La integración del islam, a la rusa

Dibujado por Natalia Mijáilenko

Dibujado por Natalia Mijáilenko

El islam forma parte de Rusia, aunque el Estado comenzó a tratar con las comunidades musulmanas tras la caída de la URSS. ¿Cómo se dan esas negociaciones y qué hace el Estado para evitar que proliferen las tendencias más radicales?

Rusia se ha enfrentado y sigue enfrentándose al terrorismo que actúa en nombre del islam.  Hay numerosos ejemplos de matanzas realizadas por motivos ideológicos. En noviembre de 2009 mataron en Moscú al padre Daniil Sysóiev, un misionero ortodoxo que discutía profusamente con los musulmanes. Por eso Rusia participa activamente en la polémica sobre la convivencia entre la sociedad moderna y el islam.

En el país tenemos una amplia experiencia en discusiones sobre los límites de la libertad de expresión cuando se habla de religión. Esta siempre representa cierto desafío para el Estado ya que, en mayor o menor medida, supone una lealtad más allá de lo civil y lo estatal. En este sentido no hay una gran diferencia entre Rusia, Alemania, Francia, EE UU o China.

La dimensión política siempre ha tenido una gran importancia en el islam, es decir, la separación entre lo terrenal y espiritual no es tan clara como lo es para la Iglesia ortodoxa. Por otro lado, el islam se opone a la burocratización, tal y como ha ocurrido en la iglesia cristiana. Esto dificulta sus asociaciones con el Estado, ya que el islam pretende regular esferas que el Estado busca monopolizar. Este último siempre intenta que el islam sea más transparente y predecible, pero nunca llega a cumplir este objetivo.

Por eso los intentos de integrar el islam tienen muchas similitudes, independientemente de las condiciones que se dan en diferentes países. Tanto en la época soviética como en la postsoviética ha habido grupos de los musulmanes no leales al Estado. Por ejemplo, durante la URSS las hermandades sufíes se hicieron muy influyentes en el Caucaso Norte. Después de la desintegración soviética el panorama cambió radicalmente. Las hermandades sufíes fueron legalizadas y empezaron a controlar las instituciones religiosas. Entonces, el lugar que anteriormente ocupan los sufíes “rebeldes” fue ocupado por los adeptos de otras ramas del islam, que aprovechando el momento de la reapertura de las fronteras se graduaron en los centros islámicos más importantes del mundo y empezaron a desafiar a las autoridades.

Por otro lado, las organizaciones religiosas apoyadas por el Estado empiezan a crear sus propias reglas del juego a fines de representar a todos los musulmanes en las negociaciones con el Estado y exigen más recursos económicos, en ocasiones bajo la amenaza de radicalismo.  

La ausencia de socios claros impulsó al Estado a buscar nuevas vías de comunicación con la comunidad musulmana. En los últimos años han surgido varias iniciativas. Las autoridades federales han prometido destinar millones de dólares para el desarrollo de la educación islámica en Rusia. Eminentes figuras de la comunidad islámica han dado conferencias teológicas en el país. En la república caucásica de Daguestán se han dado pasos para reanudar el diálogo entre los líderes musulmanes y aquellas comunidades que no les reconocían como autoridades religiosas. Este diálogo se convirtió en uno de los elementos de la estrategia antiterrorista, calificada como “blanda”, y llamada a desarmar a las organizaciones clandestinas.

La lógica es clara: si no podemos parar la expansión del islam, tenemos que encabezarla. Pero hay efectos adversos inevitables. La islamización es un fenómeno nuevo para Rusia. El modelo social soviético “eliminó” la religión, tanto la cristina como la musulmana. En los años 90 todos los intentos por crear partidos islámicos fracasaron.

En Rusia se suele hablar habitualmente de siglos de coexistencia entre el cristianismo y el islam. Es justo pero conviene matizarlo. En realidad la diversidad de confesiones ha surgido en los últimos años cuando, gracias al desarrollo económico, los musulmanes y los no musulmanes han empezado a tratarse. Con el aumento del desempleo en el Cáucaso Norte, muchas personas  buscan trabajo en otras regiones del país. La demanda de mano de obra barata en las regiones centrales de Rusia impulsa el flujo migratorio de Asia Central.

Sin embargo, esta llegada de inmigrantes no provocó el aislamiento de los musulmanes que se puede observar en muchos países de Europa Central. La sociedad rusa se mostró lo suficientemente abierta como para no consentir que se produjeran explosiones sociales, a pesar de la dura herencia de las dos guerras chechenas y de los grandes cambios demográficos.

Nikolái Siláyev es colabortador científico superior del Centro de estudios del Cáucaso y la seguridad regional de MGIMO (Instituto Estatal de Moscú de Relaciones Internacionales). Es director de la cooperación “Colaboración del Cáucaso”.

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