Moscú busca su lugar en el tablero latinoamericano

El acercamiento de Rusia a América Latina deber guiarse por el interés de acercarse a los estados y no por estereotipos heredados de la guerra fría.

 

Dibujado por Tatiana Perelíguina

La reciente visita de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a Moscú representa un claro ejemplo de que la relación de Rusia con América Latina está marcada tanto por los nuevos intereses de los estados, como por los viejos estereotipos de una alianza antiestadounidense, más propios de la época de la guerra fría.

Y aunque parezca raro, este último concepto lo cultivan no solamente políticos rusos, sino también argentinos. Según el miembro de la Cámara Argentina de la Construcción, Hugo Alberto Dragonetti, la visita de Kirchner “representa un desafío a EE UU, que ve a América Latina como su patio trasero desde hace tiempo”. Personalmente, este concepto me parece anticuado y contraproducente.

A principios de la década de 2000, los expertos rusos especializados en América Latina pintaban todo el continente ardiente, de color rojo. Se suponía que en la mayoría de los Estados el poder estaba en manos de fuerzas izquierdistas, aliados tradicionales de Moscú. Venezuela, Brasil, Chile y Uruguay aparecían bajo ese paraguas. La unión política con ellos se contemplaba como un contrapeso al monopolio estadounidense en el continente.

Sin embargo, ahora el mapa rojo de América Latina se está decolorando. El resultado de la normalización de relaciones de Estados Unidos con su enemigo histórico, Cuba, todavía está por verse. Los políticos de Moscú se preguntan si Rusia perderá Cuba en el caso de que EE UU finalmente la abrace.

Respecto a esta cuestión, también permanecen los viejos estereotipos. “Los intereses de Rusia en Cuba son diversos: económicos y, obviamente, políticos, especialmente ahora, dada la tensión existente en las relaciones entre Rusia y Estados Unidos”, dice el jefe del centro de investigaciones políticas del Instituto de Economía de la Academia Rusa de Ciencias Borís Shmeliov. Y como no se prevé una próxima salida del callejón al que han llegado las relaciones entre Moscú y Washington, el significado de Cuba para el país eslavo aumenta.

Para el vicedirector del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia, Vladímir Súdarev, el panorama no es alentador. Según él, “en caso de levantamiento del embargo comercial y la llegada de empresas estadounidenses a Cuba, Rusia entraría en un ambiente de competencia feroz y correría el riesgo de perder los vínculos acumulados con la isla” .

La competencia entre Rusia y Occidente en Cuba existe desde hace años, y hoy las empresas rusas están perdiendo. Toda la industria del níquel de Cuba está bajo control de compañías canadienses, y en el turismo de la isla los dueños son mexicanos y españoles.

Toda la infraestructura existente ahora en Cuba es una copia de la soviética, y tardarán años en desmontarla. En estas condiciones, los vínculos comerciales y económicos entre Moscú y La Habana pueden desarrollarse con éxito. Lo único que tienen que hacer los estrategas rusos es dejar de considerar Cuba como “un portaaviones ruso delante de las narices de los norteamericanos”, según opinan algunos.

Olvidar las cosquillas

Renunciar al componente ideológico puede ser una de las condiciones para la cooperación exitosa entre Rusia y Venezuela. Hace dos años, la petrolera Rosneft firmó un acuerdo con Petróleos de Venezuela para la creación de una empresa conjunta para explotar yacimientos en la zona petrolífera del río Orinoco.

La participación de la compañía rusa será del 40%, pero, para proceder a explotar, Rosneft tiene que pagar un bono de 1.100 millones de dólares y después prestar a Caracas 1.500 millones por un plazo de cinco años. Así, las inversiones de Rosneft en los yacimientos venezolanos alcanzarán unos 16.000 millones, pero tardarán años en dar resultados.

No obstante, los planes petrolíferos rusos en Venezuela despiertan dudas. La primera es de carácter político: nadie sabe cómo acabará el mandato presidencial de Nicolás Maduro. La segunda tiene que ver con los beneficios económicos de la explotación de estos yacimientos. Hay pocos ejemplos de empresas extranjeras que hayan invertido 1.100 millones de dólares en la posibilidad de empezar a extraer petróleo en cinco o diez años. Las distancias también son un problema.

Según el jefe de la Fundación de Política Energética, Konstantín Símonov, “sería más lógico extraer petróleo en Kazajistán y gas en Turkmenistán en lugar de hacerlo en Venezuela. Yéndonos a países lejanos podemos perder el gran potencial de regiones más cercanas. Y valga como argumento el interés de los consorcios occidentales y chinos por estas zonas más próximas”.

Además, Rusia tampoco puede competir con China en Venezuela. Desde 2008, el país asiático ha invertido en la economía venezolana unos 20.000 millones de dólares, y Pekín ya está recibiendo su petróleo.

Mientras, Rusia tiene mucho que aprender de América Latina. De Brasil podríamos aprovechar su técnica de taladro profundo, que podría ser apta para explotar las riquezas del Ártico; de Chile, su experiencia en la creación de uno de los sistemas de pensiones más eficaces del mundo, por ejemplo. Lo importante es que Rusia sepa competir con otros países en esta región y renuncie a sus intentos de contemplarla como el “patio trasero de EE UU” desde donde hacer cosquillas a Washington.

Evgueni Bai es periodista especializado en relaciones de Rusia con América Latina.

Lea más: Rusia busca nuevos amigos en América Latina>>>

Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.

Esta página web utiliza cookies. Haz click aquí para más información.

Aceptar cookies