celebraciones sagradas.
“Por tanto, si alguien tiene familia y llega diciendo que quiere hacerse monje, le digo: 'Lo siento, amigo, pero tú ya tienes tu monasterio”, dice el prior Piotr.
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