El monumento a Minin y Pozharski con la catedral de San Basilio al fondo.
Lori / Legion-MediaEsta fiesta de principios de noviembre viene celebrándose desde tiempos soviéticos. Hasta 1991, el 7 de noviembre era una de las fiestas comunistas más importantes: el aniversario de la revolución de 1917. Se festejaba por todo lo alto y había desfiles, manifestaciones y discursos de los líderes del Partido desde la tribuna del mausoleo de Lenin. Sin embargo, al desintegrarse la URSS dejó de celebrarse.
Cinco años después de la desintegración de la URSS, el entonces presidente Borís Yeltsin decidió volver a hacer festivo el 7 de noviembre. Desde 1996 hasta 2004 se celebró el Día de la Reconciliación y el Acuerdo. Sin embargo, esta fiesta, que caía en un día fuertemente asociado al comunismo, no duró mucho.
“Consideramos que el día de la trágica secesión de Rusia (7 de noviembre) no fue un día de Reconciliación y Acuerdo” —recalcó la Unión Interreligiosa de Rusia (UIR), que agrupa a líderes de confesiones tradicionalistas, al parlamento ruso en 2004. La UIR propuso establecer en su lugar el Día de la Unidad Popular el 4 de noviembre. Los diputados apoyaron la iniciativa y, desde 2005, el 4 de noviembre se ha convertido, oficialmente, en un día festivo.
El Día de la Unidad Popular está dedicado a la liberación de Moscú de los polacos en 1612. El principio del siglo XVII fue un momento duro para Rusia: después de que en 1598 se interrumpiera la dinastía zarista de los Riúrikovich, el gobierno moscovita llegó a desintegrarse. Los clanes de boyardos (aristócratas) e impostores que se hacían pasar por herederos de los Riúrikovich peleaban por el poder. El país estaba arruinado y la gente moría de hambre. Este período recibió el nombre de Periodo Tumultuoso.
La intervención de los ejércitos sueco y polaco no hizo otra cosa que empeorar la situación. Los boyardos moscovitas permitieron el acceso de los polacos a la capital y reconocieron al príncipe polaco Vladislav como el nuevo zar de Rusia. Fueron necesarias encarnizadas luchas hasta que en noviembre de 1612 la milicia popular, bajo el mando del príncipe Dmitri Pozharski y el gobernador Kuzmá Minin, logró liberar la capital. Transcurrido un año, ascendió al trono el primer zar de la dinastía de los Romanov.
“Entonces, en el siglo XVII, personas de diferente creencia, nacionalidad y nivel social se unieron para liberar a su país de los invasores extranjeros”, afirmó en 2006 el patriarca Alexéi II, máximo dirigente de la Iglesia ortodoxa rusa.
Cada 4 de noviembre, el presidente deposita flores en el monumento dedicado a Minin y Pozharski situado en la Plaza Roja y tienen lugar eventos oficiales y procesiones (el Día de la Unidad coincide con la festividad ortodoxa del icono de Kazán de la Virgen María). Aunque la fiesta no es especialmente popular. En 2015, según una encuesta de Centro Levada, el 45% de los rusos no recordaba el nombre correcto de la fiesta, y otro estudio del portal Superjob demostraba que un 47% de los encuestados consideran que el 4 de noviembre es un día festivo normal y corriente, y no lo asocian con nada. Por cierto, en 2010 esta cifra ascendió a un 60%.
El sociólogo Román Abramov, de la Escuela Superior de Economía, opina que de momento en Rusia no se ha formado ninguna tradición relacionada con el Día de la Unidad, pues para la mayoría los acontecimientos del siglo XVII son algo lejano, extraño y no demasiado importante, a diferencia de, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial. “Actualmente esta festividad carece de identidad, en gran parte se contempla como un reemplazo artificial del 7 de noviembre y como día festivo”, afirmó Abramov a Russia Beyond. Quizás con el paso del tiempo la situación cambie, pero ello requerirá varias décadas, supone el experto.
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