Transición, ¿hacia ninguna parte?

Fuente: Shutterstock

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Recientemente se ha conmemorado el 25º aniversario de la caída del Muro de Berlín. Pasada la euforia del momento, vivimos un periodo en el que nuevos actores reclaman mayor espacio en el escenario global.

Por un momento pareció que el tiempo se había acelerado. Después de cuatro décadas, los acontecimientos empezaron a sucederse con una rapidez insospechada. Tras meses de avisos, manifestaciones y tensiones en diversos lugares de Europa, la inesperada apertura del Muro de Berlín, por parte de las propias autoridades de Alemania del Este, fue la primera ficha de un dominó que en su caída fue arrastrando al resto. En pocos meses, todas las piezas que sostenían el hasta entonces todo poderoso “imperio” soviético se habían desmoronado. Los países de Europa Central, miraban con avidez hacia el Oeste, que se había convertido en su aspiración y su referencia; los de Asia Central, un tanto reacios, tuvieron que aprender a comportarse como Estados independientes; otros –Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Moldavia…- tuvieron que seguir debatiéndose entre su historia y su geografía. Y Rusia se quedó finalmente sola en sus todavía gigantescas fronteras.

El politólogo estadounidense Francis Fukuyama lo llamó el fin de la historia: el triunfo definitivo de la democracia y el capitalismo; a partir de entonces el mundo, ya sin bloques, podría seguir avanzando en paz y prosperidad. Y en todo ese proceso, además, la entonces Comunidad Económica Europea se convirtió en el paradigma de la integración, en el modelo que todos querían seguir. Con el tiempo, muchos de aquellos países del antiguo espacio soviético se incorporaron a la UE; fue “la gran ampliación”, en 2004.

Pero algo se torció en el camino. El capitalismo y la democracia no trajeron la tierra prometida; al menos no para todos.

En paralelo, había comenzado otra revolución silenciosa, pero imparable, impulsada por las tecnologías, el abaratamiento de los medios de transporte y la apertura económica de China: la globalización. Así que en un periodo relativamente corto se pasó primero de un mundo bipolar –el de los bloques- a uno unipolar –el de la hegemonía estadounidense- ; y de ahí, muy rápidamente, a un entorno multipolar, con una potencia en descenso –Estados Unidos- y otra en ascenso –China- y con multitud de nuevos actores que reclaman un espacio más destacado en el escenario global.

Vivimos ahora pues en un periodo de transición hacia no se sabe dónde. La crisis financiera y económica, provocada en buena medida por los abusos del sistema, ha puesto de manifiesto el tan cacareado declive de Occidente. Pero tampoco hay alternativas claras. Los supuestos nuevos modelos no son, al menos de momento, exportables.

El éxito chino, basado en el híper desarrollo económico junto a un férreo control político ha servido para sacar a cientos de millones de personas de la pobreza, pero no muchos otros países quieren seguir ese ejemplo.

Además, están por verse aún los efectos que la paulatina desaceleración causará en el gigante asiático. La Rusia de Putin, por su parte, ha logrado devolver el orgullo perdido a sus ciudadanos pero ha roto las reglas del juego global con su anexión de Crimea.Su nueva agresividad, junto a unas perspectivas económicas y demográficas preocupantes no la sitúan tampoco como referente.

Y en medio de todo ello, la aparición de nuevos desafíos globales, como la extensión del extremismo y el terrorismo islamistas, la amenaza desatendida del cambio climático, la gestión de enormes flujos migratorios  o la aparición de pandemias hasta ahora desconocidas.

Han pasado “solo” 25 años desde la caída del Muro de Berlín y no es que el mundo haya cambiado, es que se ha vuelto irreconocible.

Cristina Manzano es directora de esglobal. Colaboradora de diversos medios de comunicación, como El Periódico de Cataluña y OpenDemocracy. Licenciada en Ciencias de la Información (rama Periodismo) por la Universidad Complutense de Madrid y con estudios de post-grado en la Universidad de Maryland (Estados Unidos).

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