La actitud que cuestiona la supremacía estadounidense

Dibujado por Tatiana Perelíguina

Dibujado por Tatiana Perelíguina

El discurso que Vladímir Putin pronunció en el Club Valdái ha sido calificado de muy duro por la mayoría de comentaristas. Si quitamos un par de observaciones fuertes, como la de “el amo de la taiga” (característica de Rusia) y la de “los nuevos ricos” geopolíticos que no saben disponer de la riqueza incalculable que les ha tocado en suerte (característica de EE UU), su intervención fue sustancialmente más analítica que publicista. ¿A qué se debe la reacción que ha suscitado?

El hecho de que el presidente ruso no acepte la política estadounidense actual no es una novedad. Lleva diciéndolo muchos años. Lo que ha cambiado ha sido el tono. Durante su primer mandato, Putin llamaba a revisar el rumbo tomado, porque las amenazas generales pesan más que las contradicciones.

Durante este segundo mandato advirtió que Rusia no toleraría que su opinión se menospreciara. En la campaña electoral de 2012, Vladímir Putin se mostró perplejo tratando de comprender el sentido de las acciones de Washington que, en lugar de fortalecer el orden internacional, parece querer destruirlo. En el discurso de Valdái de este año se dejó sentir el fatalismo: el orador ya no cuenta con la posibilidad de que los Estados Unidos vayan a cambiar y se limita a constatar el carácter destructivo de sus acciones. Es probable que esto -la ausencia de expectativas-  también provoque un efecto mayor, obligando a interpretar el discurso en una clave exclusivamente negativa.

Por lo demás, el mensaje fundamental de Putin es más bien positivo, pues se asemeja al tema principal de la reunión de Valdai: la búsqueda de nuevas reglas en la comunidad internacional que permitan pasar a una nueva fase de desarrollo. En la actualidad el mundo se halla inmerso en una etapa de erosión y también de rápido desmantelamiento del sistema desarrollado en la segunda mitad del siglo XX.

La construcción del nuevo orden mundial del que tanto se habló 25 años atrás no ha dado frutos. Si el proceso empezó como una aspiración a encontrar un modelo global con la participación de dos supraestados (así imaginó este orden Mijaíl Gorbachov, el primero en hablar de ello), con la disolución de la URSS sólo quedó un “arquitecto”: los Estados Unidos, que no han conseguido dirigir los procesos mundiales, más bien lo contrario.

Se debe decir que tampoco el anhelado mundo multipolar que surge hoy, por sí mismo y sin orden, no promete ni armonía ni equilibrio. Además, entretanto, y de esto también habló el presidente ruso, más bien hace que aumente la anarquía global, ya que los actores son cada vez más numerosos y no existen reglas como antes.

Vladímir Putin se distingue de otros líderes de grandes países porque no se limita a discutir o criticar la política de los Estados Unidos (aunque hay muy pocos que se atrevan a hacerlo), sino que va más allá y rechaza de plano el papel que desempeñan. Y esto provoca una reacción mayor.

Después de la guerra fría la dominación mundial de los Estados Unidos se convirtió en un axioma, y cualquier transformación del mecanismo global se entendía como una corrección técnica de esa posición y no como un cambio. A un nivel teórico, todos sin excepción entienden que no existen hegemonías eternas.

Charles Krauthammer, que en 1990 puso en circulación el concepto de “momento unipolar”, o con otras palabras -el periodo en que Estados Unidos podía hacer todo lo que estimara necesario-, ya entonces advertía que no siempre sería así. Por cierto, Krauthammer casi adivinó la duración del “momento”: 25 ó 35 años. Pero, en la práctica, la superioridad de los Estados Unidos fue y sigue siendo tan grande que no se discuten otros modelos en los que Washington pudiera no ser “uno de los miembros” o incluso “el primero entre iguales”.

Hablando en rigor, la actitud sumamente negativa de los Estados Unidos a lo que dice y hace Putin está justificada: en Washington comprenden que el presidente ruso pone continuamente en tela de juicio no su política sino sus privilegios. Es decir, parece que se reproduce la situación clásica que se suele dar cuando surge un candidato que desafía esta hegemonía y tiene la intención de poner fin a su dominio mundial. Siguiendo esta lógica, hay que contenerlo, no permitir que se haga fuerte.

La paradoja consiste en que Putin repite siempre el mismo mensaje: Rusia no quiere ninguna dominación global, no pretende construir el mundo a su imagen y semejanza, no participará en carreras por demostrar quién es más poderoso. Se oyó en el discurso de Valdái y en otros anteriores.

El presidente de Rusia es del todo realista con respecto al potencial de su país: no menos del que es pero claramente tampoco  más. Sin embargo, Putin se niega a jugar según las reglas establecidas por la batuta de Estados Unidos. Tanto en la teoría como en la práctica. Los pasos dados por Rusia en 2014 -sobre todo, las acciones decisivas con respecto a Crimea- ponen de manifiesto que Moscú está dispuesta a defender sus intereses al margen de lo que otros piensen.

Por ahora no ha dado otro paso: el llamamiento al resto del mundo. En el discurso de Valdái -como en muchos otros antes- Vladímir Putin sacó de nuevo a colación el diálogo con Occidente ante todo con él. En el nuevo mundo, ese mismo que con grandes pinceladas describe el presidente de Rusia, no se podrá pasar sin un diálogo cada vez más intenso con países y regiones que no es que se opongan a Occidente sino que simplemente no encajan en su discurso.

La discusión sobre las nuevas reglas no puede hacerse por la vía de la confrontación, como se hizo antaño, en tiempos de la guerra fría. El mundo es ahora más democrático y el resultado del proceso global depende en gran medida de las “masas mundiales”. Entre ellas también hay que hacer pedagogía.  

Fiódor Lukiánov es presidente del Consejo de política exterior y de defensa de Rusia. 

Artículo publicado originalmente en ruso en Rossiyskaya Gazeta.   

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