Con unos pocos rublos en el bolsillo y
grandes paquetes con la mitad de sus pertenencias, miles de ucranianos
prorrusos huyen al país vecino en tren sin saber si volverán cuando
termine la guerra.
"¿Bombardean otra vez Donetsk? ¿Estás en el
refugio antiaéreo?", pregunta por teléfono Zhenia, un adolescente, a su
mejor amigo, Dima, cuya familia ha decidido permanecer en Donetsk, la
capital de la sublevación contra Kiev.
En el tren que enlaza
Donetsk con Moscú no se oye hablar ucraniano, sólo ruso, y todos están
en contra de Kiev y su nuevo presidente, Petró Poroshenko, a quien
acusan de ordenar la destrucción del Donbass, la cuenca hullera del este
del país.
"¿Acaso soy yo un terrorista? Me voy a Rusia para
no volver. Para mí, Ucrania ha dejado de existir", asegura emocionado un
pensionista que viaja al encuentro de su hermano, que vive en la vecina
región rusa de Rostov.
Eso no quiere decir que todos estén
con la guerrilla, ni que todos acudieran a votar a favor de la
independencia en el referéndum separatista.
En la estación se
ven familias enteras, padres despidiéndose de sus hijos, abuelos y
niños, que lloran desconsoladamente, aunque algunos piensan estar de
vuelta para el 1 de septiembre, cuando se reanudarán las clases, si Kiev
logra restablecer la paz.
De repente, se ve a un joven
miliciano corriendo con un Kaláshnikov al hombro y los viajeros se temen
lo peor, pero éste se para en seco y abraza de manera enternecedora a
una mujer que parece su madre.
Algunos pierden los nervios
cuando a la hora de comprar los billetes caen en la cuenta de que no les
llega el dinero, por lo que comienzan a buscar reporteros extranjeros,
los únicos que llevan divisas.
"Me faltan 90 grivnas (unos
cuantos euros)", asegura Vania, cuyos hijos han dormido durante las
últimas semanas en el sótano de su casa debido a los bombardeos del
Ejército ucraniano, que ha estado martilleando las afueras de Donetsk.
Algunos refugiados prefieren viajar a Crimea, península que también
es territorio ruso desde marzo pasado, donde esperan encontrar trabajo
aprovechando la temporada turística.
Tras varios kilómetros de
periplo se empiezan a ver banderas ucranianas, ya que Kiev
prácticamente ha sitiado la capital minera e incluso se ha hecho con el
control de antaño irreductibles bastiones insurgentes como Kramatorsk o
la legendaria Slaviansk.
"Rublos, rublos, vendo rublos. Le doy
100 rublos por cada 40 grivnas ¿Para qué quieren ustedes las grivnas?
En Rusia no podrá cambiarlas", asegura un cambista que se paseará por
los pasillos del tren hasta llegar a la frontera con Rusia.
Nadie le hace caso, ya que en el mercado por cada grivna normalmente te
dan más de 3 rublos, y además muchos de ellos ya vendieron todas sus
grivnas.
La revisora comprueba que todo el mundo viaja con
billete y a la pregunta sobre si alguien tiene pasaporte ruso, todos
responden negativamente, aunque en muchos casos sus padres o madres son
rusos étnicos que emigraron a Ucrania en tiempos soviéticos.
Él éxodo de los ucranianos de Donetsk era un goteo constante desde hace
semanas hasta que la muerte de varios civiles en los bombardeos de la
zona que rodea la estación de trenes el pasado lunes disparara el pánico
entre la población.
De poco sirvió que los insurgentes
pidieran a la gente que permaneciera en Donetsk, donde rige el toque de
queda desde hace dos semanas, medida que la ha convertido en una ciudad
fantasma, donde los únicos huéspedes de los hoteles son los reporteros.
Algunos temen que no les dejen cruzar la frontera, pero los guardias
fronterizos rusos tienen la orden de dejar pasar a todos los ucranianos y
las regiones rusas han habilitado centros especiales de acogida.
"¿Cuánto hay que pagar en la frontera?", pregunta una madre que viaja con una niña pequeña.
Uno de los viajeros, que parece tener experiencia en materia de
sobornos, le responde que con 100 dólares será suficiente, en caso de
necesidad, para que el funcionario aduanera haga la vista gorda.
Hasta Moscú son 20 horas de viaje, en las que la gente se dedica a
dormir, jugar a las cartas, contar la historia de su vida y, los que
menos, hablar de política o de los parientes y conocidos que han perdido
en el conflicto.
Se ven pocos jóvenes, ya que se han quedado
para proteger sus hogares o enrolarse en las milicias insurgentes, que
han llenado la ciudad de carteles soviéticos en los que llaman a los
hombres a las armas para defender Donetsk.
"País. Patria.
Libertad", reza uno de los carteles típicos del realismo socialista y
que recuerda a la Gran Guerra Patria contra la Alemania nazi, que dejó
en ruinas a la entonces república soviética de Ucrania.
Como
entonces, ahora muchos ucranianos se ven obligados a emigrar, ya que el
avance del enemigo es imparable y los días de la autoproclamada
república popular de Donetsk parecen contados.
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