Fuente: Tatiana Kótova / focuspictures
"Le diré lo que pienso; el problema de los gitanos es que apenas hay dos que trabajen". Un joven policía ruso visita la aldea gitana de Possiólok Gorodishi, a unos 150 kilómetros de Moscú. Ataviado con su uniforme, el cabello corto y rubio y los ojos claros, el joven policía adopta un tono divertido para decirle lo que piensa sin tapujos a Georgui Chekine, alias Yalush, en lengua gitana, que trabaja para la organización rusa interregional de defensa de los zíngaros, y al viejo Gendar, el anciano del pueblo.
Gendar se defiende, silbando entre dientes : "Los gitanos no tienen educación, no saben qué hacer". El policía le replica: "Mire a los tayikos, tampoco tienen educación y se les ve en las obras. ¿Qué me dice de eso?". Gendar le responde: "Pero nadie nos da trabajo". El policía continúa: "Los gitanos viven del trabajo de sus mujeres, que se dedican a predecir el futuro y a la mendicidad. Bueno, me voy, que vaya bien".
Gueorgui patea el suelo. Sobre sus mocasines, cae un poco de ceniza del cigarro que se está fumando. "¿Sabe lo que hacen los tayikos? Se dedican a la construcción. Cuando llegan les confiscan los pasaportes y les hacen trabajar por una miseria, lo justo para sobrevivir. No tienen otra salida, pero nosotros sí".
Según el censo del gobierno federal, unos 205.000 gitanos viven en Rusia, aunque Víctor Nikitenko, de la Federación Cultural-Nacional y Autónoma de Gitanos Rusos, asegura que la cifra real ronda el millón. Muchos carecen de documentos, o no son reconocidos como gitanos en el registro, además de no existir datos oficiales en varias regiones.
Gendar asiente. Es el patriarca, el anciano del pueblo. En este “tábor” (palabra antigua para referirse al campamento) de la región de Vladímir viven gitanos del grupo étnico de los koldiari, que llegaron a Rusia en el siglo XX procedentes de Hungría, Ucrania y Moldavia. Se trata de uno de los grupos que mejor ha conservado sus costumbres.
Durante la Unión Soviética se forzó a los zíngaros que se volvieran sedentarios. Tradicionalmente se han dedicado a vender caballos o a la chatarra. Tras el comunismo, algunos lograron reconvertirse y crear prósperas empresas dedicadas a la calefacción y a la restauración de estructuras metálicas para tejados. Pero aquí, en esta aldea, nadie ha tenido éxito. "No hacemos nada. Nos levantamos y esperamos que pase el día. Mire a esos jóvenes". Vemos a una decena de jóvenes de pie, con chaquetas de cuero y ropa oscura, con las manos en los bolsillos. Por detrás pasan las vías del tren. Las vías bordean el “tábor”, donde se alinean casas de madera de estilo ruso a lo largo de una calle principal.
Fuente: FocusPictures
Gendar continúa: "Sabe, recibo 1.000 rublos (unos 25 euros) de ayuda del
estado al mes. Para alimentar a las quince personas que vivimos en casa,
necesitaría 2.000 rublos (50 euros) al día. Aquellos que poseen un vehículo,
hacen de chofer ocasional y traen comida a casa. Pero, ¿qué hacen los que no lo
tienen? Pues, simplemente, roban. Tienen hijos pequeños que les piden un trozo
de pan. Si le dices que no hay, ¿cómo va a entender eso un niño de un
año?".
Entramos en casa de Gendar. “Todo lo bueno que hay aquí viene del comunismo”,
se lamenta Gendar En aquella época, no había ni pobres ni ricos. Cuando no
teníamos trabajo, teníamos el paro". Las paredes están cubiertas del
esplendor del comunismo: cortinas rosas y amarillas, mantones con rosas cubren
los sillones. La madre, medio recostada en un diván y vestida de azul, fuma con
una sonrisa cerrada. “¿Quiere ver la película de la boda de mi nieta?”. Una
chica guapa de quince años, vestida con una falda naranja con medallones de
cobre que suenan al hacerla girar. Trae té, mantequilla y champiñones
marinados. "Ah, no. Es verdad, ya no tenemos electricidad".
Algunos grupos de gitanos, sobre todo los 'Russka Roma', llegaron a cantar para los nobles del régimen zarista. Hoy en días los de este grupo son los más integrados.Durante el comunismo, algunos se dedicaron al contrabando. En aquella época de escasez de mercancías, era una actividad ilegal, pero no criminal.
"Después de la perestroika, todas las naciones de Rusia se pusieron a comerciar, y los gitanos, la mayoría analfabetos, no pudieron seguir haciéndolo", explica Marianna Seslavínskaya, una de las dirigentes de la unión interregional de Rusia por la defensa de los zíngaros, Roma Union. Lo mismo ocurre con la las artes adivinatiorias: "Hoy en día, hay mujeres no gitanas que se dedican a ello", se lamenta Gendar.
Falta de educación y riesgo de exclusión
social
Tradicionalmente, había una especie de adoración en Rusia hacia 'sus zíngaros',
pero desde hace unos años, la percepción está cambiando. "Sí, porque
bueno, es cierto, los hay que roban y se dedican al narcotráfico, aunque
nuestra tradición lo prohíba", reconoce Gendar.
"La droga representa un problema para los gitanos en Rusia", explica
Marianna Sleslavínskaya. "No sólo porque algunos la distribuyen, sino
también porque los jóvenes la consumen y mueren. En este sentido, los gitanos son un gran espejo en el que se refleja
bien la sociedad rusa; el 2 % de la población rusa consume regularmente
heroína. Los rumores acerca de que se vende de forma ambulante por grupos
organizados de gitanos, que han creado importantes redes de distribución son
erróneos." Salvo unas pocas excepciones, los gitanos suelen ser sólo meros
camellos,. Se les ofrece hacerlo, porque es fácil convencerles: son pobres y no
entienden lo que ponen en juego. Realmente lo que más nos urge es educación",
termina afirmando Gueorgi Tsvetkov.
Marianna Sleslavínskaya se ha puesto manos a la obra. Ha creado un laboratorio
de investigación de la cultura gitana en el seno del Instituto Gubernamental de
Idiomas de Moscú, pero con una enorme carencia de medios: sólo son dos personas
para todo el territorio ruso, en el que se estima viven entre 180.000 y 400.000
gitanos.
"No nos circunscribimos a una sola región, como la mayor parte de
las minorías rusas, como por ejemplo, los tártaros. Es por ello que nadie se
ocupa de financiar la transmisión de nuestra cultura. Los niños que entran al
colegio con seis años, aprenden ruso como el resto de los niños, como si se
tratara de su idioma materno, pero en realidad no lo es. Su idioma materno es
el zíngaro". En 1927, el Estado puso en práctica un programa de enseñanza
para los gitanos, pero Stalin lo suprimió en 1938, justo antes de su campaña
anticosmopolita.
"Lo que necesitamos - continúa Marianna - es un programa que empiece
enseñando a los gitanos su idioma y, luego, la cultura rusa. Si un gitano no
conoce su cultura, no puede convertirse en ruso. Se transforma en una persona
marginal. Educar a los zíngaros para que construyan su identidad es la única
solución que les permitirá adaptarse al mundo actualy puedan encontrar trabajo
sin tener dudas identitarias, además de no caer en la pobreza ni el
crimen".
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