Dibujado por Natalia Mijáilenko
A pesar de los intentos del presidente Vladímir Putin, ya desde los primeros días de su mandato, de normalizar las relaciones entre Rusia y Occidente, estas siguen siendo anormales. La definición que Putin dio de normalidad fue muy clara: que no se siguiese tratando a Rusia como un caso especial, sino como a cualquier otro país soberano e independiente. Con este objetivo, tan pronto como le fue posible, pagó la mayor parte de la deuda externa y terminó con varias relaciones de dependencia que había establecido en los 90, como la que tenía con el FMI.
Al mismo tiempo, aceleró los procesos de integración que prácticamente se habían extinguido en los años de Yeltsin. Esto incluía intensificar las relaciones con la Unión Europea y, tras el 11 S, intentar crear una relación igualitaria con los EE UU.
Sin embargo, enseguida quedó claro que esta estrategia de “normalización” no funcionaría. Rusia fue incapaz de convertirse en una superpotencia más. Los requisitos políticos que se le exigen son muy altos, en parte porque al convertirse en estado-nación en 1991 lo aceptó, en parte por su autoidentificación como estado europeo y miembro clave de la comunidad internacional.
Las contradicciones identitarias, sistémicas que han quedado sin resolver en Rusia significan que sus relaciones con Occidente seguirán teniendo algo de “anormal”, por lo menos en el futuro próximo. Los boicots y las amenazas que algunas potencias y activistas occidentales utilizan para relacionarse con Rusia exacerban más las contradicciones de la política rusa en lugar de resolverlas.
La inclusión de Rusia en el ámbito trasatlántico fue problemática desde el principio; y de ahí que Borís Yeltsin hablase de “paz fría” ya desde diciembre de 1994. Uno de los rasgos de este "síndrome de la paz fría" es el absurdo lenguaje de resets y pausas en las relaciones. Dos países normales no se hablarían en esos términos, ya que sería humillante para ambas partes reconocer haber descendido a ese nivel. Ese tipo de lenguaje da la medida de lo mucho que hay por hacer antes del establecimiento de relaciones normalizadas.
Ya es hora de que se establezca una relación madura por ambas partes. Por lo que respecta a Occidente, a pesar de los discursos sobre la relativa marginalidad e insignificancia de Rusia, es esencial una relación fuerte con Rusia simplemente por razones diplomáticas, por no hablar de los motivos económicos y estratégicos. Es cierto que hay un montón de senadores estadounidenses y activistas civiles que tratan de salir del anonimato insultando a Rusia, y es cierto que siempre se pueden sacar beneficios políticos de esta actividad. Pero ese tipo de política es estéril y peligrosa.
Lo trágico de estos últimos años es que la UE no ha sido capaz de desarrollar una voz propia y única como representante de las naciones europeas y como mediadora que transforme la comunidad transatlántica. Mientras Europa carece de una postura propia, su incapacidad para plantarle cara al poder occidental dominante en una gran cantidad de asuntos, incluyendo la guerra de Irak, echa por tierra su credibilidad y su poder normativo.
Evidentemente, Rusia podría aprovechar esta oportunidad. En lugar de reforzar la marginalidad que sus oponentes tratan de imponerle, puede intervenir de modo positivo para ayudar a resolver algunos de los callejones sin salida en los que Occidente se ha metido. La completa sumisión de Gran Bretaña a la hegemonía estadounidense no le hace bien a nadie. Es el deber de los amigos hacerle ver sus errores. Así, Rusia podría reposicionarse como alguien que soluciona problemas, no que los busca.
Tanto Barack Obama como Putin entienden que no hay una división ideológica de base entre Rusia y Occidente, por lo que está fuera de lugar hablar de una nueva Guerra Fría. Pero sí que existen tensiones que crean cierta atmósfera de "paz fría".
Desde Siria a Snowden, la lista de asuntos en los que Rusia tiene "otro" punto de vista es inmensa. Incluso si alguien que divulga secretos de Estado no es lo que se dice un plato de gusto para Putin, Rusia tiene derecho, según la legislación, a ofrecerle asilo, aunque sea para un año. Del mismo modo, el análisis ruso de la crisis siria ha sido, desde el principio, más precisa que la de las potencias occidentales.
La pregunta básica es si esto son diferencias normales entre puntos de vista o si indican una incompatibilidad entre los respectivos intereses estratégicos. Ni siquiera los descarados intentos occidentales de propiciar la desintegración geopolítica del espacio euroasiático pueden ser tomados como reflejo de un conflicto de base.
La oposición siria espera cambios en la política exterior rusa
Sencillamente, esto es lo que siempre han hecho las potencias imperialistas occidentales, y es lo que seguirán haciendo hasta que Occidente pueda cambiar a una forma realmente posmoderna de hacer política internacional. Disfrazar las ambiciones imperiales tradicionales de difusión de la democracia no convence a nadie.
Hoy en día, la principal fuente del poder de Rusia es su actuación política como una fuerza moderadora. Occidente se ha metido en más de un berenjenal y Rusia puede hacer de mediador para calmar algunos de los conflictos y contradicciones de la política occidental.
Richard Sakwa es profesor de Política rusa y europea en la Universidad de Kent, Inglaterra.
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