Una chica caída del cielo

Yulia Yevdokimenko cuenta cómo se cayó de una altura de 800 metros, se salvó milagrosamente y cambió su vida. Fuente: Kommersant

Yulia Yevdokimenko cuenta cómo se cayó de una altura de 800 metros, se salvó milagrosamente y cambió su vida. Fuente: Kommersant

Hace dos años fue portada en todos los medios: cayó de 800 metros y vivió para contarlo. Los periódicos difundieron su historia, salió en todos los canales de televisión y la gente la reconocía. Hoy en día, ya nadie la para por la calle.

Yulia Yevdokimenko es simplemente una estudiante más. En la zapatería, Yulia mira anhelante unas botas de tacón alto, pero suspira: "No, ya no puedo llevar ese tipo de tacón". Se rompió la columna en la caída y tiene tres vértebras artificiales. Los doctores le prohíben que levante pesos de más de dos kilos.

"Cuando era pequeña, quería tocar el cielo y las nubes", recuerda. "Quería volar muy alto, sobre la Tierra, mirar desde arriba, como un pájaro y saber qué se sentía realmente al volar. Cuando crecí, naturalmente, seguía soñando con volar. Cuando supe que algunos de mis amigos ya habían saltado en paracaídas, decidí que tenía que hacerlo... estaba cien por cien convencida de que era seguro".

El 3 de julio de 2010 Yulia emprendió el viaje a Uvat, a 300 kilómetros de su ciudad natal, Tiumen. Allí costaba solamente 2 000 rublos (65 dólares) saltar con el club local de paracaidismo, más barato que en otros centros.

Yulia recuerda que todo el viaje estuvo salpicado de incidentes: primero se averió el coche, luego la carretera estaba cortada por un accidente y más tarde una tormenta casi hizo que se saltase el desvío para cruzar el río Irtish. Como no era supersticiosa, se reía de estas 'señales'. Ahora desearía no haberlo hecho.

“Nos dieron una explicación de media hora, ese fue todo nuestro entrenamiento”, afirma Yulia. A la hora de comer todos estaban preparados y el avión despegó con ellos.

“Estábamos allí, mirando por las ventanillas. Una vez que alcanzamos 800 metros, abrieron las puertas y empezamos a saltar, uno tras otro. Los primeros segundos fueron de felicidad absoluta ¡estaba volando! Tras saltar, empecé a contar hasta 30 antes de tirar de la cuerda, tal y como nos dijeron. Pero no pasó nada, y el impulso hacia arriba de la apertura del paracaídas, que en teoría debíamos esperar, nunca tuvo lugar”.

“Miré hacia arriba y el cielo estaba vacío. Levanté mis brazos, según me habían enseñado, para encontrar las cuerdas de suspensión. Entonces me di cuenta de que el paracaídas no se había abierto. Tardé cinco o seis segundos en darme cuenta de que tenía que abrir el paracaídas de emergencia. Funcionó, pero se precipitó hacia abajo y hacia la izquierda, en vez de subir”. 

Recordando la caída

Hasta la fecha, ni el Club Aéreo de Uvar ni los fiscales que investigan el caso han sido capaces de explicar satisfactoriamente por qué ocurrió esta tragedia. Ni siquiera ayudó el vídeo que uno de los amigos de Yulia grabó con un móvil desde tierra. Solo muestra una figura humana cayendo, con una maraña de trozos de cuerdas de suspensión de paracaídas sobre ella.

“La gente dice que, antes de morir, tu vida entera pasa delante de tus ojos. Y fue lo que me ocurrió, me di cuenta de que me había vuelto loca y de que estaba preparada para morir”, recuerda.

Yulia está convencida de que, en los segundos previos a caer en tierra, el terrible pánico que sentía dio paso a comprensión e indiferencia ante la inevitabilidad de la muerte, incluso a una extraña curiosidad sobre cómo sería.

Cruzando de nuevo el campo donde cayó hace dos años, Yulia explica que aquel día pudo haber caído en el asfalto de la carretera, o en una casa o un árbol.

“No perdí la conciencia ni un segundo, pero de algún modo me olvidé de dónde estaba y cómo había llegado allí”, dice Yulia.

“Una hora más tarde me dolía todo el cuerpo y mi espalda me estaba matando. Tan pronto como dejó de fluir la adrenalina, todos mis sentidos corporales estaban dando la voz de alarma”.

No fue hasta el día siguiente cuando pudieron llevarla en helicóptero hasta el hospital regional. Los médicos estaban estupefactos: por lo general, nadie sobrevive a una caída como esa, pero Yulia no tenía hemorragias internas.

“El cirujano me examinó cuidadosamente y preguntó: 'Perdona ¿realmente caíste desde 800 metros o quizá fue solo el balcón de un segundo o tercer piso? Dímelo sinceramente”, recuerda Yulia. “Yo me quejaba: me dolían muchísimo el costado y la espalda. Los rayos X mostraron que me había roto tres vértebras y algunas costillas”.

Los médicos atribuyeron el hecho de que sobreviviera a su juventud y a su entrenamiento atlético, pero principalmente, a una suerte increíble. Fue operada de la columna y le pusieron prótesis en las vértebras.

Lady Fortuna

Después de lo que le ocurrió, la gente dice que Yulia tiene suerte, y algunos han llegado a afirmar seriamente que ella podría ser una especie de talismán de buena suerte.

“Los primeros seis meses tras mi milagrosa caída fueron una locura”, dice Yulia.

Yulia admite que su visión de la vida ha cambiado a resultas de lo ocurrido: le da más valor a cosas que antes daba por sentadas y ha revaluado sus prioridades.

“Solía quejarme de no tener un portátil ni un móvil ostentoso”, dice. “Pero ahora, cuando miro a gente con mucha más discapacidad que yo, me doy cuenta de que la verdadera felicidad no se encuentra en nada de eso. No está en las ropas de moda ni en los artilugios electrónicos: es el hecho de poder caminar, salir con amigos, sonreír y disfrutar de la vida. No diría que soy mejor persona ahora. Quizá siga contando alguna mentirijilla, pero así es la vida”.

“Yo antes quería ser una mejor persona y entonces, bueno, todo aquello ocurrió. Hace poco me he sentido motivada y en Navidad organicé una recogida de juguetes para un hogar infantil. De repente caí en la cuenta de que tengo que encontrar tiempo para hacer cosas que merecen la pena y no olvidar darle gracias a Dios por no dejar que muriese, y porque tengo una familia maravillosa y amigos maravillosos, que me ayudaron cuando las cosas iban mal”, afirma Yulia. 

Artículo publicado originalmente en la revista Ogoniok. 

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