¿Qué pasará con la OMC debido a las sanciones contra Rusia?

Dibujado por Konstantín Máler

Dibujado por Konstantín Máler

La guerra de sanciones entre Rusia y Occidente iniciada debido al conflicto ucraniano ha creado una nueva situación para la organización. Por primera vez se han tomado medidas de presión económica contra un país miembro que tiene posibilidades de responder de forma masiva.

Todos los anteriores casos de sanciones motivadas políticamente han afectado a estados de un calibre totalmente distinto. Cabe recordar las medidas contra Argentina tomadas por los países occidentales debido al conflicto de las Malvinas, o las sanciones contra Yugoslavia a principios de los años 90.

El caso de Rusia es cualitativamente distinto por el papel que juega este país en la escena internacional. El decreto con el que el presidente de Rusia introdujo el embargo a la importación de productos agrícolas desde algunos países se llama “Decreto sobre la aplicación de medidas económicas especiales con el objetivo de garantizar la seguridad de la Federación de Rusia”. La formulación de este tipo no es nada sencilla.

La adhesión a la OMC

El 22 de agosto de 2012, Rusia se convirtió oficialmente en el 156º miembro de la Organización Mundial del Comercio. El proceso duró casi 19 años. Rusia, con más de 140 millones de habitantes, es la última gran economía mundial que se unió a esta organización.

El artículo XXI del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que sentó las bases de la actual OMC, se titula “Excepciones por motivos de seguridad”. Según este capítulo, cualquier país miembro tiene derecho a tomar las medidas que considere “necesarias para defender los intereses de su seguridad… si estas se toman en tiempos de guerra o en otras circunstancias de emergencia en el ámbito de las relaciones internacionales”. Esta frase es bastante ambigua: cada uno interpreta a su manera los intereses de su seguridad y cualquier cosa puede considerarse como “circunstancias de emergencia en el ámbito de las relaciones internacionales”.

Explicando las causas de la decisión sobre las sanciones impuestas, Vladímir Putin subrayaba que estas no contradicen las obligaciones de Rusia respecto a la OMC. “En nuestro acuerdo de adhesión a la OMC se indica que en caso de necesidad de proteger los intereses en el ámbito de la seguridad del país tenemos derecho a introducir restricciones… Ellos han limitado el acceso [de Rosseljozbank] a los recursos de crédito en los bancos internacionales, lo cual significa que están creando unas condiciones más favorables para que sus productos operen en nuestro mercado, por lo que nuestras acciones de respuesta están totalmente justificadas”.

La guerra de sanciones ha ido acompañada desde el principio de varias declaraciones de las partes en la que aseguran que apelarán en la OMC las medidas tomadas en su contra.

Así lo explicaron el primer ministro de Rusia, Dmitri Medvédev, y el ministro de Desarrollo Económico, Alexéi Uliukáyev, ya antes de la “primera fase”, cuando la administración Obama decidió excluir a algunos bancos rusos de los sistemas de pago de Visa y MasterCard. Como respuesta a las medidas rusas, los europeos amenazaban con imponer una demanda, aunque por ahora no ha sucedido ni una cosa ni la otra. Y lo más seguro es que no lleguen a suceder.

En esta situación todos alegan que actúan en el marco de las normas de la OMC. Pero incluso si se logra demostrar que las acciones emprendidas cumplen la letra de los acuerdos, la violación del espíritu de la organización es obvia.

Las decisiones están dictadas únicamente por la lógica política, la rivalidad posee un carácter estratégico, geopolítico, y no económico, las instituciones de gestión económica se están convirtiendo en el campo de batalla o en las armas de esta confrontación. Evidentemente, esto no debería ser así. La premisa básica de la OMC y del resto de instituciones de Bretton Woods a principios del siglo XXI consistía en que no hubiera más confrontaciones políticas en el mundo. La interdependencia económica global relegaba a un segundo plano las formas habituales de la competencia, y las tensiones económicas debían regularse en el marco de la OMC y otras instituciones análogas.

La crisis de esta concepción comenzó mucho antes del conflicto ucraniano. La participación en la OMC de las grandes economías emergentes, especialmente tras la entrada de China en 2001, provocó que la organización pasara de ser una superficie en la que todos opinaban igual a una institución en el la que coexisten distintas interpretaciones de la palabra “justicia”. En otras palabras, apareció un número de estados críticos que intentaban conseguir una aplicación distinta de las normas.

Los fundadores occidentales de este sistema global vieron que las herramientas creadas por ellos comenzaban a beneficiar a otros. Y cuando la competencia económica se intensifica entre las grandes potencias, que poseen la mayor parte de la población mundial, esta se transmite inevitablemente al campo de la política. La dinámica del desarrollo de las relaciones de Estados Unidos y China es un claro ejemplo de ello.

El caso de Rusia hace evidente esta politización. La competencia geopolítica de Moscú y sus socios occidentales de la OMC no se ha interrumpido nunca, incluso si hubo un tiempo en el que se acostumbraba a creer que esto era así.

Las medidas tomadas contra Rusia demuestran que el mercado manda hasta que interviene la voluntad política del estado más fuerte del mundo. Y cuando esta interviene, la naturaleza del mercado se rinde ante ella.

Si esta lógica sigue desarrollándose, las ideas básicas de la globalización se ponen en duda. Porque los otros países, que no siguen al pie de la letra los pasos de la política estadounidense, siguen de cerca los acontecimientos y valoran el conflicto según sus parámetros. Tanto más cuanto que la idea de la creación de zonas comerciales preferenciales en lugar de normas universales fue promovida por Estados Unidos. En el contexto del fracaso de la Ronda de Doha de la OMC, este país propuso hace tres años la idea de un Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión y de un Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico.

Fiódor Lukiánov es el editor de la revista “Rusia en la política global” y el presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa.

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