La destitución de Morsi no solucionará los problemas de Egipto

Dibujado por Niyaz Karim

Dibujado por Niyaz Karim

El profesor Grigori Kosach propone que Rusia contribuya a instaurar la estabilidad en el país, después del proceso de polarización que ha ido sufriendo, desde que se inició la revolución hace dos años.

La pregunta sobre si la destitución de Mohamed Morsi será para Egipto una bendición o una maldición es demasiado compleja para que haya una única respuesta posible.

Y sí, ha habido una nueva revolución egipcia, aunque iniciada por el ejército. Pero, como cualquier otra revolución, incluyendo la que llevó a derrocar el régimen de Hosni Mubarak, ha servido a los intereses de una parte de la sociedad.

No obstante, ¿hasta qué punto podría la otra parte de la sociedad, que ayer votaba por el "primer presidente escogido democráticamente" y que aprobaba en un referéndum la constitución que se les ofrecía, aceptar lo ocurrido? Egipto, a pesar de la euforia actual, está entrando en un periodo de complejas y prolongadas tensiones, de las cuales derivará, entre otras cosas, el éxito (en el contexto de una oposición dividida) del Movimiento de los Hermanos Musulmanes en un futuro proceso electoral. Las declaraciones de Abdel Fatah el Sisi sobre la destitución del presidente y el próximo curso del ejército no dejan a los sectores religiosos fuera del campo político.

Las razones que ha tenido la sociedad egipcia para volver a recurrir a una revolución violenta parecen justificadas, la oposición del presidente hablaba de una islamización del Estado, y subrayaba la incapacidad del Partido de la Libertad y la Justicia para satisfacer las esperanzas económicas de los ciudadanos.

Evidentemente, el elemento principal de la actividad del Movimiento de los Hermanos Musulmanes ha sido establecer un control exhaustivo de las instituciones del estado y eliminar sus oponentes políticos. Pero, ¿no fue el islam también el arma política de los opositores del anterior presidente, cuando el partido Wafd, hablando de su ‘liberalismo’, proponía la introducción en la constitución de la época de Hosni Mubarak (aliados con los entonces prohibidos Hermanos Musulmanes) de la sharia como base principal de la legislación?

No hay que olvidar que los grupos de oposición son en parte responsables de la inestabilidad política del país, así como de la ausencia de inversión. Si estos llegan a ocupar la cúspide de la pirámide del poder (¿pero acaso existe un líder de oposición reconocido por todas las agrupaciones?), tendrán que hacer frente a los mismos problemas: la inseguridad y la economía.

Y solucionar estos problemas será difícil, aunque sea porque el nuevo gobierno estará obligado a acordar una plataforma de acción que incluya no sólo las exigencias de derrocar a los islamistas, sino también el programa de reformas económicas que, seguramente, resultarán inaceptables para sus actuales aliados. Es más, en estos momentos la llegada de los grupos de la oposición al poder es posible únicamente en caso de que reciban apoyo del ejército, ya que en el imaginario colectivo de muchos egipcios la idea de la democracia seguirá desacreditada durante mucho tiempo.

Hoy en día Egipto sufre una enorme presión desde el exterior que es bastante contradictoria: si bien Occidente exige el retorno del país a la vía del desarrollo democrático, sus vecinos de la región, los estados del Golfo, se sienten casi aliviados por el fin del gobierno de Morsi. Pues bien, la posición de Occidente es comprensible, pero el cálido telegrama de felicitación sin precedentes del rey de Arabia Saudí dirigido a Adli Mansur y Abdel Fatah el Sisi, subrayando el hecho de que por fin se "haya sacado a Egipto de la oscuridad", únicamente demuestra cuál es en realidad la opinión del gobierno saudí respecto al Movimiento Hermanos Musulmanes en Egipto y a sus secciones nacionales en otros países del mundo árabe. De hecho, esta postura también es comprensible: Arabia Saudí, el "país de las Dos Mezquitas Sagradas", que propone al mundo el concepto de estado salafí, difícilmente podría tolerar el desafío lanzado por una fuerza política que, aunque apelara a la religión, hubiera llegado al poder mediante un proceso electoral democrático heredado de Occidente.

En la actualidad un desafío de este tipo parece superado con éxito, o en palabras del mismo telegrama, "se encuentra en manos de los valientes hombres de las fuerzas armadas". Los países del Golfo desean secretamente que, repitiendo la experiencia del Frente Islámico de Salvación argelino, los islamistas caigan en el olvido. ¿De dónde procederá, pues, la lluvia dorada que caerá sobre Egipto? ¿De Arabia Saudí, de los Emiratos Árabes, de Kuwait o de Catar? Es posible que el país reciba ayuda (y, probablemente, una ayuda de vital importancia) de los países del Golfo, que siempre han visto en Egipto a un aliado estratégico.

Pero, ¿será esta ayuda suficiente para superar las consecuencias de la actual situación crítica de la economía si Egipto, a diferencia de Argelia, se ve privado de sus más importantes fuentes de materias primas estratégicas? ¿Podrá Egipto, sirviéndose de esta ayuda, evitar tener que dirigirse al Fondo Monetario Internacional y a sus duras medidas para superar la crisis? Una respuesta afirmativa a estas preguntas no es ni mucho menos evidente. Es más, si tenemos en cuenta las múltiples naturalezas de la presión exterior en la situación tras la ‘segunda revolución egipcia’, hay que reconocer que el periodo de tensiones esperado en Egipto será mucho más duro de lo que se puede prever hoy.

 

Por último, aunque no tenga relación directa con la cuestión expuesta. Algunos expertos rusos hablan en estos momentos, si no del fin, al menos sí de la proximidad del final del poder islámico en el mundo árabe, y esta opinión contiene parte de verdad. El número de países en el que los gobiernos utilizan el factor religioso se ha reducido, y los acontecimientos en Egipto son realmente una señal para el resto de secciones nacionales de los Hermanos Musulmanes.

Aunque este problema es, no obstante, bastante más complicado. Los expertos rusos, en sus valoraciones sobre la ‘segunda revolución árabe’, no parten de ideas relacionadas con el mundo árabe, sino de temores, ocultos o no, relacionados con la posibilidad de una influencia exterior (y, evidentemente, negativa) de un islam ‘no tradicional’ en Rusia en la comunidad musulmana rusa. Pero, para expresarlo en otras palabras: el periodo de largas y complicadas tensiones en el que entra Egipto también requerirá de Rusia (si es que esta desea mantener su estatus de miembro del G8, por ejemplo) que participe en los asuntos de este país. Pero, ¿podrá Rusia hacer esto? ¿Podrá mantener su influencia (o restablecerla, todo depende del punto de vista de cada uno en esta cuestión) en una región que hasta el momento Rusia, aunque sea episódicamente, considera en la esfera de sus intereses? 

Grigori Kosach es profesor en la Universidad Estatal Rusa de Humanidades.

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