Lecciones aprendidas tras la jornada electoral

Las pasadas elecciones municipales celebradas en Rusia el 8 de septiembre han puesto de relieve las peculiaridades de la política rusa.

 

Dibujado por Natalia Mijáilenko

Los ciudadanos han visto cómo han sido unas elecciones con poca influencia administrativa, han notado la enorme diferencia entre el valor del voto de los moscovitas y el de las regiones, se han dado cuenta de la existencia de una apatía política generalizada y han descubierto la incapacidad del poder oficial para movilizar a sus votantes. Finalmente se ha hecho evidente que la gente que antes no tenía acceso al gobierno ahora tiene posibilidades de llegar a este.

La jornada unificada de elecciones en el país  ha revelado cinco problemas que requieren, como mínimo, ser discutidos.

Las elecciones a la alcaldía en Moscú han mostrado a la gente que es posible organizar una campaña electoral sin una influencia administrativa masiva. Esto es algo nuevo para la Rusia postsoviética. La utilización mínima del poder ejecutivo y sus enormes posibilidades ha provocado la confusión tanto del gobierno como de la oposición.

El alcalde en funciones de Moscú Serguéi Sobianin y su equipo se han llevado una enorme sorpresa al conseguir unos resultados tan bajos en comparación con los anteriores: suficientes para la victoria pero insuficientes para legitimar de forma convincente e incondicional el actual gobierno de la capital rusa.

Al mismo tiempo, el candidato del partido liberal-demócrata PARNAS, Alexéi Navalni, y sus partidarios también se han visto en una situación extraña para la oposición actual: se puede hablar de las infracciones que se cometen sistemáticamente, pero demostrarlas es muy difícil.

En el contexto de lo sucedido en las elecciones durante los últimos años, las infracciones en la campaña electoral de Moscú en 2013 parecen poca cosa. Sin el aparato administrativo se puede hablar de política en mayúsculas, de la búsqueda de aliados y de una lucha en igualdad de condiciones contra los demás oponentes. Y al parecer, ni el gobierno ni la oposición han resultado preparados para ello.

El segundo problema es la abismal diferencia entre la práctica electoral de Moscú y la del resto de Rusia. Lo que no ha ocurrido en la capital se ha dado con creces en las regiones. Retirada forzada de candidatos, uso activo del filtro municipal, que permite a los gobernadores en el poder escoger a los rivales a su gusto, presión sobre los oponentes con instrumentos que llevan años utilizándose y, finalmente, obtención de votos con la ayuda de los recursos administrativos: desde los llamados ‘carruseles’ (transporte del electorado fiel de un colegio electoral a otro para que voten) hasta el sufragio forzado de los empleados de las estructuras municipales o la expulsión de los observadores de los colegios electorales, todo esto se ha dado en prácticamente todos los sujetos de la federación que han celebrado elecciones, y a distintos niveles.

La desigualdad entre la capital y las regiones, la diferencia entre el voto moscovita y el regional, se ha hecho más evidente y pone de manifiesto la diferencia entre la situación jurídica de los ciudadanos del país.

Y esto podría deberse no tanto al transcurso de la campaña electoral como a su desenlace. En las regiones existe cierto desprecio hacia Moscú y los moscovitas de entrada, ya que se trata de la ciudad y los ciudadanos más ricos del país.

Ahora, a este desprecio se le puede sumar su situación jurídica privilegiada, su estatus de ciudadanos que pueden utilizar su voto más ampliamente que aquellos que viven en otras regiones de la federación.

El tercer problema ha sido la escasa participación en casi todo el país. En Moscú esto puede haber beneficiado a Alexéi Navalni y a la oposición, mientras que en otras regiones ha sido el gobierno quien ha sacado partido. Sin embargo, independientemente del resultado de las elecciones, el escaso deseo de los ciudadanos de acudir a las urnas es evidencia de cierta indiferencia hacia el sistema político.

La percepción de la política y de los políticos como algo ajeno a la ciudadanía debería alarmar tanto al poder como a la oposición, ya que los ciudadanos no simpatizan ni con unos ni con otros.

Se suele asociar la baja participación con la indiferencia de los ciudadanos, aunque en realidad esto se debe a la incapacidad de proponer palabras o ideas que resulten interesantes.

Esta alienación no puede durar para siempre. Tarde o temprano aparecerán personas que encontrarán una vía de comunicación totalmente nueva con los ciudadanos, y entonces el sistema político vigente podría venirse abajo, tal como sucedió a mediados de los años 90 en países como Bielorrusia o Italia.

La naturaleza política no soporta el vacío. Allí donde los políticos de alto nivel no pueden ofrecer nada interesante aparecen nuevos participantes externos al sistema que forman rápidamente un nuevo sistema en el que no hay lugar para los antiguos políticos y sus partidos.

Pequeñas muestras de ello son la victoria del opositor Yevgueni Roizman en Ekaterimburgo o el éxito del partido Patriotas de Rusia en Krasnoyarsk. El gobierno ha intentado no permitir el acceso de todos ellos a la esfera política, aunque ahora sus barreras ya no funcionan. Este es el cuarto problema.

Y el quinto problema es el hecho de que el gobierno no comprende que las reglas del juego que propone no satisfacen a una activa minoría ni movilizan a la mayoría conservadora. Las fortalezas se desmoronan cuando no tienen a quién proteger. El gobierno debería estar interesado en mostrar iniciativa política, aunque todo lo que se ha hecho durante los últimos años indica una clara falta de voluntad. Incluso para iniciar un debate al respecto. 

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