Las lenguas vivas y moribundas de Rusia

En la Federación hay alrededor de 250 idiomas diferentes, algunos cuentan con millones de hablantes y otras con menos de mil. Fuente: ITAR-TASS

En la Federación hay alrededor de 250 idiomas diferentes, algunos cuentan con millones de hablantes y otras con menos de mil. Fuente: ITAR-TASS

En Rusia hay alrededor de 250 lenguas, entre ellas el ruso, que tiene ciento cincuenta millones de hablantes nativos, y el ket, que a uno u otro nivel hablan alrededor de mil personas. Tanto el ruso como unas cuantas lenguas túrquicas de Rusia se encuentran fuera de peligro de extinción. Otras lenguas no lo tienen tan fácil.

Las lenguas de Rusia son un misterio sin resolver comparable a la “mística alma rusa”. La propia lengua rusa es bien misteriosa, pues cuenta con una de las mejores literaturas europeas, y se formó a una velocidad récord: desde la aparición de una prosa independiente de los modelos occidentales (Nikolái Karamzín a finales del siglo XVIII) hasta la publicación de las primeras obras modernistas desarrolladas (Velimir Jlébnikov, principios del siglo XX) pasó poco más de un siglo. En este breve lapso de tiempo se encuentran Tolstói, Chéjov y muchos más. Este ritmo lo desconocían hasta los norteamericanos, que partieron de una literatura inglesa totalmente desarrollada.

El ruso tiene un futuro estable, pues se usa para infinidad de publicaciones y se estudia con ahínco en muchas partes del mundo: es una lengua en expansión.

Viven una situación parecida otras lenguas de naciones con mucha población autóctona en Rusia: el tártaro, el bashkirio, el chuvasio y el yakuto (todos ellos relacionados con las lenguas túrquicas). Ni siquiera los últimos, medio millón de  hablantes están dispersado por el territorio de la región más grande de la Federación Rusa: Yakutia (de 3 millones de kilómetros cuadrados), tienen que preocuparse por su lengua. En lengua yakuta se publican libros, se enseña en las escuelas y en los institutos, existen todo tipo de medios de comunicación y colectivos culturales, y la investigan activamente los etnógrafos y lingüistas.

En cuanto a las lenguas de naciones con poca población autóctona, la situación es más dramática. Y no solo en Rusia, sino que este tipo de lenguas se están extinguiendo por todo el planeta. En muchos casos la culpable de esto no es la burocracia ni los ciudadanos chovinistas, sino la dura naturaleza.

Rusia no es una excepción. Se trata de un país junto a un polo, con una parte considerable cubierta por el taiga y por la tundra, impenetrables como la jungla del Amazonas, pero mucho más frías.

En estas vastas extensiones, desde el noroeste extremo (los lapones) hasta el sureste extremo (los udeges), se han perdido tribus que libran una ardua y no siempre exitosa batalla por la vida y que se comunican en sus lenguas no escritas. Estos nómadas no pueden “permitirse el lujo” de la migración a las ciudades. Ellos no pueden vivir según los cánones de la civilización urbanística, debido a las peculiaridades de su dieta, a su falta de resistencia al alcohol, a la presencia de virus inofensivos para la mayoría, etc.

Hay otra clase de muerte de las lenguas: la asimilación pacífica en zonas de población densa entre la población nativa. Esta es la suerte de algunos dialectos del carelio (el gentilicio “carelio” se aplica a los restantes de las tribus finougras que habitaron la parte europea del país y a los descendientes de la población ortodoxa de la actual Finlandia, que huyeron a Rusia de la persecución religiosa en la Edad Media). Los últimos carelios que vivieron en Valdái (una popular localidad de balnearios a medio camino entre San Petersburgo y Moscú) pasaron a ser registrados como rusos en el censo de 1897, y su dialecto había muerto aun antes. Los carelios de la más apartada región Tverskaya conservan hasta el día de hoy su lengua en regiones aisladas, aunque geográficamente viven más cerca de Moscú que los de Valdái. Obviamente, la expansión de la televisión, del internet y del servicio militar obligatorio solo pueden aumentar las probabilidades de extinción de estas lenguas.

La cantidad exacta de lenguas dentro de la Federación Rusa se desconoce: tal y como figura en el último censo del año 2010, se hablan aproximadamente unas 250. Esta falta de exactitud se explica por dos razones.

La primera es material: mientras uno recoge la expedición de los lugares de residancia de la tribu X que su antecesor había investigado, los últimos hablantes nativos de la lengua X se pasan a una lengua afín de la tribu o mueren.

La segunda es teórica: muchas lenguas al principio reciben un estatus independiente y luego son consideradas dialectos o viceversa. Tomemos por ejemplo al pueblo más pequeño según el censo de 2010, los kereks de Chukotka (cuatro en total). El último registro que figura de un texto kérek es de los años 70, y en el censo de 2002 se identificaron como kereks un total de ocho personas. A principios de este siglo ni uno de ellos sabía hablar su lengua con fluidez (solo quedaba un conocimiento pasivo del léxico). Los kereks han sido prácticamente asimilados por los chukchi, otro pueblo pequeño con el que cohabitan. Finalmente, unos lingüistas consideraron la lengua kérek como dialecto del coriaco, otra pequeña lengua, de 9.000 hablantes, de los cuales 2.000 son hablantes nativos.

El estado trata de cuidar de los pueblos de poca población autóctona del norte, de Siberia y del Lejano Oriente: sus hijos están exentos de hacer el servicio militar obligatorio, los cazadores y pescadores están exentos de impuestos, etc.

Pero hay en Rusia una región en la que se cometen atrocidades  manifiestas contra los hablantes nativos de lenguas no escritas. Se trata de Daguestán, en el Cáucaso Norte. Ya en la Edad Media los árabes llamaban al Cáucaso el Monte de las Lenguas, pero incluso en este marco de riqueza lingüística, Daguestán es único: en este territorio relativamente pequeño y accesible se hablan alrededor de 50. Según la ley de esta república asolada por el terrorismo y el desempleo, todas sus lenguas se consideran oficiales, pero solo 14 lenguas escritas, entre ellas el ruso, gozan realmente de este estatus. Los hablantes nativos de las demás (habitantes de una aldea pequeña o incluso de parte de una aldea) son inscritos tradicionalmente como miembros de otros pueblos más fuertes (el más numeroso es el ávaro) y no reciben ventajas fiscales, culturales, ni de ningún tipo similar.

Las autoridades locales no están llevando a cabo un “lingüicidio” (la erradicación de una lengua sin matar a la población que la habla) como tal. Los científicos del centro federal y de la propia república pueden enseñar las lenguas locales, distribuir en ellas prestaciones de poca tirada y elaborar variantes de escritura.

Pero se puede hablar con total seguridad de una muerte lenta, fría. Un ejemplo ilustrativo es el de los botlij.  A pesar de las diversas congregaciones realizadas en el aúl de los botlij y de las innumerables peticiones para que se conceda a los botlij y a su lengua (del grupo andi de las lenguas avaro-ando-tsez de la familia najsko-daguestaní) la autonomía cultural, se sigue considerando que son ávaro desde los años 1920, cuando Stalin era el comisario soviético de asuntos de nacionalidad. Como resultado, de 6.000 botlij solo 2.000 hablan su lengua como nativa.

Curiosamente, a finales de enero han destinado al dirigente de Daguestán al gobierno central a supervisar las relaciones interétnicas.

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