La falta de unidad amenaza con entregar Siria al Estado Islámico

Alekséi Iorsh
Dejando a un lado los prejuicios ideológicos con los que se interpretan todos los movimientos de Rusia, tratemos de entender por qué no se consigue crear un frente único en la guerra contra el Estado Islámico.

El problema del ISIS entra en la categoría de terrorismo, lo que implica que todo el mundo hable de campaña antiterrorista. No obstante, esa no es la mejor definición, ya que remite a los acontecimientos de principios de la década del 2000, cuando la lucha mundial contra el terrorismo anunciada por la Administración Bush estimuló, en el fondo, una serie de procesos que culminaron en el caos actual.

Al mismo tiempo, si el Estado Islámico tiene algo que ver con el terrorismo, se trata de uno cualitativamente distinto. Los islamistas al mando de al-Baghdadi, hacen prácticamente de ariete para la destrucción de toda la estructura institucional de Oriente Próximo, aspirando a una reorganización no solo ideológica, sino también política.

El Estado Islámico merece que se apliquen contra él las medidas más urgentes, empleando todo el arsenal de medios del que disponen los Estados. Occidente continúa viendo al Estado Islámico a través del prisma de la lucha contra el terrorismo, mientras que Rusia tiende a actuar como lo haría en una guerra entre Estados.

En segundo lugar, la percepción de ambas partes sobre las expectativas de un Estado Sirio tal como había existido hasta ahora no coincide. Para Occidente la cuestión clave es quién dirigirá el futuro de Siria, lo que deriva en una fijación por la figura de Bashar al-Asad.

Para Rusia hay un problema aún más grave, y es qué quedará de la Siria que conocemos. El país ha sufrido tal fragmentación que hace difícil imaginarse la reconstrucción del sistema estatal anterior. Lo importante ahora es saber dónde establecerse para detener el avance del Estado Islámico.

No sin razón, Moscú considera que, en el supuesto de un ataque exterior a gran escala, un coalición solo funcionaría si las distintas fuerzas se unen con franqueza contra el enemigo común, dejando de lado sus diferencias. Este no es el caso de Siria: el grado de obstinación tanto del gobierno como de la oposición es prácticamente absoluto. En una situación así, forzar la cooperación (en teoría los agentes externos podrían intentarlo) equivale a condenar a dicha coalición a un fracaso seguro de resultados conocidos: el ascenso al poder del Estado Islámico en Damasco.

¿Hasta qué punto es posible alcanzar un acuerdo entre los principales actores del conflicto sirio para que actúen de manera conjunta? El éxodo de refugiados hacia Europa y la incapacidad de los gobiernos para actuar está provocando un rápido cambio de ánimo en el Viejo Mundo, lo cual favorece la opinión de que hay que detener los acontecimientos casi a cualquier precio y fuera del continente europeo.

Aunque la postura de Estados Unidos ya viene dictada por un puñado de motivos, en general, ha dejado de ser monolítica. Sus declaraciones públicas no coinciden con su verdadera opinión. Y la oposición a Moscú no se debe tanto al deseo de eliminar a al-Asad como al temor de que Rusia fortalezca demasiado sus posiciones en la región. Sin embargo, una cuestión racional como esta, relativa al equilibrio de intereses nacionales, resulta siempre más fácil de resolver que una basada en preferencias ideológicas.

No cabe duda de que, al iniciar una campaña contra el Estado Islámico e implicarse con mayor profundidad en las intrigas de Oriente Próximo, Rusia también corre riesgos. Aparte de las amenazas materiales y, sobre todo, de las pérdidas humanas —que no podemos obviar, sobre todo en vista de la barbarie a la que nos enfrentamos—, siempre queda la duda de si se trata de una meta alcanzable. En una situación tan confusa, donde todos luchan contra todos y los golpes por la espalda están a la orden del día, no hay garantías de éxito. La opinión pública rusa debe repararse para varios posibles escenarios.

Al mismo tiempo, hay que reconocer que la decisión de implicarse con mayor intensidad en la batalla siria sigue una línea marcada previamente por Rusia. Tradicionalmente, en política internacional, es la acción y no la crítica desde la distancia la que hace ganar puntos hacia un mayor estatus, aunque también puede ocurrir lo contrario. Pero ya se sabe que no hay Gran Juego sin riesgos.

Fiódor Lukiánov es el presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa.

 

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Artículo publicado originalmente en ruso en Rossiyskaya Gazeta.

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