La población empobrecida apoya la rebelión en el este de Ucrania

La rebelión que vive estos días la región de Donetsk, en el sureste de Ucrania, cuenta con un notable apoyo de su población, que mira con envidia la relativa estabilidad económica de la vecina Rusia mientras sus propias facturas crecen sin parar.

"El animal hambriento morirá en silencio, pero el hombre hambriento, no: robará, matará, pero no morirá de hambre", dijo a Efe Yuri, desempleado, instantes después de que una masa enfurecida de manifestantes tomara la sede del Ministerio de Interior en la ciudad de Górlovka, a unos 40 kilómetros de Donetsk.

Konstantín, un fornido minero de esta localidad industrial, asegura que la sublevación de Slaviansk, unos 80 kilómetros al norte, tomada y rodeada por milicianos armados con fusiles Kalashnikov, hunde sus raíces en el creciente desempleo y en el temor de que Kiev termine por asociarse con la Unión Europea (UE).

"No queremos a la Unión Europea. Nuestro socio es Rusia, que nos compra todo lo que aquí producimos. La UE no nos va a comprar nada y terminaremos aún peor de lo ya estamos", dice visiblemente exaltado, mientras los hombres que le rodean aplauden sus palabras y le dan palmadas en la espalda.

En estos días que el corazón industrial y minero de Ucrania se precipita hacia al caos y el desgobierno, muchos medios y políticos ucranianos, y en menor medida algunos occidentales, identifican a los rebeldes que participan en la toma de edificios oficiales con separatismo e incluso terrorismo, instigados por Rusia.

Pero el amplio apoyo popular a la sublevación contra las nuevas autoridades ucranianas esgrime en primer lugar motivos económicos, mucho más mencionados por los ciudadanos de Donetsk y la vecina región de Lugansk que el presunto giro de Kiev hacia un nacionalismo radical que aquí asocian con el fascismo.

"Estamos por Ucrania, que es nuestra patria, pero por una Ucrania en la que se pueda vivir bien. Cómo es posible que haya tanta miseria en un país que está en el corazón de Europa", se lamenta Igor, otro minero de Górlovka.

En poco menos de dos meses, desde los trágicos disturbios en las calles de Kiev y el derrocamiento del presidente Víktor Yanukóvich, la moneda nacional ucraniana se ha devaluado en casi un 50 %, al tiempo que las tarifas domésticas e industriales del gas, la calefacción y la electricidad han subido vertiginosamente.

Dos mujeres de edad muy avanzada abordan casi con violencia a los periodistas frente a la sede del Gobierno de esta región minera, donde la protesta llamada por muchos prorrusa cobró nueva fuerza la pasada semana con el asalto y toma del edificio, convertido hoy en cuartel general de la autoproclamada República Popular de Donetsk.

"Dejad de mentir, no somos delincuentes ni separatistas. Somos personas corrientes y estamos hartas. Cómo podemos vivir con una pensión de 1.000 grivnas (80 dólares) si este Gobierno nos sube encima los pagos comunales y los precios se desbocan", se queja una de ellas, agarrada con inusitada fuerza para su edad a la chaqueta del periodista.

La moneda ucraniana, que a mediados del pasado 2013 se cambiaba a razón de unas 8 grivnas por dólar, hoy cotiza por encima de las 12,3 grivnas por cada billete verde.

Por si fuera poco, el Gobierno de Ucrania ha subido en más del 50 % las tarifas de los servicios y ha anunciado draconianos recortes del gasto social, todo ello por exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Algunos medios informativos de Kiev, cada vez más aborrecidos por buena parte de la población en el sureste rusohablante, exculpan al Ejecutivo de Arseni Yatseniuk de la mala situación económica y cargan la responsabilidad sobre el depuesto Yanukóvich. 

"A Yanukóvich no le queríamos, a pesar de que es del Donbass (cuenca hullera de Donetsk). Pero con él tuvimos cierta estabilidad. Es verdad que robaba, pero por lo menos la cosa no empeoraba como ahora, aunque tampoco mejoraba" dice Eduard, un oficial reservista de Infantería Aerotransportada que se gana la vida como taxista.

Como él, son muchos en Donetsk y Luganks que comparten un mal recuerdo de la Revolución Naranja (2004) y del Gobierno de Yulia Timoshenko, que asocian con un brusco agravamiento de la situación económica y social.

"Éstos que están ahora en la capital, se llamen como se llamen, Yatseniuk o Turchínov, son marionetas de Yulia (Timoshenko), hacen lo que ella les dice. Y con Timoshenko y los suyos en el poder, será difícil que el sureste acepte la autoridad de Kiev", concluye Eduard.

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