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Olga tiene 32 años y es ama de casa. Licenciada en marketing, dirigió durante mucho tiempo el departamento de desarrollo regional de una importante compañía. Tras dar a luz a su hijo decidió dedicarse a su familia. Estas “vacaciones” se alargaron tres años.
“Al principio fue muy duro, ya que todo mi mundo se redujo al tamaño de un apartamento. Únicamente me relacionaba con mi hijo recién nacido y con mi marido. Por supuesto, es algo muy difícil cambiar tan drásticamente tu vida, pero ¿qué otra opción teníamos? El cometido de las mujeres es cuidar de su marido y sus hijos. Y el trabajo no es lo más importante… ¿Que si echo de menos mi trabajo? Es posible que ya no”.
Estas historias son típicas en Rusia. Mujeres con una gran carrera rechazan la oportunidad de un crecimiento personal y profesional, cambiándolo por su casa e hijos. Los psicólogos atribuyen esto al síndrome de la víctima: el rechazo al propio bienestar psicológico o físico por el bien de otros. Esta elección implica un reconocimiento de la insignificancia de la identidad propia frente a la de los demás.
La causa de ello reside ante todo en los estereotipos de género creados a lo largo de la historia en Rusia, un país centrado en el hombre como garante de la estabilidad y la confianza en el futuro. Este pensamiento, que ha pasado de una generación a otra, se está convirtiendo en un complejo sistema de estereotipos y valores transmitidos de la antigua generación de mujeres a la nueva. Como consecuencia de este sistema se forma un estereotipo según el cual la felicidad de la mujer viene determinada por la presencia del hombre. En una sociedad donde la población masculina es tan inferior en número a la femenina, el hombre tiene la posibilidad de escoger a su pareja y la mujer, por el contrario, la obligación de agradar y resultar “cómoda”.
El hecho de que la mujer adopte esta postura se debe a la idea de vida feliz que ha adquirido en su educación y cuya negación está asociada a una gran cantidad de temores. Según muestran las estadísticas, “el miedo a quedarse sola” es uno de los más extendidos entre las mujeres rusas. El temor a “no ser necesaria para nadie” es tan fuerte que compensa el malestar emocional que surge al negarse los propios intereses. Con el tiempo se acostumbra a la nueva situación y el malestar se convierte en costumbre.
A pesar de que en un principio las mujeres se niegan a adoptar este comportamiento, una vez lo adoptan conservan el papel de víctima para toda su vida. Además, ellas comienzan a traspasar estos estereotipos a sus hijas creando un conjunto de ideales imaginarios a los que llaman “sabiduría familiar”. Ir en contra de esta presión es muy complicado, ya que incluso si una mujer huye de este pensamiento estereotipado de sus padres, acaba encontrándoselos en la familia de su marido. Esta es la razón de que la postura de la víctima no sólo ha adquirido fuerza entre las mujeres rusas, sino que es una opción voluntaria, a menudo la única posible para conservar la unidad familiar.
El doble filo del vicitimismo
Bajo la máscara de la víctima puede esconderse una “manipuladora”. Yuri se separó hace poco de su novia: no podía soportar sus quejas y reproches.
“¡Es insoportable sentirse siempre culpable! A Nastia siempre le ha gustado cocinar, todos sus amigos lo dicen. Pero cuando comenzamos a vivir juntos, la cocina se convirtió en un deber doloroso. Cada cena que preparaba iba acompañada de una historia sobre lo que le había costado. Tenía que disculparme por los inconvenientes que le había causado, porque yo todavía no entendía que era pura manipulación. Las chicas se aprovechan de nuestro sentimiento de culpa para conseguir lo que necesitan”.
Lamentablemente, Yuri está en lo cierto. Las mujeres a menudo se crean una imagen de víctimas para provocar en los que las rodean un sentimiento de responsabilidad por su “sufrimiento”. La reparación de las incomodidades provocadas a menudo consiste en el cumplimiento de los deseos de las “afligidas”. En esta situación, el objeto de la manipulación, obligado a pagar por unos errores que no ha cometido, se convierte en la auténtica víctima.
La mayoría de las mujeres entienden perfectamente tanto la causa de este comportamiento como la ventaja que extraen de él. Además, la sociedad rusa apoya este papel de “manipuladora”. Los consejos más populares que se dan a las mujeres son: “Al hombre hay que educarlo bien”, “La fuerza femenina está en su astucia”, “El hombre es la cabeza, pero la mujer el cuello que la sostiene”, etc. La capacidad de manipular con habilidad no sólo está muy extendida, sino que también se entiende como una buena “cualidad femenina”. He aquí por qué el papel de la mujer manipuladora, que no tiene nada que ver con el síndrome de la víctima, se ha convertido en algo tan extendido en nuestro país.
Hablando de estos modelos de comportamiento cabe mencionar también el comportamiento infantil. El infantilismo que muestran cada vez más a menudo las mujeres jóvenes se debe a una reticencia a asumir la responsabilidad de sus vidas y de su futuro. Es mucho más fácil someterse a la supremacía de alguien que reconocer la propia capacidad y las responsabilidades de una persona adulta. Sin embargo, este comportamiento infantil a menudo va dirigido a los familiares de más edad, independientemente de su sexo. Por esta razón no se puede clasificar como un comportamiento de género.
Las relaciones sociales son parecidas a un juego a cuyas reglas debemos subordinarnos. Pero todos seguimos teniendo la capacidad de escoger nuestro propio rol.
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