El enfrentamiento entre la Unión Europea y
Rusia por Ucrania desencadenó este año sanciones contra ese país, que
han influido en su frenazo económico y provocaron el veto ruso a los
productos agrícolas de la UE.
La última cumbre UE-Rusia, que
llevó en enero a Bruselas al presidente ruso, Vladímir Putin, se celebró
con la tensión en Ucrania como telón de fondo, después de que en
noviembre de 2013 el anterior presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich,
no firmara el acuerdo de asociación con la UE por presiones de Moscú, lo
que desató protestas de los ciudadanos.
Los esfuerzos de la
UE seguían centrados en avanzar en la negociación de un nuevo acuerdo
marco con los rusos y en liberalizar los visados para sus ciudadanos.
Nada hacía presagiar que Rusia se iba a anexionar la península
ucraniana de Crimea en marzo, una decisión que la UE no reconoce y que
provocó las primeras medidas restrictivas de la comunidad internacional
contra Moscú.
Rusia fue excluida del G8, la UE suspendió la
cumbre bilateral prevista para junio en la ciudad rusa de Sochi y se
impusieron sanciones diplomáticas, que se han endurecido con el
estallido de revueltas armadas prorrusas en el este de Ucrania.
A finales de julio, la UE adoptó sanciones económicas y acordó
restringir el acceso a los mercados de capitales europeos para los
bancos públicos rusos, un embargo de armas, la prohibición de exportar a
Rusia bienes de uso dual y un veto a las exportaciones de equipamiento
para el sector petrolero.
Poco después Moscú prohibió las importaciones de productos agroalimentarios perecederos de los países de la Unión Europea.
Estas restricciones contra la economía rusa, adoptadas también por
Canadá o Estados Unidos, "está claro que empiezan a tener un impacto
bastante grave en la economía rusa", algo "exacerbado por la caída de
los precios del petróleo" que ha dejado a Rusia a las puertas de la
recesión, indicó a Efe el jefe de Investigación Económica del centro de
estudios Open Europe, Raoul Ruparel.
El impacto más
"preocupante" para el Gobierno ruso será probablemente la combinación de
las enormes cantidades de capital que sale de la economía y la lucha
del sector financiero por encontrar liquidez, sobre todo en divisas,
unas circunstancias que pueden además "rebajar las inversiones
económicas", apuntó.
Una de las consecuencias de la
ralentización de la economía rusa ha sido la devaluación del rublo, que
ha caído un 30 % en lo que va de año, afectando al turismo ruso que
viaja al extranjero.
Ruparel señaló que el impacto económico
en el conjunto de Europa ha sido "bastante limitado" aunque hay "focos
de preocupación", como la caída "abrupta" de las exportaciones alemanas a
Rusia o que sectores como el de la agricultura, particularmente en el
este de Europa, se hayan visto golpeados y hayan requerido apoyo de la
UE.
Sólo en el sector europeo de las frutas y verduras, la UE
calcula que la prohibición rusa de esas importaciones ha supuesto
pérdidas de 344 millones de euros.
Para el experto consultado
por Efe, la "principal preocupación" es que, con un crecimiento de la
eurozona "tan lento", hay "poco margen de maniobra" y cualquier impacto
podría "borrar el pequeño crecimiento que se registre".
Alertó
de los daños que el conflicto inflige a la economía ucraniana, cuya
necesidad de un rescate "parece inevitable" y ya sólo faltaría saber
"cuándo" de produciría y "qué tamaño" tendría.
Ruparel subrayó
que las sanciones "no parecen haber cambiado la posición rusa en
absoluto" o que hayan tenido "ningún impacto significativo en el apoyo
público a Putin o a su Gobierno".
La situación de desconfianza
con Rusia tras la anexión de Crimea también ha llevado a la OTAN a
incrementar sus ejercicios militares en el este de Europa y a impulsar
una fuerza de despliegue rápido ante posibles amenazas.
La
Alianza Atlántica, convencida de que Moscú filtra armamento y
combatientes en el este de Ucrania a través de su frontera, también ha
visto cómo esta crisis ha truncado sus esfuerzos de acercamiento a Rusia
en los últimos años.
Ante esta situación, la UE ha decidido
mantener la doble vía de firmeza ante Rusia -teniendo en cuenta que las
sanciones no son un fin en sí mismo sino un instrumento- pero también de
voluntad de diálogo, ya que tiene el convencimiento de que la solución a
la crisis ucraniana debe ser pacífica y no militar.
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