Dibujado por Natalia Mijáilenko
Parece que la
administración rusa ha tomado la firme decisión de no llevar a cabo ninguna
intervención militar abierta al sureste de Ucrania. Así lo confirma la
conversación mantenida entre los ministros de Defensa de Rusia y Estados
Unidos, y la posterior retirada de las tropas rusas de la frontera. Estas
medidas, a su vez, han dado paso a una nueva fase más enérgica del operativo
militar impulsado por las fuerzas gubernamentales ucranianas.
En cuanto a la participación secreta de militares rusos en los acontecimientos
de la región, si realmente la ha habido, ha sido insignificante. Las
operaciones militares de los últimos días desvelan que los rusófonos sublevados
solo cuentan con un pequeño núcleo de personas con preparación militar real,
dentro del cual un grupo de nacionalistas rusos con experiencia militar
desempeñaría un papel importante, aunque la relación de estos con el Estado
ruso no es concluyente.
A juzgar por la información conocida hasta el momento y por sus propias
declaraciones publicadas en foros de internet, el líder de los insurrectos en
Slaviansk, Igor Guirkin-Strelkov, defiende una posición nacionalista bastante
radical. Su rechazo por el actual régimen ruso se asemeja más al de los
participantes de las pasadas protestas en la plaza Bolótnaya de Moscú en 2012. Su perfil se completa con abundante información biográfica
que él mismo publica (incluido su lugar de trabajo), con la ausencia de
prácticas conspiratorias ordinarias y con la participación en movimientos de
recreación militar.
Strelkov podría ser un antiguo miembro de los cuerpos especiales del FSB
(Servicio Federal de Seguridad de Rusia) con una idea clara de cómo ‘provocar a
Rusia’. Se trata de un perfil no poco frecuente entre los individuos salidos de
las estructuras de poder rusas, perfil al que también se asocia Vladímir
Kvachkov, un coronel condenado recientemente. Este tipo de personas suelen
acudir voluntariamente al centro neurálgico de los acontecimientos, aunque los
cuerpos oficiales evitan trabajar con ellos.
En el sureste de Ucrania no hay nada parecido a una subdivisión de ‘personas
formadas’ con la mejor preparación y dotadas de un equipo de última generación.
El pequeño grupo de combatientes dispone de un equipamiento bastante modesto y
no muestra indicios manifiestos de su procedencia de la Rusia postsoviética.
El sistema de defensa aérea portátil (PZRK, por sus siglas en ruso) que
utilizaron los rebeldes en los primeros enfrentamientos proviene,
aparentemente, del desarme de la división 25 de las Fuerzas Aerotransportadas
ucranianas. En el ejército soviético, cada división de paracaidistas iba
equipada con cuatro PZRK y las fuerzas armadas ucranianas siguen un esquema muy
similar.
El hecho de que a partir del segundo día de enfrentamientos no se utilizara dicho sistema confirma que se trata de un trofeo y que, probablemente, sea el único del que disponen y con escasas municiones.
Las sanciones, el giro asiático y una espiral de acontecimientos
El papel que desempeñan los servicios y las fuerzas especiales rusas en el drama que se está viviendo al sureste de Ucrania se limita a la observación de la situación y quizás al mantenimiento de los canales de comunicación con los líderes rebeldes.
Rusia está dispuesta a
supervisar desde fuera la supresión por parte de Kiev de los levantamientos de
la región suroriental por dos razones: en primer lugar, el miedo a las
sanciones económicas anunciadas por EE UU y Alemania en caso de producirse una intervención
militar; en segundo lugar, Moscú no quiere intervenir en un conflicto
territorial —potencialmente nocivo para su economía— por un territorio económicamente
deprimido cuya población es predominantemente ucraniana y por el que Rusia
nunca ha experimentado un gran interés.
En este momento, y a pesar de su falta de organización, de ánimo y de
preparación, las fuerzas gubernamentales ucranianas parecen estar rodeando
lentamente a los rebeldes, aunque no sin fracasos y pérdidas. Lo más probable
es recuperen el control de los territorios a tiempo para poder celebrar las
elecciones presidenciales el 25 de mayo manteniendo una apariencia de
legalidad.
Por todo lo anterior, sería erróneo concluir que la crisis ucraniana tiene
visos de acabar próximamente. Una operación militar perpetrada por unas tropas
con escasa preparación e incluso con el apoyo de formaciones nacionalistas
irregulares solo puede desembocar en un estallido de rabia entre la población.
Los trágicos acontecimientos de Odesa no harán sino reforzar esta rabia. El gobierno ucraniano está caminando sobre
una potente mina que se mantendrá bajo sus pies durante varias generaciones.
Y es que el futuro de este sistema ya estaba empañado sin los últimos
acontecimientos. Ucrania ha sufrido todos los males propios de una revolución
desde el derrocamiento de Yanukóvich, pero ha sido privada de su principal
beneficio, el cambio de la élite política. Todos los candidatos a la
presidencia, incluida Yulia Timoshenko, cuentan con un largo recorrido en la
administración ucraniana; a todos ellos se les tachó, en un momento u otro, de
liderar la corrupción local. Ucrania está condenada a una prolongada crisis y
una radicalización de la política, centrada en factores como la nación, el
idioma y la religión.
Rusia, la UE y EE UU no podrán evitar su implicación en los próximos
trastornos internos de Ucrania y, si se tiene en cuenta la desconfianza mutua
demostrada por sus líderes, la confrontación entre estos sin duda seguirá
vigente. Por otra parte, tras la anexión rusa de Crimea, EE UU ha
convertido en uno de sus principales objetivos la recuperación de su
tambaleante autoridad por medio del castigo a Rusia, de su transformación en un
Estado paria. Las sanciones, explícitas e implícitas, se impondrán a Rusia de
manera escalonada durante varios años, a medida que las economías europea y
norteamericana estén preparadas para su adopción.
“El referéndum en Donetsk es necesario para conocer el deseo del pueblo”
Ucrania y la fragilidad de los estados postsoviéticos
Analogías entre la crisis en Ucrania y la Guerra Civil española
Con la renuncia a intervenir en el sureste ucraniano no hemos desviado la amenaza de sanciones, tan solo hemos comprado un poco de tiempo para preparar su inevitable llegada y la redirección hacia Asia de las relaciones —económicas, científico-técnicas y de otra índole—, así como mediante la puesta en práctica de programas alternativos a las importaciones.
Es por eso que, en las próximas semanas, nos limitaremos a observar por televisión cómo unos ‘extraños’ matan paulatinamente a los ‘nuestros’ en el este de Ucrania bajo la aprobación expresa del presidente de los EE UU y de la canciller alemana. Un espectáculo que transformará a la sociedad rusa y predeterminará su historia política de los próximos diez años.
Vasili Kashin es experto del Centro de Análisis Estratégico y Tecnológico.
Artículo publicado originalmente en ruso en Védomosti.
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