Rusia y Occidente: una relación lastrada por fobias históricas

Dibujado por Tatiana Perelíguina

Dibujado por Tatiana Perelíguina

Las actitudes fóbicas con respecto a la propia cultura no son nada nuevo, ni en Rusia ni en otros países; sin ir más lejos, en la propia España. Suelen generarse en la parte más hipercrítica de los intelectuales y se extienden paulatinamente al resto de la sociedad. Generalmente se hacen más evidentes en periodos de crisis y cambio, cuando se quiere hacer hincapié en los aspectos supuestamente negativos de la actualidad.

Rusia se caracteriza por tener muy desarrollado todo un conjunto de actitudes fóbicas en su propia cultura, las cuales se han ido manifestando con variada intensidad a lo largo de la historia más reciente y han estado siempre muy presentes en las posiciones de los occidentalistas más radicales. Para ellos, Rusia se encontraba, y se encuentra, fuera del contexto de lo que llaman “Civilización Universal” y en una situación de permanente atraso con respecto a la modernidad industrializada occidental.

Desde ese punto de vista, la única opción para Rusia es incorporarse al modelo histórico de desarrollo occidental, desprendiéndose de todas sus particularidades no europeas, consideradas por algunos como asiáticas, verdadero lastre para el progreso. El objetivo principal de la intelligentsia rusa occidentalista, desde Chaadayev hasta la actualidad, pasando por Gorbachov y su “Casa Común Europea”, ha sido el de incorporar a Rusia al seno de la Civilización Universal.

No obstante, hay otra rusofobia más allá de las fronteras de Rusia que impregna a la cultura occidental. La hemos visto manifestarse durante este último año de crisis y conflicto en sus formas y contenidos más burdos y primitivos. España no ha sido una excepción.

Ha llamado la atención durante todo este tiempo la especial animadversión de la prensa escrita, la de los grandes periódicos nacionales, que han mostrado una actitud claramente rusófoba, apuntando a Rusia como la principal causante de la crisis. Estos periódicos se deben a sus líneas editoriales establecidas por las empresas propietarias y por las relaciones de dependencia económica y política de estas empresas con los centros de poder. La tan cacareada objetividad e independencia periodística no es más que una declaración formal de intenciones con apenas recorrido. Pero al fin y al cabo, son cuestiones de segundo orden.

Lo importante está en otro nivel y tiene un origen remoto. Tras la desaparición del Imperio romano, Occidente buscó sus señas de identidad en el antagonismo frente a otras culturas, dando lugar a la aparición de una mentalidad dualista donde los arquetipos del bien y del mal, a través de la Iglesia católica, se trasladaron a todas las esferas de la vida social.

Occidente soñó durante largos años con la reconstrucción del Imperio romano, llevando a cabo toda una formulación teórica sobre su destino y su papel en el mundo, ligado a la idea de la Luz y de Dios, y en continua confrontación con las culturas que podían hacer peligrar la reconstrucción del imperio. Occidente nació por antagonismo a Oriente. De allí venían los bárbaros destructores de la civilización y más tarde los infieles musulmanes, a los que se debía presentar batalla. Nació así la idea de la cruzada contra el mal, que quedaba personificado en Oriente.

El humanismo renacentista, la reforma protestante y el racionalismo cartesiano del siglo XVII llevaron a la formulación de los principios de la Ilustración francesa. Para entonces, Europa occidental ya se había convertido en el centro de colonización y dominio del planeta, y había reescrito la Historia eliminando o cambiando de un plumazo todo aquello que no le interesaba.

En el proceso de transformación y modernización del pensamiento europeo, determinados arquetipos culturales relacionados con el destino universal de Occidente y de la civilización cristianafueron incorporados al nuevo pensamiento, a la filosofía europeísta.

Occidente volvió a considerarse a sí mismo como custodio de los valores humanos universales y de la verdad absoluta depositada por Dios en la cristiandad, enriquecida posteriormente por la democracia. Europa occidental pasó a juzgar cualquier cultura del planeta, a determinar quién estaba dentro o fuera de la Civilización Universal y cuáles eran los estadios de su evolución o fases de modernización.

Si en algún momento algún país no ha estado de acuerdo, la supremacía tecnológica occidental procedente de la Revolución Industrial se transformó en el mejor argumento para elevar a categoría absoluta el predominio de tan interesante explicación del mundo. Dicha supremacía tecnológica ha tenido y tiene muchas y variadas formas de expresarse: en forma de una buena campaña de propaganda, de revolución de colores, de una fragata cañonera británica en las costas de China o de un sofisticado portaaviones de la VI Flota.

Mediante largas y efectivas campañas de elaboración ideológica, Occidente ha conseguido identificar a Rusia con la idea del Oriente bárbaro y con el mal. La elección del vocabulario para referirse a la Unión Soviética durante la Guerra Fría estuvo a cargo de personal especializado. Cuando Ronald Reagan utilizó por primera vez en 1983 el concepto de Imperio del Mal para referirse a la Unión Soviética, no realizó ninguna improvisación.

Una vez conseguida la asociación Unión Soviética-Rusia = Imperio del Mal, el resto ya es cuestión menor. Sobre todo, si llueve sobre mojado. Decenas de miles de jóvenes de todos los países europeos se unieron en su día a la Alemania nazi para luchar también contra el mal, encarnado en aquellos momentos por el bolchevismo ruso.

Esas son las fuentes de la fobia actual hacia Rusia y lo ruso más allá de sus fronteras. Ahí se esconde el código cultural que predispone al periodista a posicionarse de forma tan radical contra Rusia antes incluso de saber sobre qué quiere escribir. Lo demás es pura tecnología. Las películas del agente 007 y otros productos más elaborados solo refuerzan y activan de tiempo en tiempo ese código cultural ya aprehen­dido desde la más temprana escuela.

Pero hay que tener cuidado. Las fobias creadas y cultivadas a lo largo de los tiempos, y que en momentos de paz y estabilidad pueden ser consideradas como meras anécdotas históricas no exentas de cierto componente irónico, se convierten en potentes instrumentos de propaganda política en periodos de crisis. Y qué decir en periodos de guerra. No es la primera vez que Europa recurre a estas fobias para justificar sus incursiones políticas y militares en Rusia.

La experiencia histórica de Europa tras largas guerras contra Rusia es lo suficientemente aleccionadora como para no tratar de provocar un nuevo conflicto. En este caso, las fobias contra Rusia, ya sean las que ella ha generado en el seno de su propia cultura o las que ha creado la cultura europea, pueden jugar una mala pasada a Europa si esta última llegara a tomar, como ha ocurrido en otras ocasiones, lo imaginario como real.

Antonio Fernández Ortiz es historiador, especialista en la URSS y Rusia, y autor de libros como ‘Chechenia versus Rusia: el caos como tecnología de la contrarrevolución’ (El Viejo Topo, Barcelona, 2003) y ‘¡Ve y lucha! Stalin a través de su círculo cercano’ (El Viejo Topo, Barcelona, 2012).

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