Colas kilométricas en Moscú para admirar las reliquias de los Reyes Magos

La víspera de la Navidad ortodoxa, el 7 de enero, desde el monte griego de Athos, se envió a Moscú una de las mayores reliquias del cristianismo: los regalos de los Reyes Magos de Oriente.

 

Fuente: Daria Kózireva / Rusia Hoy

Miles de personas se han congregado a la entrada de la Catedral del Cristo Salvador de la capital, donde han esperado una media de nueve horas —repartidas a lo largo de una enorme cola— para poder entrar en el templo. El arrebato religioso de los moscovitas y de otros visitantes de la capital ha desembocado en un acontecimiento de masas: ha sido necesario cortar el tráfico y enviar fuerzas policiales, ambulancias y equipos de rescate al lugar de los hechos.

La infinita cola está separada de la zona transitable por medio de vallas metálicas y dividida en varias secciones. El resultado es una hilera de rediles que se abren periódicamente para dejar pasar a algunas personas al que se encuentra más cerca de la catedral. Todos sonríen. La policía se muestra cordial.

— ¿Por qué están guardando esta monstruosa cola? —le pregunto a dos mujeres con el símbolo de la espiritualidad grabado en la cara.

— Es un acto de superación —contesta una—, la superación que conduce a la santidad. Si uno viene y le dejan pasar enseguida, es probable que no sienta la misma felicidad. Sin embargo, cuando uno se ha esforzado… La fe ortodoxa es así en todo. Los santos destacaban por sus proezas. Esto quiere decir que, para conseguir algo, las personas ortodoxas deben esforzarse antes un poco.

Hay un fuerte despliegue de policías, antidisturbios, ambulancias y servicios de emergencias debido a la cola. Como si la gente fuese a la vez la fuente del peligro y su destinataria. Alrededor solo se ve aglomeración de vehículos, autobuses y paradas de metro atestados. No todos los días se forma de súbito en la ciudad una marcha espiritual.

Comienza a caer una lluvia fina y desagradable. En el horizonte, infinitamente lejos, se vislumbran las hermosas paredes blancas de la catedral y las cúpulas doradas.

— ¿Están cansadas de estar de pie?

— Sí que lo estamos, además de heladas….

En la parte transitable, a lo largo del cercado, corren algunas personas en busca de un hueco por donde colarse. Unas señoras mayores asedian a un joven antidisturbios y le piden que las deje pasar, ya que les duele todo. Un poco más adelante, una abuelita está gritando a dos policías, agitando una bolsa de tela: “¡Pero cómo se puede tratar así a la gente!, ¿por qué no dan ninguna información?, ¿por qué llevamos tanto tiempo parados?”. Entre el bullicio, una voz de mujer exclama con indignación que si llevan tanto tiempo esperando es porque en la parte delantera los vips pasan sin hacer cola. Realmente, la espera se hace muy dura, pero la culpa la tiene el hecho de que miles de personas quieran entrar en la catedral.

— Con paciencia —invita amablemente la policía a través de los megáfonos—, no corran, no se empujen.

— ¿Hace mucho que está aquí? —pregunto.

— Sí, desde las ocho de la mañana, ¡qué espanto! ¡Hace cuatro horas que no nos movemos!

— ¿Y por qué no lo dejan y se marchan a casa?

— Pero qué dice. ¡Con el tiempo que llevamos esperando!

Cerca hay una parada de metro, otra de autobús y la taquilla del embarcadero. La cola se desplaza lentamente en paralelo a la corriente del río Moscova. A la izquierda se han instalado unas cisternas con agua potable, además de unas humeantes cocinas de campaña y sanitarios portátiles. Al otro lado de la calle, a la izquierda de los creyentes, un amplio patio de vecinos acoge oficinas y viviendas de élite.

— ¿Cree que hay mucha gente en la cola que está esperando algún milagro?

— Creo que todos lo esperan. La gente tiene que creer en algo. Antes creían en Stalin, en Lenin... en cada época y lugar el pueblo cree en lo que le toca. Mírenos a mí y a Lena, nuestra alma está rebosante de fe; fe en que si tenemos paciencia y esperamos en la cola, veremos los presentes que le entregaron al mismo Dios. Son los regalos que le hicieron a Dios, me gustaría verlos con mis propios ojos, tocarlos. ¡Vamos a comprobar personalmente que en verdad Jesucristo nació hace tantos años, que le llevaron unos regalos que aún hoy podemos ver con nuestros propios ojos! ¿Y si no, que hacemos?, ¿cocinar empanadillas en casa, ver la televisión?

Al principio de la cola está Aliona, una chica de dieciocho años, vestida con una moderna cazadora rosa fucsia como las barras de labios de las dos amigas pensionistas.

— ¿Por qué estás aquí?

— Me gustaría tocar la reliquia. —Aliona, acompañada de su apuesto novio, tiene una sonrisa romántica. — Quiero sentir la gracia de Dios. Yo me he criado en una familia creyente; desde que era una niña vamos a la iglesia y comulgamos. Cuando uno va a la iglesia ya puede sentir esa paz. Incluso aquí mismo. Hace dos años, cuando trajeron el cinturón de la Virgen María, también vine a venerarlo, y realmente me sentí aliviada. Sobre él había apoyados unos cinturoncitos más pequeños, simbólicos, que podíamos llevarnos a casa. Aún lo tengo guardado; cuando tengo algún problema o me duele la cabeza lo beso y todo se arregla.

— ¿Y aguantarás las nueve horas de pie?

— Lo haré —responde Aliona con firmeza—. Si no nos da tiempo hoy, mañana hemos quedado en venir a las cuatro y media de la mañana.

Del templo nadie parece salir fortalecido, sino más bien cualquier otro transeúnte. Caminan separados unos de otros y con el rostro tenso y cansado.

— ¿Cuánto tiempo han estado en la cola? —pregunto a dos mujeres ensimismadas.

— Ocho horas.

— ¿Y cómo se sienten?, ¿ha merecido la pena la espera?

De pronto las dos mujeres reaccionan y comienzan a sonreír como quien acaba de recibir una gran alegría.

— ¡Claro que merece la pena! Hemos venido desde Vorónezh (a 500 kilómetros) para ver la reliquia…

Las mujeres se apartan y recuperan su anterior aspecto fatigado.

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